Si la memoria no nos juega una mala pasada, creemos recordar que unos restos de Concavenator corcovatus pudo ser visto hace unos miles de años en lo que hoy es el cruce entre Moya y Cabo Verde, muy cerca de las canteras de piedra natural que llevan ese mismo nombre, en Gran Canaria. O Canaria, en función de cómo se mire. Era, según los cronistas, un carcadorontosaurio que también presentaba envidiable joroba y, al igual que don Pepito, se daba unos aires de grandeza únicos en la comarca. Cuentan que tuvo numerosa descendencia que se fue instalando hacia las zonas más templadas de la isla, hasta llegar a establecerse en el barranco de La Aldea. Durante una violenta erupción volcánica, un núcleo de habitantes de este tipo de dinosaurios nadó hasta la cercana Tenerife, estableciendo allí una pequeña colonia que muy bien podría ser el germen de este señor de Cuenca que han bautizado con el nombre de Pepito.