Cualquiera que conozca la trayectoria de José Luis Mena y se lea el relato del fiscal Anticorrupción puede llegar a pensar que un funcionario, jefe de una oficina urbanística, tiene patente de corso para torcer la legalidad de modo impune y forrarse en el intento. Es comprensible esa conclusión. Porque el comportamiento que se describe de Mena en las distintas investigaciones por corrupción en las que anda envuelto lo reflejan como un personaje sin escrúpulos que cobra sobornos, que manipula expedientes, que falsifica documentos públicos, que presiona y que incluso consigue información privilegiada de sumarios judiciales que le interesan. Luego, es capaz de atemorizar, con métodos que a nosotros de momento nos parecen imposibles, a testigos judiciales, a compañeros de trabajo y a periodistas de la localidad, capaces de cambiar sus testimonios con tal de salvar sus defenestrados huevos. La justicia es lenta y tiene muy limitados recursos para investigarlo todo, pero de la instrucción del Grupo Europa, una pieza separada del caso Faycán, se deduce que Mena engrosó su patrimonio en más de 410.000 euros cuya procedencia no ha quedado justificada. No parecen incluirse en esos importes bienes que muestra ostensiblemente, como el BMW X5 con el que presuntamente fue a cobrar una mordida de Grupo Europa, luego sustituido por un flamante Audi Q7, y ahora camino de plan Pibe por un BMW X6, o el chalet que en aquellos años de vicio se hizo construir en La Garita. Si hay un ejemplo de individuo viviendo por encima de sus posibilidades, Mena lo clava.