Las razones de Nacho González para entregar su organización al Partido Popular ya son conocidas por todos: van desde la cuestión puramente económica (no queda ya dinero para hacer una campaña electoral) a la puramente táctica: nos conformamos con las migajas que caigan del árbol del maná que les tienen prometido. Y el maná es estar arrejuntadito con el partido político que va a mandar dentro de poco en todas las instituciones del Estado, incluyendo el Consejo General del Poder Judicial, y por ende, el Supremo, donde se residencia desde hace poquito el pleito judicial de Las Teresitas. Por la parte de Soria, los intereses parecen ser puramente electoralistas: el presidente del PP canario quiere presentarse ante Mariano Rajoy con una tarjeta de nueve bajo par, nueve diputados de quince posibles, y para eso necesita más votos de los que inicialmente ya prevé, que son un montón. Le interesa, además, tener atado corto al CCN para que no respalde una hipotética moción de censura contra José Miguel Bravo de Laguna en el Cabildo de Gran Canaria, lo que quebraría las nada disimuladas intenciones de CC, NC y el PSOE. Y, en menor medida, al presidente del PP canario le apetece mucho dar una buena mordida en La Gomera a Casimiro Curbelo, para lo que no ha dudado en fichar a dos pesos pesados locales, Esteban Bethencourt y Javier Trujillo, antiguo lugarteniente del todopoderoso presidente del Cabildo gomero. Pero quizás no haya calculado Soria los perversos efectos que un acuerdo así pueden tener sobre el electorado conservador de Tenerife, en gran medida harto de Coalición Canaria (y de sus socios), pero especialmente irritado con el daño moral, económico y hasta patriótico que le ha infligido el comportamiento de clanes como el de los González en cuestiones como Las Teresitas.