La cultura no está de saldo
Se podría decir que el aprendizaje hoy en día es más autodidacta que nunca. Un elevado porcentaje de personas hacen uso de los tutoriales que se pueden encontrar en internet. Esto de por sí es bueno porque mucha gente aprende una diversidad de conocimientos muy amplia sin tener que seguir los caminos de la formación reglada. Desgraciadamente, también tiene su lado negativo. Este tipo de aprendizaje alternativo está generando una variable profesional imprevista; el intrusismo laboral. Tener un título no te garantiza los conocimientos para desempeñar un oficio, pero sí te enseña el esfuerzo y el coste material y humano que supone cada área de trabajo. El aprendizaje autodidacta genera muchos vacíos, una deficiente formación que es aún más dañina en el sector cultural y artístico. Como colectivo, las artes son un gran desafío que requiere una gran habilidad y miles de horas de perfeccionamiento, pero hoy quiero hablar de la profesión que las aglutina todas; ‘la gestión cultural’, un cajón de sastre que obliga a tener conocimientos de todas las disciplinas con el hándicap añadido que supone gestionarlas de distinta manera.
Un oficio que se lleva desarrollando hace varias décadas pero que aún es desconocido para una inmensa mayoría, desconociendo su formación, la importancia que tiene en la sociedad actual y no siendo valorada como merece. El intrusismo está bastante extendido en ella. Uno no se puede imaginar el intrusismo en otros oficios. Tampoco se puede imaginar esta intromisión en otros lugares como una clínica dental, ni pagarle a alguien que tenga un taller y no sea mecánico porque se me puede estropear el coche al día siguiente, tampoco quisiera que un falso asesor me buscara problemas con hacienda, esto entre otros muchos ejemplos de nuestra vida cotidiana. En cambio, en la cultura sí se permite, se normaliza y se alienta que personas sin la formación necesaria ofrezcan ciertos servicios y vendan proyectos depreciando su valor y su calidad. No siendo esto lo más grave, si nos adentramos en el análisis del uso correcto dentro de la deontología profesional.
Otro tema que me preocupa muchísimo más es cuando te reúnes con un responsable del área de cultura de una institución pública y te dice, por desconocimiento quiero pensar, que es muy caro o que si se lo puedes hacer por la mitad o incluso gratis. ¿Le dirías tú al dentista, me parece muy caro un empaste o me haces un descuento en la endodoncia? ¿Tendrías la cara o la desfachatez de intentar pasar la ITV sin pagarla? Pues en el sector cultural estas cosas ocurren. Devalúan el trabajo de los verdaderos profesionales de este sector porque mucha gente acepta todos estos recortes.
Otras preguntas que me hago son ¿por qué hay una partida expresamente concedida para cultura y de qué manera se está distribuyendo? A lo mejor un concierto tiene una gran afluencia pero, ¿qué aprende la sociedad en él? ¿cuánto se invierte en incentivar la lectura o el fomento del teatro? El éxito de una actividad cultural no debería valorarse por criterios exclusivamente cuantitativos. Obviamente, la música u otras actividades sociales como el deporte tienen más tirón, pero, ¿qué sociedad queremos para el futuro? ¿queremos seguir siendo los penúltimos en comprensión lectora o queremos que nuestros jóvenes del futuro establezcan un criterio propio para formarse y enfrentarse con herramientas poderosas en a los desafíos de esta vida? Todas estas preguntas generan una dicotomía en las respuestas. No debería permitirse que los eventos multitudinarios consuman todo el presupuesto de la cultura si queremos que una sociedad diversa sobresalga desarrollando sus habilidades artísticas y culturales. Tiene que haber un equilibrio.
Lo primero que se debería tener en cuenta es que un profesional de los Servicios Culturales tiene que pagar rigurosamente sus impuestos cada mes igual que cualquier otro profesional. Y esto es un tema que no entra en la cabeza de muchos. No se puede vivir del aire y no todas las personas que nos movemos en este sector somos una asociación cultural sin ánimo de lucro.
Con este artículo quiero poner en valor el papel que juega la gestión cultural y sus trabajadores en el entorno sociocultural. Ofrecer una cultura de calidad no es nada fácil y sin estos gestores experimentados y formados junto con una inversión institucional adecuada no podremos educar a nuestros adolescentes del futuro. Mentes ociosas que necesitan orientarse hacia el camino de la cultura y el arte para que no se conviertan en carne de cañón fácilmente manipulable por las informaciones en las redes sociales. La cultura no es un gasto y mucho menos un derroche, es la mejor inversión para el futuro, con ella se forman mentes, se crean muchos puestos de trabajo y mucha gente encuentra su vocación y el desarrollo personal con ella. Desgraciadamente es un área que no se aprecia como debe en muchos aspectos. La cultura en general y la gestión cultural en particular debe potenciarse y valorarse correctamente. Lo mismo pasa con los artistas. Las instituciones pagan auténticas ‘burradas’ de dinero por un concierto, pero en cambio, cuando vas a presentar un libro o hacer una exposición, confórmate con el espacio y con lo que buenamente puedas “vender”. No es digno, no es justo y no es grato. Los artistas también se forman, invirtiendo muchas horas de su tiempo en perfeccionar ese talento innato. Trabajar “por amor al arte” tiene que pasar a mejor vida. Todas las personas comen, pagan sus impuestos y tienen que pagar sus facturas cada mes. Por lo tanto, deben ser remuneradas correctamente por ese esfuerzo.
La gente debe ser consciente de lo que cuesta dinamizar y ofrecer servicios culturales. Un trabajo continuo tratando con personas, gestionando, estando operativo las 24 horas del día; en la calle, en la oficina, al teléfono, en una reunión, en un evento, en un medio de comunicación, en más de veinte mil lugares distintos donde estamos muchos y muchas realizando una labor para que la sociedad se cultive, despierte y progrese, esto “se paga, señores”.
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