No tenemos el gusto de conocer al portavoz del PIL, Manuel Cabrera, que se estrenó de manera gloriosa este viernes en rueda de prensa junto al líder de su partido, Fabián Martín, y a la imputada María José Docal. Cabrera estaba indignado porque, a su juicio, sus compañeros de filas no debieron ser detenidos como lo fueron, con “ocho guardias civiles con pistola”. Debemos deducir que para los sospechosos de su partido habría de acuñarse un nuevo protocolo de detención, consistente en tocar el timbre, preguntar por el interfecto o interfecta, obsequiarlos con un puro o un clavel, según cada caso, extender un palio en el descansillo, y conducirlos bajo él hasta el vehículo policial al son de cualquier sinfonía clásica a elección del interesado. En lugar de sus armas reglamentarias, ceñidas a sus cinturones o sobaqueras, los agentes habrían de portar escapularios de San Dimas, el buen ladrón, patrono del PIL, de modo que cualquier acción u omisión que fuera detectada durante la investigación pudiera ser encomendada a tan milagroso personaje, capaz de convertir en cero una fortuna de 8,5 millones de euros. Cabrera, que estuvo sembrado, proclamó que “Lanzarote no se merece este tratamiento”, y les aseguramos que no se refería el hombre al amoroso trato dispensado por gentes de su partido a las arcas públicas conejeras.