Hemos hecho un barrido rápido por todas esas entrevistas radiofónicas y hemos comprobado dos cosas grandiosas. La primera, que los cursos de oratoria que todavía debe estar recibiendo la consejera de Turismo empiezan a dar sus frutos. Sus frases ya tienen coherencia, la que corresponde a su discurso político, claro, y suelta menos patadas al diccionario y a las reglas de la gramática. Todavía tiene que pulir pequeños detalles, muletillas tontas, como decir que está “preocupada por todo lo que se nos acontece en el mundo turístico”, o suprimir la ene final a la palabra nadie, que no la lleva, aunque ese nadie sea multitudinario. Políticamente, y en segundo lugar, es destacable cómo la consejera aplica el manual de sacudirse las pulgas: nada es de la competencia del Gobierno (crisis de Spanair, de Fred Olsen, de los hoteles ilegales en Lanzarote, la caída del turismo...) salvo cuando pintan oros y se columpia en la autocomplacencia que es un gusto.