Alberto Hernández, el jefe de la Guardia Municipal de Las Palmas de Gran Canaria cuando el golpe de estado del 36, tenía todas las papeletas para ser fusilado por los ganadores de la guerra. Participó en la vigilancia del general Franco en el hotel Madrid tras el levantamiento militar de Marruecos, para acuartelarse posteriormente en las casas Consistoriales. Días más tarde se presentó en la Comandancia Militar de Las Palmas al frente de trece guardias municipales, pero acabó retirándose sin disparar una sola arma. El jefe de la Guardia Municipal era, además masón, lo que en aquellos cuarenta años de oscurantismo también equivalía a la alta traición. Pertenecía a la logia Andamana y por eso este viernes en su homenaje póstumo había varios masones emocionados en la plaza de Santa Ana.