José Miguel Martín, autor de 'Canarismo': “Debemos concebir el macrorrelato del canarismo como una corriente política propia, del país, no importada”

Portada del libro 'Canarismo. Sobre nacionalistas y otras especies amenazadas'

Jorge Stratós

27 de junio de 2022 11:50 h

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Desde hace unos días está en las librerías Canarismo. Sobre nacionalistas y otras especies amenazadas, un libro editado por Tamaimos del que es autor José Miguel Martín, filólogo y antropólogo, coordinador de la asociación Canarismo y Democracia (CyD). Una obra que supone la recopilación de artículos y reflexiones de los dos últimos años sobre un concepto sociopolítico, el canarismo, con antecedentes en el tiempo pero que ha adquirido mayor relevancia en el periodo reciente. En su epílogo se reproduce una entrevista conversada entre el autor y Jorge Stratós (heterónimo de Pablo Ródenas), De la necesidad de un buen canarismo, de la que ofrecemos aquí un extracto.

-¿Cómo hay que entender en la forma y en el fondo el canarismo? Y, en concreto, se quiera o no, ¿es el canarismo una manera nacionalista de hablar del presente, pasado y futuro de Canarias, del pueblo y de la ciudadanía canaria, al margen de que se haga con mala fe y de modo distorsionado o no?

Creo que debemos concebir el macrorrelato del canarismo como una corriente política propia, del país, no importada; acaso la única nacida aquí, además del insularismo, aunque esto último requeriría muchos matices de otro tipo. Esto no quiere decir que el canarismo nazca de la nada. Soy plenamente consciente de que son muchos sus ingredientes y, sin ánimo de agotar la discusión, el nacionalismo es uno de ellos, pero, en mi opinión, este ha sido bastante menos importante de lo que se cree. Me explico: desde una concepción pluralista del canarismo, es fácil identificar que ha sido el autonomismo la tendencia hegemónica desde 1993, hito en el que yo sitúo el “nacimiento” del canarismo digamos “moderno”, con aspiraciones a “gobernar”. Seguramente lo seguirá siendo durante algún tiempo. Estaremos de acuerdo en que no puede haber nacionalismo sin construcción nacional y de esto último ha habido más bien poco. Entonces, reconocerlo es el primer paso para avanzar. No podemos hacernos trampas al solitario. Creo que todo esto se trató suficientemente en los artículos de este libro, así que no insistiré en ello.

A partir de ahí, no veo el canarismo tanto como “una manera nacionalista de hablar de Canarias”, sino como una perspectiva “situada”, inequívocamente canaria. En otra época no muy lejana hubiera dicho “perspectiva autocentrada”, pero es un término problemático puesto que sus excesos “autárquicos” han sido bien descritos por la psicología. Desde dicha perspectiva situada, se mira, se habla, se teoriza y se interviene en Canarias desde Canarias, y no partiendo de fuera de ella, entendiendo “fuera” no necesariamente como una categoría espacial, sino también como una perspectiva excéntrica, alienante, que con tanta frecuencia se da también en las Islas. Invita, por ejemplo, a repensar la tradición cultural y política canaria de manera crítica pero desde nuestros propios parámetros, lo cual obliga a enunciar categorías propias y apropiadas y cuestionar la validez de las categorías ajenas e inapropiadas, importadas con ignorancia atrevida. No sé si es necesario insistir en que no se trata en absoluto de una especie de “aislacionismo cultural o teórico”. Pero, frente a la importación acrítica de perspectivas epistemológicas positivistas, el pensamiento situado, además de transversal, puede gozar de alguna ventaja si somos capaces de desplegar todas sus potencialidades. Tal vez haya quien considere esto último una suerte de “sacrilegio”, pero me inclino con prudencia por considerar estas aportaciones del pensamiento feminista y decolonial como uno de los ingredientes que fundamentaría un pensar canarista. 

-¿Pero qué formas debe adoptar el canarismo como doctrina y movimiento de lo canario?

Les confieso que no sabría cómo abordar el asunto de la “forma” sin referirme al PAE (Partido de Amplio Espectro) pero, por ahora, baste decir que no concibo el canarismo como un reducto ideológico para minorías o cúpulas ensimismadas, hiperideologizadas o similares. Debe ser un espacio-movimiento amplio, de carácter popular, masivo, que no caiga en la trampa de encerrarse en compartimentos estancos, sino que busque constantemente ensancharse en el seno de la sociedad canaria a través de su autodefinición y constitución, que asuma ese riesgo. Por tanto, debe combatir cualquier reduccionismo ideológico, territorial, sectorial, etc. Tiene que asumirse en todo momento como un fenómeno de carácter nacional, en el más amplio sentido del término, lo cual no es ni mucho menos contradictorio con albergar una visión claramente pluralista de la sociedad canaria. Y también tiene que asumir como tarea fundamental construir un sujeto político que, si bien no es enteramente nuevo, ha estado latente durante demasiado tiempo; con falta de autorreconocimiento, desarticulado, fragmentado y, en general, poco dotado de herramientas para concebirse a sí mismo de forma activa, más allá de la concentración en unas siglas o la adhesión a una vaga idea de la canariedad, con la tendencia a limitarse a la defensa de algunos de los intereses (económicos) de Canarias, y poco más. 

Pero volviendo al asunto del nacionalismo: como nacionalista que soy a mi pesar, creo que sigue pendiente la (auto)crítica al nacionalismo (canario), que debe partir indefectiblemente del reconocimiento de su papel residual en la nación canaria actual. El nacionalismo canario no tiene un proyecto creíble de largo plazo, ni marca la agenda política de ninguna manera. Tal vez, cuando culminemos ese ejercicio de honestidad intelectual, encontraremos más útil y conveniente dedicarnos a la tarea de resignificar el canarismo antes que a la de vestir con nuevos ropajes esa ideología nacionalista europea del siglo XIX, en cuyo nombre se han cometido tantas barbaridades. 

Temo haberme desviado de la pregunta pero aún quiero compartir una última reflexión acerca de la “mala fe”, las “distorsiones”... Bien, en este tiempo nuevo e instituyente, yo hablaría más bien de apropiaciones, utilitarismos, simplificaciones…, aunque no me preocupan especialmente. Tal vez sea hasta necesario siempre y cuando no generen graves interferencias que hagan imposible el proceso de resignificación. Como creo que digo en otro sitio, el canarismo no (re)nace para convertirse en un texto sagrado y, forzosamente, va a ser interpretado de diversas maneras. Ya llegará un momento de menor entropía en el que el significado se asiente razonablemente sin aspirar a la perfección ni a la eternidad. Asumamos entonces como premisa que el canarismo debe estar en permanente transformación y conocerá con toda seguridad ciclos de gran dinamismo junto a otros de mayor estabilización, fases de mayor o menor demanda de autogobierno, etc.

-Una sociedad como la canaria, que tiene los principales centros de poder estatal cuantitativa y cualitativamente tan distantes, debe articularse interna y externamente con sencillez y claridad, pero teniendo en cuenta los diversos modos de concebir lo social y el poder. Abstrayendo mucho, deberá articular dos tipos de concepciones pluralistas: por una parte, las distintas concepciones ideológicas (valores, principios, fines, objetivos…) que se mueven a lo largo del segmento horizontal que une los polos izquierda y derecha (en los que se prefiere más o menos “igual libertad para todos”), y, por otra parte, las diferentes concepciones políticas (sobre el Estado, la nación, la democracia…) que se deslizan por el segmento vertical que une los polos arriba y abajo (preferencias por la primacía de la “soberanía estatal” o de la “soberanía nacional”, etcétera). ¿Terrero histórico-social antes que tablero jurídico-político, o a la inversa? 

Surge así la idea-tipo de una sociedad canaria democrática y pluralista que debe reconocer el derecho a la presencia en su seno de una tipología de espacios diferenciados, una especie de cuadrilátero con al menos cuatro ámbitos correlacionados: arriba-izquierda (estatalismo progresista), arriba-derecha (estatalismo conservador), abajo-izquierda (nacionalismo progresista) y abajo-derecha (nacionalismo conservador). Las proporciones con las que se distribuye la ciudadanía canaria real en cada momento en esos espacios son y serán cambiantes, porque la dinámica histórica varía en función de las diversas circunstancias y acontecimientos, pero siempre deberá haber la opción democrática de ocupar con libertad cualquiera de esos ámbitos (porque, caso contrario, estaríamos hablando de una sociedad insuficientemente democrática). Hay un solo límite en este simple modelo de una Canarias democrática: no se puede tolerar la intolerancia antidemocrática, porque de lo contrario la democracia misma podría perecer. A partir de ahí la cuestión que se abre es: ¿cómo se debe autogobernar lo público canario? 

¿Cuál sería la centralidad y hegemonía a la que debe aspirar un buen canarismo transversal? ¿Solo a los espacios “de abajo”, del nacionalismo, difuminando además las diferencias entre progresismo y conservadurismo? ¿Debe ignorar un buen canarismo Ia verticalidad, es decir, despreciar el tener una concepción propia del estado y del poder, de la dominación y la colonialidad, de la extraversión económica y el asimilacionismo cultural? ¿Hasta qué punto es sano para nuestro pueblo vivir en la ambigüedad impuesta, cultivada a base de tópicos, eufemismos y posverdades (que es la eufemística manera de llamar en estos tiempos a la mentira y el engaño), rasgos de la vida pública actual que nos impiden tomar consciencia de nuestra cruda realidad? 

Son muchas preguntas y voy a tratar de sintetizar. Entiendo el eje de coordenadas y abscisas que propones como una simplificación, con un propósito pedagógico, de una realidad que es bastante más compleja. Creo que una rosa de los vientos, con sus treinta y dos rombos irregulares, se acercaría más a las múltiples opciones que podemos encontrar en la sociedad canaria con respecto a las cuestiones políticas e ideológicas. Aun así, tendríamos que admitir que las personas no somos completamente coherentes en cuanto a nuestras visiones sobre el mundo o Canarias… Es frecuente encontrar gente que es conservadora en lo político pero de ideas avanzadas en cuanto a la moral. O que, por ejemplo, vive su canariedad con mucha intensidad, autenticidad y no por ello vota a partidos canaristas; por no hablar de esos casos que todos conocemos de gente que proyecta una imagen de sí misma muy progresista y en su vida personal o laboral no lo es tanto. Y todo dentro del dinamismo histórico de cualquier sociedad que bien recoges. 

Dicho esto, creo que el canarismo debe hacer honor a su propia pluralidad y cultivar una forma de ser y estar que se enraíce principal pero no exclusivamente en la parte inferior del eje que propones. Es decir, en los recuadros que llamas “nacionalistas” y que yo prefiero llamar “canaristas”. Sin embargo, no debe renunciar a ocupar espacios fronterizos donde se pueda cohabitar razonablemente con sectores del españolismo menos agresivo o anticanario. En este punto creo que habría que hacer alguna distinción: no me refiero ahora exclusivamente al sistema de partidos canaristas que existe en la actualidad, cuya frontera más definida parece ser la de “no pertenencia a estructuras situadas fuera de Canarias”, con las siglas que todos conocemos: CC, PNC, NC, etc. Más bien llevo en mente al canarismo en tanto que aspiración que vaya más allá de dichos partidos y se propague a lo que hoy describiríamos como el “sistema de partidos sucursalistas”. Esto nos llevaría a plantearnos si sería posible que algún día tanto el PSOE como el PP asumieran el canarismo y eso les llevara a ser más autónomos de lo que lo son actualmente. A mi juicio, esto sería muy deseable pero estamos lejos de alcanzar ese objetivo por muchas razones. Este tema es de mucho interés pero no me quiero desviar porque aún tengo que contestar a tu pregunta acerca de la difuminación entre progresismo y conservadurismo. 

En primer lugar, tengo que decir que esa difuminación se da de hecho al margen de lo que el canarismo pueda decidir u opinar al respecto. Aunque siguen existiendo, digamos, visiones del mundo, de la sociedad, la economía… contrapuestas, todos hemos visto cómo durante la reciente pandemia esas fronteras se han desdibujado bastante. Por ejemplo, hemos contemplado cómo gobiernos estatales con partidos conservadores e incluso liberales al frente propugnaban un papel del Estado en sentido fuerte, intervencionista, como único actor capaz de gestionar una coyuntura tan extraordinaria, de organizar la solidaridad compleja, a gran escala, etc. También hemos visto a partidos y gobiernos considerados progresistas, en otro contexto histórico, externalizar compulsivamente servicios en aras de la eficiencia. Es un fenómeno que Mariana Mazzucato retrata bien a cuenta de la involución del sistema de salud público británico (NHS). Sabemos hace tiempo que los partidos políticos gustan de proyectar una imagen de sí mismos como fuerzas adheridas a un universo ideológico propio que muchas veces abandonan en aras de lo que Pablo Utray llama un “realismo claudicante” o, simplemente, la gestión tecnócrata de los asuntos cotidianos. Y, finalmente, hay que reconocer que cuando se leen estudios en los que la sociedad canaria aparece retratada como “progresista” y en los que, por ejemplo, atribuye mayoritariamente a la inmigración un papel negativo sobre la economía de las Islas, debe uno plantearse qué se entiende realmente por “progresista”. 

Hechas todas estas salvedades, opino que el canarismo no puede —en una tierra con los índices de pobreza, paro y desatención social como la nuestra— permitirse ser conservador. ¿Qué es lo que habría que conservar exactamente? ¿Las causas de su atraso histórico? ¿La subalternidad en la que el nacionalismo español nos ha querido colocar desde hace siglos? El canarismo debe vincularse a ideas avanzadas de progreso, sostenibilidad, justicia social, igualdad de género, libertad, respeto a las minorías, etc. Son esas ideas las que han hecho evolucionar a las sociedades más desarrolladas y a las que nos gustaría parecernos. Son precisamente esas ideas las que, en buena medida, motivan la inmigración proveniente del continente africano (no entro ahora en la que viene de Europa...). El canarismo no puede adherirse a visiones en las que el individuo permanezca a la intemperie, al albur de lo que la economía más salvaje y desregulada quiera disponer. Debe haber flexibilidad, gradualismo, ciertas dosis de realismo no necesariamente claudicante, mucho más análisis y reflexión… pero también debe existir una rosa de los vientos, que indique un rumbo para que el canarismo no se pierda en la indefinición o el oportunismo político y la falta de integridad que este conlleva.  

Al principio de esta conversación me referí a dicho rumbo como “la defensa del interés general”. Dicho de otro modo, los canaristas debemos cuidar de nuestra gente, de nuestra tierra, procurar un modo de vida que permita perseguir el ideal de la búsqueda de la felicidad en libertad. A partir de ahí, creo que se abre la disputa por el sentido común o por desplazar el centro de gravedad de la agenda y el debate político hacia posiciones profundamente democráticas, vertebradoras de un sentido de comunidad nuevo, hacia otra forma de relacionarnos entre personas donde la responsabilidad para con el otro aparezca en primer término. En otras palabras, conseguir que todas esas ideas avanzadas no estén exclusivamente vinculadas al proyecto político del canarismo ni a ningún otro, sino a la sociedad en su conjunto y, por tanto, sean incuestionables.

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