Los estímulos no cotizan, ni en Bolsa ni ante Hacienda, por lo que no hay recibos ni nada que demuestre que existieron. De ahí que nadie se ocupara en hacer las correspondientes gestiones para que las cuadrículas fueran cedidas al dueño del suelo. Hasta que un día, por eso de que esto es un pueblo chico (infierno grande) y todos terminamos tropezando tarde o temprano, coincidieron los tres protagonistas de la historia: el patrono, El Ladrillo y el enterado plateado. Y surge, cómo no, la conversación acerca de las dichosas cuadrículas; uno que se pone colorado, el otro que no sabe de qué estímulos del demonio le están hablando, y el que aflojó los estímulos, que se calienta y la arma. Fue el principio de lo que ha venido después, porque el hombre fue sumando por aquí, restando por allá, husmeando en las subvenciones y preguntando por el resto, y llegando a conclusiones claras y contundentes. El final de la historia está aún por escribir.