Rita Barberá y las hienas
Pablo Iglesias se pasó unos cuantos pueblos al negarse a guardar un minuto de silencio por Rita Barberá. Cosa lógica si tenemos en cuenta que en las asambleas de Facultad la misma juventud de los participantes reduce, por no decir que elimina, por su juventud la posibilidad de contar con el difunto imprescindible para debatir si ese minuto de silencio es homenaje al muerto o acto de simple cortesía. Creo que la afición de Iglesias a montar números epatantes ha traicionado en esta ocasión las costumbres funerarias del país; como creo que su actitud lleva implícita la condena de Barberá por delitos de los que todavía no estaba acusada formalmente y no hay, por supuesto, sentencia. Desde luego, es difícil de creer que nada supiera Barberá de lo que ocurría en el seno del partido que controlaba, pero la simple sospecha no elimina el principio del in dubio pro reo, ni la presunción de inocencia, su pariente cercano. No creo que Iglesias le haya hecho favor alguno a su formación, sino todo lo contrario.
Con todo, en esa carrera de despropósitos hay otros corredores que van más rápido. El ministro de Justicia, Rafael Catalá, por ejemplo, ha culpado de la muerte de Barberá a quienes han dicho o escrito “barbaridades” sobre la difunta; lo que me deja en la duda de si pretende convencernos de que todo cuanto ha circulado es mentira o si se trata de un guiño para que los medios dejen de informar de lo que hay.
Desde luego, hay mucho atrevido por ahí largando en medios poco escrupulosos y ni les cuento de las redes sociales y lo que está tardando el Gobierno en adoptar medidas legales no de censura sino para que los medios respeten escrupulosamente de la veracidad de lo que se informa. Una correspondencia que, por cierto, ya contempla la ley y que, ya ven ustedes, ya debió de aplicarse cuando desde las filas del PP y su entorno acusaban de casi todo a Zapatero; entre otras cosas, nada menos que de actuar de consuno con ETA para el terrible atentado de Atocha con el objetivo de asegurarse el triunfo en las dramáticas elecciones de 2004. Desde aquella fecha hasta no hace los peperos las han largado de todos los colores contra sus adversarios políticos. Su contribución al clima de tensión, con episodios de evidente crispación desde que Zapatero les ganó, es algo que debería recordárseles cuando tratan de abrigarse con piel de cordero. Porque desde 2004 hasta prácticamente ayer no cesó el PP de culpar a los socialistas hasta de las pertinaces sequías.
Hay en el PP, por supuesto, gente que nada tiene que ver con esta forma de hacer política. Pero lo cierto es que quienes más mandan en el partido son los bocazas y los que se mueven aún, al menos sociológicamente, en los presupuestos del franquismo del que surgió en 1976 la Alianza Popular (AP), la de los “siete magníficos” que trató de aglutinar a las distintas familias del Régimen y la que daría paso, en 1989, al actual PP.
Un buen ejemplar de estos peperos “excesivos”, por decirlo suavemente, es Rafael Hernando, su portavoz en el Congreso. Un tipo muy apreciado por los escribidores a los que suele proporcionarles temas. Es de los que se crecen ante inconvenientes como el inesperado fallecimiento de Barberá. A nadie le cabe duda cuando debió afectarle que la pusieran en la tesitura de pedir la baja del partido; seguramente con la advertencia explícita de que se iba ella o la echaban sin más. Y sin devolverle los mil euros. Necesitaba el PP su cabeza para demostrar que no le temblaba el pulso en su lucha contra la corrupción y se la cobró. No sé si cabe eso de que nunca es tarde si la dicha es llega, pero es evidente que mucho se demoró el PP de emprender esa cruzada que, por otra parte, no sé si servirá de algo cuando el mal ya está hecho.
En fin: el hecho es que Rita Barberá cogió puerta, la enviaron al Senado para mejor defenderla donde ya pasó a la categoría de de “esa persona por la que usted me pregunta ya no pertenece al PP”.
Muchos/as, ya aliviados/as del peso de la ex Barberá, renegaron hasta decir basta de su ex correligionaria por orden de aparición ante el micrófono. “Esa señora ya no pertenece al partido”, repetían con un rictus en los labios que sugería si no desprecio, sí reprobación sin desmentir, desde luego, que había salido del partido por propia voluntad. Sin embargo, Rafael Hernando, que a eso iba, acaba de afirmar que el partido dejó fuera a Rita Barberá con intención de protegerla y que aun así “no dejaron las hienas de morderla”. ¿En qué quedamos? ¿Se fue o “la fueron”? ¿Y quienes son las hienas? No creo que se refiriera a quienes de dentro del partido la empujaron de modo que debe aludir a los medios informativos. Seguro que con una intención nada sana. Y no sé por qué barrunto que está pensando lo mismo que el ministro Catalá.
La manifestación de duelo que vivió Valencia el jueves parece indicar que para los valencianos era algo más que para el PP.
Una rebaja poco cosmética
El Gobierno de Clavijo se dispone a meter en los presupuestos una sustancial rebaja del Impuesto General Indirecto Canario (IGIC) a los productos de perfumería, cosmética e higiene personal. La rebaja del tipo impositivo de estos productos es, más bien, un rebajón de aquí te quiero ver, escopeta. Por lo visto, se pretende incentivar la venta de estos artículos a los turistas que son sus principales demandantes. Según Nueva Canarias (NC), que yo sepa el único partido que se ha ocupado del asunto, la medida supondría, de adoptarse, la renuncia de la Hacienda canaria al ingreso de unos 21 millones de pesetas que dejarían de aplicarse a la satisfacción de las necesidades de los canarios.
Este supuesto afán por agradar a los turistas me ha recordado los tiempos fundacionales, por así decir, del turismo de masas. Eran frecuentes las cartas a los directores de los periódicos e incluso los artículos de mayor empaque que señalaba el mal estado de las calle, la falta de pintura de fachadas, la escasez de jardines y el descuido con los pocos que había o la chiquillería suelta que acosaba a los turistas en plan guan peni tro pi yú. Clamaban contra todo aquello no en nombre de los isleños con derecho a tener una ciudad decente sino con el guineo de lo que pensarían de nosotros “los-numerosos-extranjeros-que-nos-visitan”. No creo, la verdad, que esos numerosos visitantes necesiten semejante rebaja lo suficiente como para que la agradezcan; pero me pregunto a santo de qué sale el Gobierno de Clavijo con semejante propuesta para que los turistas puedan comprar perfumes más baratos, según indica NC.
Está bien que NC salga al quite de estas cosas, pero creo que más interesante sería conocer algún estudio que refleje los costes que tiene para las islas el turismo que si es verdad que mueve su economía también implica costes. No estaría de más establecer cual es el punto de equilibrio, hasta donde llega la eventual desaparición de recursos irrecuperables y en cuanta medida se produce una redistribución de los beneficios turísticos a los que también contribuyen las inversiones públicas en infraestructuras que posibiliten o faciliten la actividad.
Los barritos de Trump
La palabra inglesa “trump” significa “triunfo”. Pero no en el sentido de la victoria de Trump sobre Hillary Clinton sino el relacionado con algunos juegos de cartas en que puede ser eso, triunfos, los oros, las copas, las espadas o los bastos. Podría, pues, sacársele punta al apellido del presidente electo de todos nosotros, pero ocurre que para tomarse uno ese trabajo necesita cuando menos tenerle alguna simpatía al personaje, que no es el caso. Y eso a pesar de que “trumpet” es “trompeta”, lo que no está mal para un personaje que no derriba muros sino que pretende levantarlos; además de aludir a los barritos, que así llaman los enterados los que para el común de los mortales son berridos de elefante; que es, justamente, el animal símbolo del partido republicano. Y siempre con el “trump” por delante traería frases tomadas de mi viejo diccionario como, por ejemplo, “they brought some trumped-up charges against her” (“Presentaron acusaciones falsas contra ella”) que pudiera referirse a Clinton aunque, la verdad, tampoco es señora de fiar; o “the Russian leader has player his trump card” (“El líder ruso ha jugado su mejor baza”). Y así unas cuantas más que podrían ser de aplicación. Si no fuera porque el Diccionario de referencia es del año del catapún, diría que sus autores son demócratas requemados.
Otras de las frases hace referencia a que ojalá dejara de darse tanta importancia (“own trumpet”) que, ya ven, parece que en eso ha hecho caso porque ya se le ve que va rebajando alguna cosilla de las muchas que prometió; que barritó, quiere decirse.
Soraya y Xi Jinping
Durante tres cuartos de hora, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría pegó la hebra con el presidente chino Xi Jinping en un hotel del sur grancanario. Venía el hombre de Latinoamérica y paró unas 20 horas en la isla donde comió paella y no le perdonaron las papas arrugadas con mojo. Dijo Sáenz Santamaría que China es un socio fiable y entre otras cosas se refirió a la posibilidad de acciones conjuntas en Latinoamérica. Lo que, ya ven, me trajo a la cabeza las preguntas del Gobierno español a Maduro por los opositores al régimen chapista; no porque esté mal preguntar, todo lo contrario, sino porque nada dijo de la pregunta que le hizo a Xi Jinping, seguro, sobre el paradero de Jiang Tlanyong, defensor chino de los Derechos Humanos que, según comunicara su esposa el miércoles pasado, despareció en la ciudad de Changsha.