Tenía hasta ahora ganada fama de energúmeno el vicepresidente del Gobierno, José Manuel Soria, tan sólo en privado. Es de los malos jefes que se encochina y levanta la voz en plan malcriado y en tono amenazante a sus colaboradores cuando las cosas no salen como él quiere. Pocas veces se le puede ver en público con la pinza suelta, vociferando o haciendo desagradables aspavientos más propios de un camionero al que se le revienta un neumático. Fuimos testigos de una de esa pérdida de papeles en público el pasado mes de junio, a la puerta del Juzgado de lo Penal número 5, cuando exigió a su abogado que empurara al empresario que acababa de declarar ante la juez que el mismísimo, dignísimo e intachable vicepresidente del Gobierno le había presionado en el caso Isolux. El otro día volvió a desbarrar en la inauguración de Canarias7.