Detrás de los cristales, un chipichipi suave

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Carmen Díaz Alayón (Santa Cruz de La Palma, 1954) vuelve a sus inicios investigadores en el ámbito de la Lingüística con la publicación de la monografía El léxico de la lluvia en el habla de La Palma (Academia Canaria de la Lengua, 2022), que un ya lejano 4 de mayo de 1982 defendió en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna como memoria de licenciatura. Escrita bajo la dirección del profesor Ramón Trujillo, maestro de buena parte de los dialectólogos canarios formados en las Islas desde finales de la década de 1970, la obra original vio la luz parcialmente en trabajos posteriores publicados por su autora, como se muestra, por ejemplo, en el artículo «Nuevas aportaciones al léxico de la lluvia en La Palma», aparecido en la Revista de Filología de la Universidad de La Laguna (1983) justo un año después de la presentación del trabajo ante el tribunal.

La obra venía a continuar el estudio, ahora con nuevo método, de aportaciones anteriores al análisis del léxico palmero llevadas a cabo en su momento por otros dos investigadores fundamentales de nuestra habla: Juan Régulo Pérez (Garafía, 1914-La Laguna, 1993) y José Pérez Vidal (Santa Cruz de La Palma, 1907-1990). Desde entonces hasta hoy, Carmen Díaz Alayón ha orientado sus líneas de investigación dentro de los campos de la lexicología y la dialectología del español, con atención particular al español insular, además de la toponimia y la lingüística prehispánica canaria.

El habla palmera constituye la primera parcela de su interés por el estudio de los hábitos lingüísticos del Archipiélago, de manera que a este trabajo inicial continuó luego su tesis doctoral, Estudio de la toponimia menor de La Palma, defendida en 1986 y difundida en la versión simplificada Materiales toponímicos de La Palma (Cabildo Insular de La Palma, 1987), un trabajo que por su repercusión demanda desde hace años una reedición (igual que su manual El español de Canarias [1988], en coautoría con Manuel Almeida Suárez). En los últimos tiempos, todavía en lo que respecta a La Palma, se ha ocupado de los primeros analistas de la variedad del español hablado en esta isla, como Antonino Pestana Rodríguez (Santa Cruz de La Palma, 1859-Las Palmas de Gran Canaria, 1938) o Juan Bautista Lorenzo Rodríguez (Santa Cruz de La Palma, 1841-1908), contribuyendo así al campo de la historiografía. Igualmente, ha prestado atención a los estudios del siempre clásico José Pérez Vidal, dirigiendo el homenaje que la Universidad de La Laguna le tributó en 1993. Todavía en este campo, una de sus últimas aportaciones ha sido la fundamental puesta el día «El español de La Palma: una mirada a sus peculiaridades», incluida en Cinco mitos para cinco siglos: 525º aniversario de la fundación de Santa Cruz de La Palma (2020).

Miembro de la Academia Canaria de la Lengua, la Feria del Libro de Santa Cruz de La Palma ha querido sumar a su programa en la edición de este año la presentación de El léxico de la lluvia en el habla de La Palma en consideración al valor científico de este trabajo y al prestigio de su autora, considerada una de las máximas autoridades en el estudio del español de Canarias.

Víctor J. Hernández Correa. Pese al tiempo que ha transcurrido, tu memoria de licenciatura mantiene su vigencia, tanto por el método estructuralista que lo guía como por la obtención de los datos mediante la fórmula del trabajo de campo. En el prólogo a esta edición explicas que la «emoción» y el «asombro» han marcado este reacercamiento a tu primera investigación académica. ¿Qué rasgos científicos y humanos marcaron esta aportación? 

Carmen Díaz Alayón. Voy a empezar por las aristas humanas. La emoción y el asombro que siento ahora son lógicos. En esta publicación me encuentro, cuarenta años después, con la joven investigadora que fui y que estaba llena de ilusión y de proyectos, pero a la que le quedaba todo por hacer y todo por aprender. Sin duda alguna, en estas primeras encuestas en La Palma descubrí la belleza y el atractivo del estudio de la lengua y, desde entonces, no he hecho otra cosa que estar particularmente atenta a los comportamientos del habla insular.

También está la emoción que supone volver a reencontrarme, al menos en el recuerdo, con todas la personas que colaboraron con desinterés en este proyecto, como es el caso de los hombres y las mujeres que hicieron posible el trabajo de campo. Tengo que decir que aprendí mucho de ellos. Me mostraron generosidad, amabilidad, respeto, sencillez y amor por el trabajo bien hecho. Y aunque ya han transcurrido muchos años, para ellos siguen plenos mi gratitud y mi recuerdo emocionado.

Ni que decir tiene que me impresionó hondamente, también, el hecho de que ante mis ojos tomó cuerpo una isla nueva, entonces insospechada para una palmera urbana. Por fortuna, la dinámica de las encuestas me hizo dejar atrás las vías principales y fue así como me vi transitando muchas sendas que antes no había caminado, pero plenas de vida y de sorpresa. Descubrí lugares de una especial belleza.

También la emoción y la ilusión estuvieron presentes en cuanto a los niveles científicos. En mi investigación, trataba de comprobar sobre el terreno la forma en que la lengua funcional configura la realidad, es decir, el comportamiento de las estructuras semánticas y el funcionamiento de las relaciones opositivas que se dan en los paradigmas léxicos. Para ello, había elegido una parcela del léxico, el de la lluvia, que me parecía sumamente interesante. En este caso, de alguna forma me sentí invitada por don José Pérez Vidal, que ya había apuntado, en un artículo suyo de 1949, la riqueza terminológica de este campo.

VJHC. En relación al trabajo de campo, a la localización y a la selección de los informantes, ¿qué variables (edad, procedencia y residencia, inteligencia natural, instrucción, espontaneidad y género) tuviste en consideración? ¿Cuáles de ellas resultaron más relevantes en los datos y conclusiones finales? 

CDA. La elección de los informantes era una cuestión que me preocupó especialmente, sobre todo por la repercusión que esto pudiera tener sobre la calidad de la información obtenida y para ello establecí una serie de criterios. En cuanto a la edad, los informantes tendrían que estar entre los treinta y los setenta años, deberían haber nacido y estar residiendo en la misma localidad y estar dotados de espontaneidad e inteligencia natural. Nunca busqué personas con formación, sino que tuvieran mente clara y despejada. De la aplicación de estos criterios surgió la lista final de dieciocho informantes.

Y en cuanto a los informantes que aportaron más datos, como era de esperar, los informantes de mayor edad ofrecieron una mayor riqueza de unidades, mientras que los sujetos más jóvenes no presentaron semejante abundancia terminológica. Esto se puede explicar por el efecto uniformizador de la escuela. Las generaciones jóvenes han recibido una escolarización más prolongada y más completa que las generaciones anteriores, y ello se traduce en el abandono de elementos culturales, como es el caso del léxico tradicional.

VJHC. ¿Cómo pudiste llegar a individualizar la caracterización semántica de las voces del campo semántico ‘lluvia’ empleadas por los hablantes palmeros? Es casi como intentar medir las agujas perdidas de un pajar… Por otro lado, ¿a qué circunstancias (las propiamente lingüísticas, las culturales, las sociales, las geográficas, las climáticas) responde la riqueza léxica de un ámbito tan aparentemente vulgar (‘prosaico’) y a la vez tan cotidiano, tan presente, como este? 

CDA. Mi propósito era trabajar con la lengua funcional, tal y como iba a aparecer en los puntos de encuesta elegidos, tomada directamente de los hombres y mujeres que me ofrecieron su tiempo y su colaboración. En cuanto a la metodología empleada, tomé como base el conocimiento y la intuición que de la lengua tenían los hablantes y desde este punto de partida se determinaron una serie de elementos, o fórmulas hipotéticas, para representar a priori el contenido de los signos y la naturaleza de sus relaciones. De esta suerte, elaboré dos cuestionarios: uno de lexemas y otro de rasgos hipotéticos que la experiencia iba a validar o no.

En cuanto a la riqueza léxica de este campo, por un lado está directamente relacionada con los aportes culturales que ha recibido La Palma y las Canarias en general a través de los siglos. Por ello, no debe extrañar que haya voces de origen occidental ibérico, como por ejemplo lo vemos en la unidad cheire. Y, junto a esto, están las específicas condiciones climáticas. La Palma es, dentro del conjunto canario, la isla con el mayor índice pluviométrico, y este hecho, por descontado, tiene su traducción en la riqueza léxica relativa a la lluvia.

VJHC. ¿Cuáles son las conclusiones más relevantes de este trabajo en relación a la distribución geográfica de los materiales? ¿Qué diferencias más esenciales hay entre unas zonas y otras?

 CDA. En este caso, el factor Norte-Sur tiene un especial juego en la distribución geográfica de las voces. Por ello se observa, de forma clara, la presencia de sistemas más ricos en las localidades de la zona norte insular (Las Llanadas, Barlovento, Santo Domingo), mientras que los puntos de la parte sur (Las Indias, Las Caletas, Montes de Luna) aportan sistemas de menor cantidad de elementos. Como se puede ver, esto es un resultado lógico de la climatología insular, sin duda alguna. Las localidades del norte reciben mayor aporte de lluvia que las del sur.

 Si nos atenemos a criterios numéricos, el comportamiento distribucional en el espacio de las unidades estudiadas se puede agrupar en tres apartados. En primer lugar, existe un conjunto de elementos (aguacero, borrasca, cernido, chaparrón, chipichipi, chispitas, chubasco, diluvio, goterones, llovizna, manga, mojabobos, norte, rociada, tempestad, temporal y tormenta) que están presentes en la mayoría de los sistemas. Luego, algunas unidades se manifiestan en varias localidades, aunque no en todas (sereno, chinchín, choricera). Y, por último, determinados elementos se presentan como propios de una zona o localidad concreta (brisa, cheire, chumbo, garúa (o garuga), joriega (o juriega), melado, meladura, meluja, merojera (o melojera), miluriña, molariña, moliña, noriega, peluja, piojillo, salsero y sorimba).

VJHC. ¿Cuáles son las voces más ricas desde el punto de vista de su especialización y su riqueza semántica?

 CDA. Indudablemente, se han encontrado más voces que tienen que ver con la lluvia débil que con la abundante. Dentro de la lluvia abundante están, por ejemplo, aguacero, chaparrón, rociada, tromba, manga o mángara, goterones, tormenta, temporal, tempestad, por citar algunos. Dentro del subcampo débil podríamos mencionar cheire, chumbo, moliña, molariña, choricera, noriega, chuvichuvi, chipichipi, mojabobos, sereno, salsero, sorimba, y un largo etcétera.

Y en cuanto a los rasgos componenciales que presentan unos y otros debemos recordar que la estructuración interna del léxico no se hace con escuadra y cartabón, no presentan idénticas características en su configuración. El subcampo correspondiente a ‘débil’ manifiesta una mayor riqueza, como ya he señalado, no solamente en el número de unidades que acoge, sino también en una más cuantiosa y variada actuación de los rasgos y contrastes en la delimitación de aquellas. Sirva de ejemplo el esquema perteneciente a un elemento de cada uno de los subcampos: 

Subcampo ‘abundante’

Chaparrón: ‘abundante’ + ‘corta duración’ + ‘violento’ 

Subcampo ‘débil’

cheire: ‘débil’ + ‘larga duración’ + ‘suave’ + ‘con niebla’ + ‘con viento suave’ + ‘tiempo brisa’

VJHC. ¿Qué antecedentes investigadores tuviste en cuenta en esta memoria de licenciatura? ¿Qué te aportaron a la hora de contextualizar, de ordenar y/o de determinar el campo de trabajo?

CDA. El punto de partida y el responsable en cierto modo de que iniciara este trabajo fue el artículo de Pérez Vidal, «Nombres de la lluvia menuda en la isla de La Palma (Canarias)», publicado en la Revista de Dialectología Española en el año 1949. Este artículo me reveló la existencia de un número importante de cédulas lexicográficas referidas a este campo que, a pesar de haber vivido de manera ininterrumpida casi los primeros veinte años de mi vida, desconocía. Y eso despertó mi curiosidad.

Sin embargo, no era cuestión de hacer el mismo trabajo que había hecho 30 años atrás mi predecesor. Así mi investigación tendría dos innovaciones: por un lado, se ampliaría el campo de estudio a toda la lluvia en general, tanto al subcampo de ‘lluvia abundante’ como al subcampo de ‘lluvia débil’; y, en segundo lugar, se utilizaría una metodología diferente. Ahora no se trataba de recoger un listado de términos por orden alfabético y señalar el valor de cada uno de ellos, sino la de analizar y comprobar el comportamiento de la estructura interna del léxico elegido. En ese lapsus de tiempo había aflorado la semántica moderna con nuevas directrices en cuanto al significado. Tratar estas cuestiones supondría mi incorporación a una destacada corriente investigadora en relación con el estudio del significado. No debemos olvidar que es en la Universidad de La Laguna donde se dan los primeros pasos dentro de la moderna semántica en nuestra lengua y que la tesis de Ramón Trujillo El campo semántico de la valoración intelectual en español supuso el inicio de una nutrida sucesión de trabajos y proyectos.

VJHC. ¿Cuál es tu término de designación de la lluvia preferido? ¿Por qué?

CDA. No es que tenga un término preferido en la lluvia, me gustan todos. Creo que son una especie de pequeño milagro lingüístico y cultural. Si tuviera que elegir uno, probablemente me decantaría por mojabobos, por lo transparente que es al mostrar su valor de ‘lluvia débil, que aparentemente no moja, pero empapa’. Una cosa que me gustaría destacar es que en el habla palmera hay mucho léxico, no solamente referido a este campo, que no está presente en las otras islas. Como dato, si consultamos el Diccionario básico de canarismos, de la Academia Canaria de la Lengua, de las 4708 entradas, más de 300 presentan la marca geográfica exclusivamente de La Palma. Entre ellas están algunas del campo de la parcela de la lluvia, como moliña, molariña y gotoronada, pero también hay algunas de otras parcelas, como marquesote, coñobobo, perlujo, tolanco, gadaño, zamuro, merenguiño, entre otras.

VJHC. ¿Crees —como decía Pérez Vidal— que te dedicaste a estudiar «migajas caídas de las grandes mesas» o que el ámbito tiene realmente relevancia socio-cultural?

 Estoy convencida de que mi investigación tiene sentido y es útil para el conocimiento del habla insular. Trabajos como el mío y muchos otros de mis colegas son los que han convertido al español de Canarias en la variedad hispánica mejor estudiada. Y eso es un logro que nos debe enorgullecer. El habla de las Islas constituye una pieza muy destacada de nuestro patrimonio. Ya lo he dicho en más de una ocasión. El patrimonio cultural palmero no se limita únicamente a la arquitectura doméstica y religiosa, el legado artístico flamenco y las fiestas tradicionales. También está la lengua, que se ha modelado en el transcurso de los siglos, de una generación a otra.

Por eso, no creo que mi investigación sea una «migaja caída», como tampoco lo son las aportaciones de Pérez Vidal. Estoy segura de que todo, absolutamente todo lo que investigó y publicó nuestro querido don José nunca puede ser considerado de esa forma. Él los etiquetó así, pero esto es solo una muestra de su humildad especial y de su particular elegancia. Hoy nadie duda de que los trabajos de Pérez Vidal son piezas fundamentales para los estudios insulares y para otros niveles de los estudios culturales y etnográficos de nuestro país.

VJHC. ¿Qué trabajos en relación a la Lingüística y la sociedad consideras más urgentes? El palmero en particular y el canario en general, ¿siente actitud de aprecio hacia sus singularidades lingüísticas? ¿Crees que en su conjunto el canario conoce o tiene interés por saber más de su habla?

 CDA. No creo que se deba aplicar el término «urgente» en estos niveles. Lo que sí sería deseable es que esta labor que inicié hace algo más de cuarenta años tenga continuidad en nuevos estudios y contribuciones y que los jóvenes lingüistas tengan la iniciativa de buscar palabras en La Palma y de analizar los distintos comportamientos del habla en distintos niveles. Poco importa que los temas o parcelas que elijan ya los hayan considerado otros investigadores cincuenta o sesenta años atrás, porque la lengua no es algo fijo, inamovible, como creen algunos, sino que evoluciona. De ahí el interés del estudio lingüístico en cualquier nivel temporal.

En relación con los hábitos del canario por conocer su habla, yo creo que sí hay interés, de ahí la cantidad de consultas que llegan a la Academia Canaria de la Lengua, algunas de las cuales se han volcado al libro Dudas más frecuentes sobre el español de Canarias, que ya cuenta con dos ediciones (2015 y 2017). La gente quiere saber el significado que tiene tal o cual término. También los medios de comunicación están dedicando programas dirigidos a hacer partícipes a los ciudadanos por conocer y utilizar aquellos elementos y fenómenos que nos han caracterizado de siempre. 

VJHC. ¿En qué nuevos proyectos andas embarcada en estos momentos?

CDA. Continúo con la línea de estudios que siempre me ha caracterizado, tanto de orientación diacrónica como sincrónica. Ahora acaba de publicarse un trabajo en el que sigo la trayectoria de dos voces canarias, jable y malpaís, en varios textos del siglo XVII. Este artículo forma parte del volumen homenaje a nuestro querido y añorado José Antonio Samper, Studia philologica in honorem José Antonio Samper, publicado por Arco/Libros y la Academia Canaria de la Lengua y en el que participaron 47 especialistas de las universidades españolas y americanas, además de miembros de la Academia Canaria de la Lengua. Entre ellos hay artículos de sociolingüística, dialectología, lexicografía, pragmática, de enseñanza de la lengua y hasta de temática literaria. Yo me he encargado del cuidado de esta edición y, aunque tengo amplia experiencia en estas labores, para mí ha sido todo un reto dada la extensión de la publicación.

También he participado en el volumen Estudios y perspectivas de la toponimia de Canarias. Es una obra que reúne catorce trabajos de cinco especialistas (Carmen Díaz Alayón, Gonzalo Ortega Ojeda, M.ª Isabel González Aguiar, Francisco Javier Castillo y Narés García Rivero) con los que se quiere ofrecer un panorama general de los nombres de lugar del Archipiélago y de los hallazgos aportados por las investigaciones sobre ello. Las contribuciones iniciales del volumen recogen la evolución seguida por los estudios toponímicos en las Islas y el estado actual de estos, además de tratar los aportes lingüísticos que se detectan. Varios de los trabajos se adentran en las singularidades de la toponimia prehispánica, a los que siguen otros que plantean, desde perspectivas diferentes, un acercamiento a los materiales toponímicos de La Palma y Lanzarote. También se incluyen aportaciones sobre el Diccionario geográfico de Cipriano Gorrín, de 1816, que es el primer intento conocido de elaborar un inventario toponímico. Como es de esperar, no pueden faltar el tratamiento de las cuestiones metodológicas, de los problemas de etimología y ortografía y del nivel de la normalización toponímica, entre otros aspectos.

En cuanto a mis estudios en marcha, ahora le estoy dedicando mucha atención a la lengua de José de Viera y Clavijo (Los Realejos, 1731-Las Palmas de Gran Canaria, 1813). Ya he publicado un par de artículos en este sentido, mayoritariamente sobre cuestiones léxicas y ahora ahondo en otros niveles. La lengua del Arcediano posee un enorme atractivo. 

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