En fin. Las reflexiones de Lorenzo Olarte -pide también una comisión de investigación en el Parlamento sobre La Caja y Bankia- son solo un ejemplo de la distancia sideral que hay entre la clase política de toda la vida, la que tiene incrustada en sus propias entrañas el cáncer de vivir de lo público 20 o 30 años -hay muchos casos de políticos profesionales de partido en partido que solo han cobrado, y trabajado (sic), como cargo público toda su vida laboral- y la gente del común que vive de su labor ya sea en las administraciones públicas o en el sector privado, cada vez más menguante dado el desempleo galopante. Es esa distancia brutal con quienes desde su atalaya privilegiada del poder o en su entorno ven la paja en el ojo ajeno sin meterle la mano a la viga que tienen en el propio la que marca la quiebra social. Y la viga propia no es otra que la corte de los auténticos enchufados de cada mandato que engordan todas y cada una de las administraciones, ese conjunto parasitario de asesores, cargos de confianza y asimilados que han convertido la cosa pública en una eterna desconfianza entre administradores y administrados, incluso entre cargos políticos y sus guardias pretorianas con los propios empleados públicos de plantilla. Nadie se atreve a meter mano a su propia clientela política, y así, nadie desde esa órbita se va a ganar la confianza de una ciudadanía hastiada de tanto enchufe y despilfarro.