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Una neoyorkina en Los Indianos, Mararía y Justo Jorge Padrón

Luis León Barreto

Unas semanas antes del carnaval recibí un correo sorprendente. En él una joven profesora norteamericana residente en Nueva York me anunciaba su deseo de viajar a Santa Cruz de La Palma para conocer la fiesta del carnaval, pues, oh milagro, había podido conseguir un ejemplar de mi novela Carnaval de Indianos en la ciudad de los rascacielos y se proponía trabajar una tesis doctoral sobre la figura del indiano en la literatura española. Laura Hydak, que habla un español perfecto, es docente en la universidad Rutgers de Nueva Jersey y está becada por la Fundación Mellon. Tiene dos años por delante para realizar su investigación y promete volver a la isla de La Palma, que le ha fascinado.

“Estoy trabajando con otras novelas que tratan el personaje del indiano, es decir del emigrante que vuelve de países americanos, pero son más bien históricas y se centran en sagas familiares. En cambio Carnaval de Indianos tiene muchos personajes y un vocabulario muy rico, propio de esta isla. El libro del escritor palmero me costó mucho encontrarlo en Nueva York, pero al fin lo conseguí, y me ha interesado mucho.” Destaca Laura la riqueza y expresividad de la fiesta, y la significación del personaje de la Negra Tomasa.

En la Casa Tey, actual propiedad de la familia Cabrera, nos encontramos. Este lugar fue construido por un médico inglés a comienzos del siglo XVIII, en él varios miembros de la familia Cabrera a mediados de los sesenta del pasado siglo planearon la fiesta de los Indianos tal como la conocemos, y actualmente es un lugar de encuentro donde se celebran actividades literarias. Para la multitudinaria fiesta de los polvos talcos es un lugar que debe ser considerado el escenario que dio origen al actual esplendor del lunes de carnaval, el apogeo de la farsa, la música cubana, los puros, los mojitos y el desfile de los miles de indianos ataviados de blanco. La tesis doctoral puede contribuir al mejor conocimiento y a la proyección de la fiesta palmera, tal como captó la compañera Esther R. Medina en su amplia entrevista.

En pleno carnaval celebramos el Día de las Letras Canarias, este año dedicado a Rafael Arozarena, el poeta y narrador que escribió Mararía. Yo apenas era un veinteañero que estudiaba en la universidad y trabajaba primero en La Tarde con Alfonso García Ramos y luego en El Día con Ernesto Salcedo. Conocí a Rafael a finales de los años 60, cuando en Santa Cruz de Tenerife se mantenía el espíritu de las tertulias y los supervivientes de Gaceta de Arte gozaban de buena salud: Eduardo Westerdahl y su mujer Maud, Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera, Emeterio Gutiérrez Albelo. Los fetasianos, es decir Isaac de Vega y el propio Rafael, formaban grupo aparte: una bohemia distinta, contagiados por las lecturas del existencialismo, sobre todo por La náusea, de Jean Paul Sartre, y practicantes de un humor casi kafkiano, con el que sobrellevaron los difíciles años de la postguerra y la pertinente represión de las ideas. Fetasa, la novela fundacional de Isaac de Vega, se había publicado en los años 50 y fue considerada un texto casi hermético. Rafael tuvo en una gaveta durante muchos años el manuscrito de Mararía, que fue presentado al premio Nadal y publicado después por Noguer, en el 73. El verdadero éxito de Mararía no se produjo entonces, sino ya en los 80 de la mano de Interinsular Canaria, la editorial de Aurelio Concepción que literariamente estuvo dirigida por Andrés Sánchez Robayna. Rafael consideraba que la Isla era lo más importante. Panteísta y cofundador del Museo de Ciencias Naturales de la capital tinerfeña, le interesaban los insectos, la arqueología, la botánica y la geología. Cuando Mararía fue llevada al cine y supe que Juan Cruz le iba a ofrecer una edición en Alfaguara para que la novela fuera conocida fuera de Canarias, Rafael me dijo: “¿A qué viene ese interés ahora, si los de Interinsular son los que han apoyado mi obra? No me interesa que me conozcan en Zaragoza y menos en Madrid.” El libro ya estaba siendo difundido en la traducción publicada con éxito en Alemania, tras la cual vinieron otras. Rafael consideraba a Canarias su templo, su referente universal; enamorado de la salida del sol, de los bicácaros, de la laurisilva, de la memoria, de la identidad, de un paisaje que velozmente deterioraba el negocio turístico, su obra narrativa permanece más allá del tiempo. La Isla, con mayúsculas, era lo esencial. Aunque siempre rechazó el olvido de su obra poética, eclipsada por Mararía.

Por su parte, el poeta Justo Jorge Padrón está de actualidad con sus dos últimos libros, Fulgor de Macedonia y Antología de la poesía kazaja contemporánea (siglos XIX, XX y XXI), ambos publicados en Ediciones Vitruvio. “Macedonia entró en mi vida como un hecho esencial, como si toda la pasión y el silencio fueran dignos de abrazarse a su sustancia de agua y fuego. Este es un libro que sustenta una cálida visión confidencial. Ha ido creciendo de natural manera como un ser vivo, tal si fuese el árbol de un bosque interior, sin otro propósito determinado que el de mostrarnos la esencia del alma de su pueblo.” Así justifica su texto este poeta, traductor y ensayista, autor del muy celebrado libro Los círculos del infierno, así como El abedul en llamas, autor asimismo de sus análisis y antologías sobre la poesía de Suecia, Noruega, Islandia, y su vinculación con Macedonia, el país del cual es originaria su esposa, Kleo.

Con respecto a la Antología de la poesía kazaja contemporánea, agradece el poeta la colaboración de varios diplomáticos y amigos que facilitaron la elaboración de este libro, así como destaca como su principal apoyo el de su esposa y eficaz colaboradora, Kleopatra Filipova, quien ayudó a descifrar, a través del ruso y otras lenguas, algunas palabras inencontrables y a completar el material biográfico que le faltaba para resolver las 245 páginas. Kazajistán es un país poco conocido entre nosotros, con la mayor parte de su territorio en Asia Central, y que se desprendió de la antigua URSS. En 2015 el libro Los círculos del infierno fue publicado allí y la ocasión sirvió como gran paso para la realización de este proyecto. Se trata de un libro histórico por ser el primero que traslada al español a poetas kazajos, con su intensidad, su lucidez y una forma plena de sentir y vivir la naturaleza. Este largo periplo por la historia, la cultura y la lírica del país, constituye una labor pionera al introducir esta literatura bajo los cánones clásicos del sistema endecasílabo, una aventura ardua y minuciosa. La traducción, y la manera de abordarla desde una perspectiva crítica y ensayística, tienen mucho mérito.

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