Nos gusta desprestigiar al prójimo. Nos da igual sus circunstancias o si sabemos o no lo que le ha sucedido. Eso no importa. Lo importante es la saña, porque nos creemos por encima del bien y del mal. Nunca vemos nuestros errores. ¿Para qué si el otro falla más que nosotros? Es decir, que vivimos anclados en el “y tú más”. Que escribes blanco pero a mí no me gusta, a saco contra ti. Que escribes negro, lo mismo da. Lo importante son las ínfulas, la pompa, el boato. El decir aquí estoy aunque no seas nadie o, al menos, te creas más que otro. Lo que importa es clavar la aguja, hacer sangre. Zancadillear a la mínima posible. Porque somos humanos, y algunos –más que otros- envidian la condición del otro. Los hay rubios, morenos, altos, bajos, guapos, feos, que saben escribir o que escriben disparates. Somos lo que somos. Nuestra condición de púgiles nos lleva a noquear al adversario a la primera de cambio. Y si no, aprovechamos la coyuntura o el despiste y le quitamos la silla. Ya se sabe, el aburrimiento entretiene a los necios. (853 caracteres).