Voy a intentar ponerme serio, aunque para hacerlo tenga que inyectarme una sobredosis de la hiperrealidad que estamos viviendo, y pasar del ‘paracetahumor’ al simple paracetamol, aunque a mí me parece más o menos lo mismo, pues sigo creyendo que nada es más serio que el humor. Heme aquí que en una de esas improvisadas tertulias a pie de barra con un grupo de presuntos amigos nos preguntábamos cuál era la característica general, el denominador común de nuestro tiempo y de nuestra cultura. Uno que la tecnología, que móviles y ordenadores habían terminado con la cultura del libro, y que nos gustaba mucho más hacernos una foto con el autor que leer el libro. Otros que el consumo, otros que el pop, modos superficiales y pasajeros de entretenernos para engañar la muerte. Otro añadió que el control de los ciudadanos por el Estado a través de la burocracia, el ‘subvencionismo’ y el clientelismo político. Cuando me tocó a mí el refrán dije que nuestra cultura era esencialmente una cultura medicalizada, todos tomábamos algo para el dolor del cuerpo o del alma. Y los jóvenes, preguntó alguien que además me acusó de cínico, cosa que no considero un insulto, y les dije que los jóvenes para soportar la insoportable gravedad del futuro también recurrían a ciertas substancias. El que esté libre de química que levante la mano y si no miren la cola que hay en cualquier farmacia. Ahora mismo no me medico de nada, pero me gusta saber que hay pastillitas para cualquier emergencia. En fin, una cultura medicalizada y hay cosas peores.