Parecían más fuertes hasta hace poco el presidente de La Caja, Antonio Marrero, y el director general de la entidad, Juan Manuel García Falcón. Juraron no volver a someter a la entidad a otras decisiones que no fueran las más convenientes para ella, y han incumplido su promesa. Juraron huir de las presiones políticas o interesadas, y han traicionado su propia palabra. Se han rodeado de asesores internos y externos que no han hecho otra cosa que convertirlos en grotescas marionetas que tratan de hacer valer que mandan únicamente aplicando el autoritarismo con la parte más débil del engranaje, los trabajadores. Son tan pobres de espíritu y tan dependientes de los que realmente mandan allí y no debieran, que son capaces de ir a decapitar a este medio de comunicación sólo porque se lo ha ordenado Mauricio, ante quien se postran cada mañana en patético ritual.