Personalmente, no tengo problema en admitir que mi vida ha girado, en gran medida, alrededor de la música y las canciones del grupo sueco, de igual modo que tampoco tengo problema en admitir que la canción que menos me gusta es aquélla con la que ganaron el festival de la canción europeo, aunque su impronta y puesta en escena sí que lograron despertar mi curiosidad, todo sea dicho. Para bien o para mal, las modas y los modismos, como muy bien canta Roberto Carlos en su canción, nunca han terminado por condicionar mis gustos y mucho antes de que las canciones de ABBA se volvieran a popularizar -gracias al musical Mamma Mia y después, merced a sus dos adaptaciones cinematográficas- The winner takes it all (21 de julio 1980) era y es una de mis canciones favoritas.
Por dicha razón acabé leyendo todos los libros que encontré en aquellas instalaciones, mientras era el responsable de una exposición que había organizado en el “Open space” de la biblioteca. Y fue en uno de aquellos libros, el que ofrecía la información más actualizada, donde descubrí la existencia del Museo ABBA, el cual se encuentra situado en la ciudad de Estocolmo, a poco más de una hora de viaje desde Helsinki.
Y si bien esta sección se sustenta, a nivel argumental, en contar aquellas cosas que suceden en la ciudad de Helsinki y en sus alrededores, aunque se puedan incluir eventos que sucedan en otras ciudades finlandesas, no es menos cierto la relación que existe entre ambos países y la retroalimentación que ambas sociedades mantienen, a pesar de haberse separado a principios del siglo XIX. Además, la impronta de ABBA es muy palpable en esta ciudad, al igual que su legado, tanto al escuchar la radio diaria, como al ver la programación del teatro sueco de la ciudad de Helsinki o sufrir en carne propia lo difícil que pudo llegar a ser -durante las primera semanas- conseguir una entrada para ver las dos adaptaciones cinematográficas del musical ABBA.
Este verano, durante la segunda quincena del pasado mes de julio, me trasladé a la ciudad de Estocolmo y, gracias al buen hacer -y profesionalidad- de la responsable del área de prensa y relaciones públicas del museo, pude visitarlo y darme cuenta del tirón que dicho espacio está teniendo, aunque muchos opinen que aquel lugar debería llamarse “Espacio temático”, “Showroom” o “escaparate para que luego te compres algún recuerdo en la tienda que se encuentra a la salida”, y no “museo”, propiamente dicho.
En realidad, el espacio en sí, pequeño, pero muy bien utilizado, pretende encapsular determinados momentos en la vida del grupo, ya fuera mientras estaban trabajando en el estudio de grabación, estando de gira o descansado entre actuación y actuación. La visita, tras una suerte de introducción que se proyecta en una pantalla dispuesta a tal efecto, empieza con un recorrido por los orígenes de los cuatro componentes del grupo, algo que, normalmente, se suele obviar y que forma parte de la labor de divulgación de cualquier espacio de estas características. Otro escenario que está muy bien resuelto es aquel que reproduce su victorioso paso por el tan cacareado festival de Eurovisión, evento que goza de una segunda juventud gracias a la transgresión de otro grupo nórdico, liderado por el inimitable Lordi, hace ya más de una década. Junto a una reproducción de los trajes, instrumentos y la misma estética “made in” años setenta del pasado siglo XX y que marcaron la actuación de grupo, también hay espacio para poder ver recortes, portadas y páginas de revistas que se hicieron eco del suceso, el cual pareció intrascendente y baladí, entonces, pero que luego demostró ser mucho más que el acierto puntual de cuatro desmelenados jóvenes suecos.
Una de las cosas que más me sorprendió mientras paseaba por las abarrotadas salas fue el ya comentado uso del espacio y, sobre todo, la transformación de elementos propios de un grupo musical, por ejemplo, una enorme caja para transportar el material necesario para el sonido en un concierto en directo en una suerte de vitrina que mostraba diferentes recuerdos de los conciertos que el grupo dio alrededor del globo, durante buena parte de los años en los que sus integrantes permanecieron juntos. Soluciones como éstas, la cuales sólo pretenden servir de apoyo y soporte a un discurso argumental son las que equiparan estas instalaciones con un museo convencional, además de los abundantes textos que acompañan todos y cada uno de los escenarios integrados dentro de aquellas instalaciones. Queda claro que los promotores de la iniciativa no se dejaron contagiar por la fiebre que está dictando que en nuestro país se organicen exposiciones despojadas de cualquier elemento literario, como si poner un texto obligara luego al visitante a leerlo. Ésa es una elección personal de cada uno y algunas reglas, por muy costosas que éstas sean, están para cumplirlas.
Otra sección que cumple, y de sobra, las necesidades de un museo al uso es aquélla que recoge una extensa recopilación de los trajes originales utilizados por el grupo durante sus actuaciones y las diferentes ediciones de singles y álbumes grabados por el grupo, en todos los idiomas imaginables -incluyendo las ediciones publicadas en nuestro país- durante el tiempo en el que permanecieron juntos (1972-1982). Poder verlos todos juntas, más los discos de oro obtenido por la venta de dichos discos, tampoco es una circunstancia fácil y mucho menos con lo parcelado, desvirtuado y mal organizado que está el mundo digital en la actualidad.
Se puede echar de menos una mención, con explicación añadida sobre el logotipo de ABBA y su diseñador Rune Söderqvist, en 1976 -hay un pequeño vídeo, pero muy escueto- y, si quieren ser más puristas, una biblioteca donde poder consultar la amplia bibliografía dedicada a la historia del grupo y sus canciones, la cual está poco representada en la tienda de recuerdos a la que hice mención anteriormente. Todo esto formará parte del fondo de la fundación que han puesto en marcha los responsables del espacio y, de seguir, la idea original se convertirá en el espacio ideal para poder desarrollar una labor de estudio y recopilación, labor que todo buen museo debe acoger.
Sé que al visitante vacacional poco le importa un espacio de este tipo -algunos piensan que los libros son elementos diabólicos- más si pienso en mis experiencias durante las horas en las que pasé tratando de leer los textos anteriormente comentados. Debo decir fue una labor titánica, dada la incapacidad de muchas personas por comprender las reglas de uso y disfrute de un museo cualquiera. Esto es lo que pasa cuando importa más presumir de dónde has estado que disfrutar, de veras, del lugar en sí.
Dicho esto, al museo le vendría muy bien un lugar donde poder conocer la verdadera influencia de un grupo musical que, según las fuentes consultadas, ha logrado vender más de 400 millones de discos y formar parte de la banda sonora de varias generaciones. Imagino que en las universidades suecas habrá más de una y dos tesis doctorales sobre ABBA y tampoco estaría mal poder consultarlas, además de recortes de prensa, críticas en revistas especializadas, documentales, entrevistas en radio y televisión y todo aquello que se va acumulando dentro del engranaje del mundo de la música contemporánea. Además, lo lúdico y lo académico no deben estar, ni mucho menos, reñidos. Como ya dije antes, disponer de una biblioteca en el museo no significa que haya que visitarla. Algunos sí que lo haremos… La mayoría, no, aunque ésa es también una elección personal.
Al final, un museo debe ofrecer no solamente un recorrido que se sustente sobre un determinado discurso argumental, soportado por un trabajo de documentación y adecuación al espacio en el que está situado, sino una experiencia visual y/o auditiva que logré seducir al visitante que se desplace hasta ayer. En este caso, se trata de transportarlos hasta los camerinos y el backstage de uno de los conciertos del grupo o devolverlos hasta aquella noche de sábado seis de abril del año 1974, mientras veían la final del festival de Eurovisión, atentos a la pantalla de aquellas televisiones que hoy nos parecen más una broma que la ventana por la que se podía ver el mundo cuando éramos más pequeños. Y el museo de ABBA lo logra, y con creces.
Otra cosa es su elevado precio de entrada, incluso para los estándares de un país nórdico, pero ésa es una consideración que cada uno debe valorar. Comparativamente, es mucho más barato comer en el restaurante, si se compara con los precios de otros establecimientos de las mismas características que visité durante mi estancia en Estocolmo. No obstante, el lugar tiene suficientes alicientes para visitarlo tanto si se es fan confeso del grupo como si se quiere visitar un lugar que figura en todas las guías de viaje que consulté, antes y durante mi estancia.
Eso sí, si pueden escoger, les recomiendo visitarlo en otoño y/o en invierno, dado que el visitante en dichas fechas dista mucho de ser el que llena el museo el verano, algo que, si te gustan este tipo de espacios, lo terminarás agradeciendo.
Para más información, por favor, consulten la siguiente página web: http://www.abbathemuseum.com/en/
© Elena Santana Guevara y Eduardo Serradilla Sanchis, 2018
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