Un templo del vinilo

Melomanía a 33 revoluciones por minuto. Pablo Gallego repite el ritual decenas de veces a lo largo del día. Elige un disco, lo saca de la funda, limpia su superficie, lo deposita sobre el tocadiscos, coloca la aguja y disfruta de la música, de sus matices, de “su pureza y su definición”.

Este uruguayo afincado desde hace 8 años en Las Palmas de Gran Canaria regenta desde hace dos y medio una tienda de discos de vinilo de segunda mano, la única de estas características en la capital. El nombre del local, 33 revoluciones, rinde tributo al elepé, la velocidad de grabación más común del vinilo. Aunque reconoce haber perdido la cuenta, Pablo acumula más de 30.000 discos en el establecimiento ubicado en el número 28 de la calle Cebrián, esquina con Pedro de Vera.

Su pasión por este formato va más allá de modas. “Hay quien quiere conducir coches clásicos o fumar en pipa, es clasicismo con un componente nostálgico. Ahora puede parecer una moda, pero hay gente que nunca lo dejó, yo entre ellos”, dice el charrúa, que en 2009 decidió trasladar la tienda virtual que había montado en Internet a un local físico donde poder almacenar el material.

Con la red como aliada, Pablo acude con frecuencia al mercado estadounidense o al alemán para adquirir lotes de lo que denomina “rarezas”, discos de las décadas de los 60, 70 y 80 que se perdieron entre la “masa crítica” del momento. Los precios de los vinilos oscilan entre los 2 y los 20 euros, en función de la dificultad para conseguirlos, aunque la media ronda los 8 euros. La música punk, la psicodelia, el garage o el rock progresivo y sinfónico son algunos de los géneros más demandados por un tipo de cliente “más exquisito, que busca algo especial”.

En los últimos tiempos, Pablo ha advertido un progresivo incremento de compradores veinteañeros. “Les gusta la música negra, el soul, el funk, el jazz. Son niños que escuchan, que pinchan, que buscan samplers para hacer hip hop o break dance”, relata. En cambio, la generación de los 70 busca, según el uruguayo, clásicos como The Beatles, Rolling Stones, The Who o Led Zeppelin, y algo de punk o heavy metal, mientras que la de los 80 está “más abierta porque quedaron en medio de todo”.

La mayoría de los clientes acuden al establecimiento seducidos por el halo de romanticismo que envuelve al vinilo. “La gente quiere tener algo coleccionable, que lo pueda poner en la estantería, con el valor presencial de un formato para el que, además, se hicieron portadas maravillosas, con diseñadores del nivel de Miró, Picasso o Warhol. El vinilo tiene mejor sonido que el CD y tiene todo su ritual”, defiende el uruguayo, que tiene una colección particular de alrededor de 1.000 discos y que admite que lo más difícil de su trabajo es conjugar su amor por el negro surco y la idea de negocio. “Desgraciadamente, tienes discos maravillosos de los que te tienes que desprender porque, si no, no puedes mantener el local”.

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