Espacio de opinión de La Palma Ahora
Érase una vez un emprendedor…
En un lugar muy céntrico de mi ciudad, había un negocio de ropa. Tenían prendas de todo tipo… Pantalones vaqueros, camisas naranja tango, una colección italiana de foulard, pamelas para eventos estivales, chaquetas de cuero “del caro”.
Se trataba de la tienda de Okyar, un joven de padre sirio y madre inglesa, que nació en Granada, pero se había criado en Estambul. Era un muchacho valiente, emprendedor donde los haya. Todos los días se levantaba muy temprano, casi sin luz en la calle, se dirigía a su negocio para tenerlo “a punto” para su apertura. Abría a las 9:00 de la mañana, aunque sus primeros clientes siempre solían llegar pasadas las 10:00.
Una vez al mes visitaba a sus proveedores en un polígono industrial de una ciudad que tenía a más de 375 kilómetros. Respetaba “impepinablemente” el listado que llevaba, no le gustaba improvisar y/o comprar por impulsos, solo lo necesario.
Según me contaba, el número de sus ventas iba creciendo con el paso de los meses. Okyar se había ganado la fama de esa “simbiosis” comercial de “calidad-precio”, y parece que el mercado acudía casi sin necesidad de llamarlo. Imagínense, el sueño de todo emprendedor, “que los clientes le encuentren”, sin prácticamente hacer nada para cumplir esta premisa.
Le funcionaba muy bien eso del “buzz marketing” (ya saben, el boca a boca de toda la vida). Su ropa era diferente a la de la competencia más próxima, y eso, como les decía, pasaba de boca en boca como si se tratara del último cotilleo de “cuernos de barrio”.
Me cuenta que casi al año de estar abierto, puso un “córner” en su local dedicado al calzado; zapatos de caballero y señora que le facilitaba un proveedor de una tienda mayorista cercana.
Detectó que muchos clientes siempre venían con sus “más peques”, y prácticamente sin pensarlo, retiró su colección de foulard para dedicar ese espacio a moda infantil. Pocas prendas, pero variadas en marcas y calidades.
El local no era suyo, pero debido a las “multimarca” (y multiproducto) que fue introduciendo, hizo obra en la tienda, disminuyendo el espacio del almacén y ganándolo en comercio.
Cuando se enteró de que el local de al lado quedaba libre, amplió su negocio. La antigua frutería del barrio había cerrado sus puertas definitivamente después de 37 años. Doña Rosa Nelis se jubilaba, y ninguno de sus cuatro hijos se quiso hacer cargo del negocio familiar. Ahora tenía más espacio, incluso pudo introducir esa máquina de vending que tantas veces pensó en poner, pero, por falta de sitio, nunca llegó a comprar. No había ningún bar ni tienda de comestibles en casi toda la manzana. No eran pocos los clientes que, fatigados, le pedían un vaso de agua…
El proveedor de ropa, sí, ese que estaba a 375 kilómetros de su tienda, se trasladaba a unas instalaciones propias en otra ciudad. La nueva ubicación “le pillaba” a más distancia (casi 500 Km.), y Okyar decidió que compraría su mercancía a mayoristas de la zona.
Pasado un año, el dueño del local original le avisó con seis meses de antelación, tal y como estipulaba el contrato, de que quería utilizar su inmueble para montar una academia infantil de idiomas. Era algo que estaba de moda, le había ido bien a varias en la ciudad, y, como su hija era profesora de inglés en varias academias, le comentó que ya tenía la experiencia suficiente para dar el salto y emprender por su cuenta…
Okyar comenzó a buscar una nueva ubicación, a mirar locales cercanos (no quería perder a sus clientes), a recorrer las pocas oportunidades de alquiler que había ya en las inmediaciones. No tuvo éxito en su búsqueda. Finalmente optó por quedarse con el pequeño local de la frutería, abandonar el negocio textil para volver a los orígenes del local. Pensó que la gente ya estaba acostumbrada a comprar fruta allí; que la antigua propietaria, Doña Rosa Nelis, permaneció 37 años ininterrumpidos vendiendo fruta. Estaba convencido de que no le podría ir mal, además tenía ya varios clientes “amigos” que, seguramente, le comprarían la fruta…
Cuando pasó un año, tuvo que cerrar. Las ventas no eran, ni de lejos, las que pensaba. Tampoco ayudó el Mercadona que montaron en frente, en el viejo parque de bomberos de la ciudad.
Hace algunos meses que no veo a Okyar; me ha comentado un amigo común que está pendiente de abrir una administración de lotería…
Moraleja:
Nuestro protagonista fue valiente, quizás demasiado. Antes de realizar cualquier tipología de obra, y más si es costosa, tenía que haberse cerciorado de que el contrato le permitiese tener un tiempo de amortización.
Cuando algo funciona, soy de los que pienso que se pueden hacer cosas, pero para potenciarlo… Al incluir nuevos productos, más convencionales, de los mismos proveedores que tenía su competencia, perdió diferenciación, restó autenticidad a su unidad de negocio.
Quizás mezcló churras con merinas. No pensó con calma lo de montar un “córner peletero”, sustituir los foulard por moda infantil, o eso de introducir una máquina de vending en su negocio textil (ciertamente esto último, no pegaba ni con cola).
Tampoco estuvo acertado en la frutería… Pecó de no estar informado de las tendencias, de los movimientos de mercado… ¿No sabía que le iban a montar un Mercadona en frente en apenas unos meses? El emprendedor no solo tiene que tener los ojos abiertos en su tienda para evitar robos, también tiene que tenerlos muy alerta para detectar cambios en el entorno, en los mercados… La información es poder, y empodera a un emprendedor.
Okyar descubrió que cada sector es un mundo, que los clientes no son tan fieles como en algún momento de la vida del negocio puedan parecer. Denotó que el éxito es un boomerang, que a veces viene y a veces se va. Comprobó que no es oro todo lo que reluce, ni que, nunca mejor dicho, “todos los plátanos son de Canarias” …
En esta historia hay parte de mala suerte, lo sé, pero hay que estar preparado para la suerte, y sobre todo para la mala.
Okyar ya está pensando en su nuevo negocio. Así es el verdadero emprendedor. No ha tirado la toalla; me cuenta que la toalla solo se tira en la arena de la playa.
Bueno, les dejo por este mes, me voy a intentar convencer al bueno de Okyar, de que no ponga una máquina de vending de comida de loros, en una administración de lotería …
Un saludo.
Rayko Lorenzo.