Con su bigote absolutamente geométrico, casi se diría que cortado con regla y compás, y retando a la maldición del gafe televisivo con una corbata amarilla impropia de este tipo de debates, el expresidente canario supo seguir el ritmo marcado por López Aguilar de modo inteligente y chispeante. Roldós no pudo con esa velocidad frenética, ni se lo permitía su preparación del debate ni las archiconocidas e inútiles notas que algún enemigo le debió preparar para que se estallara por completo. La candidata del PP fue absolutamnete consciente en todo momento de su inferioridad en todos los sentidos, lo que le llevó a poner unas caras que iban de la antipatía al miedo, pasando por la impotencia y rozando incluso el amago de llanto. No era su debate, ni fue su noche.