Tómenselo en serio. Si pueden evitar volar con Spanair, evítenlo, y se ahorrarán un millón de disgustos en las formas más variadas que imaginarse puedan. La compañía aérea parece empeñada en profundizar en su especialidad, que no es otra que joderle la vida a los canarios, como ha quedado suficientemente acreditado en los últimos tiempos. Pero no les hablamos en estos instantes de esas negligencias que se investigan en sede judicial para encontrar a los responsables de la muerte de 154 personas en un fatídico vuelo en el que todo falló, empezando por la calidad de la propia aerolínea y su dudoso respeto por la seguridad. Les estamos hablando de que, lejos de haber aprendido de esa terrible lección, lejos de enmendar los errores para que no haya el menor atisbo de duda, la compañía trabaja día a día por demostrar que es capaz de empeorar y de alcanzar niveles miserables. Les vamos a contar cómo Spanair estropeó el fin de semana de decenas de grancanarios que sufrieron la baja calidad que en mantenimiento, puntualidad, capacidad de reacción, hadling y atención al cliente presenta esta calamitosa empresa. Entre otros afectados, un grupo de niños y niñas que acudían a Madrid al campeonato nacional de esgrima.