El verbo más adecuado quizás no sea acorralar, sino apretar, “apretar los tosnillos”, como en la popularizada expresión captada en unas famosas conversaciones telefónicas, intervenidas por orden del primero de los once jueces del caso Góndola. Había que “apretarle los tosnillos” a los funcionarios de Política Territorial que en aquellos momentos, 2006 de la actual era, osaban poner obstáculos a las miles de camas que el empresario tirajanero Santiago Santana Cazorla quería construir en la urbanización Anfi Tauro en una excepción especialísima a la moratoria turística. Ya por entonces el hombre se había hecho con el 50% de Anfi International, la empresa matriz que compartía con el fallecido Björn Lyng, ilustre propietario del jet en el que viajó José Manuel Soria (agosto de 2005) a la pesca del salmón justo al tiempo que el Cabildo del que era presidente tramitaba la misma excepcionalidad a las camas en ese barranco de El Lechugal. Santana Cazorla fue detenido en aquella operación de lucha contra la corrupción y Soria, años después, imputado por un cohecho impropio que una juez archivó tras considerar que, qué más da, si aquel avión iba a volar de todas maneras, con o sin Su Excelencia. En fin. El caso es que, muerto el viejo Lyng, sus herederos se hicieron cargo de la mitad familiar y pronto empezaron a probar las diferencias profundas entre la clase empresarial noruega y la muy particular de Canarias, de la que la que ejerce Santana Cazorla se lleva todos los premios al exotismo. Porque todas las noticias que llegan de ese grupo empresarial apuntan a una ruptura en toda regla, con exigencias de rendición de cuentas de difícil encaje, con amenazas de acudir a los tribunales de justicia, con auditorías y trastos que unos socios en amor y compaña jamás se tirarían a la cabeza. La llegada de indeseables compañías procedentes de británicas operaciones anti-mafia en el Sur de Tenerife emponzoña aún más el ambiente. ¡Ay, si el viejo Lyng levantara la cabeza y contemplara en qué han convertido su emporio turístico!