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Lampedusa

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Amanece despacio en Lampedusa. El sol se resiste a iluminar los cadáveres de los niños muertos depositados sobre la calmada arena. Cuerpos pequeños envueltos en sábanas de plata que apenas ocupan espacio, cuerpos que no distraen el ocio barrigudo de los turistas mientras ejercitan de aquí para allá sus músculos y su corazón indiferente. Niños sin lugar en un mundo cruel, niños sobrantes, niños a los que nadie salvará, niños tan fríos como la madrastra Europa; traicionera, cruel, sin alma ni esperanza. Niños en tumbas sin nombre ni fecha; niños sin valor, sin existencia real, nacidos para morir ante los atormentados ojos de sus madres. Niños que se hunden en las fosas marinas, y que servirán de alimento a los peces que pondremos en la mesa para el almuerzo de nuestros hijos.

El sol centellea en el cielo de Lampedusa. Cientos de cuerpos negros reposan sin sueños ni futuro sobre la blancura tosca de los muelles. La tierra prometida no dará refugio digno a los supervivientes, a quienes reglamentariamente se multará o encerrará en campos de concentración; ni tampoco existen ya suficientes ataúdes ni cementerios para tanto muerto, para tanta vida arrojada al mar; veinte mil, treinta mil cadáveres; pero qué más da un número u otro, cuando ya toda la realidad del mundo se apresa y escupe en forma de cifras, balances y estadísticas... La asquerosa Europa solo tiene sitio para el dinero robado por sus bancos, mientras extiende alfombras rojas al paso de los privilegiados y sus tecnócratas que tijeretean derechos y tapan la luz del sol. Solo es hospitalaria con privatizadores y corruptos. Solo cuida a los desalmados arquitectos de la muerte.

Se torna naranja la tarde en Lampedusa. Decenas de cadáveres de “tercera clase” aún desaparecidos podrían estar atrapados bajo el casco de la barcaza o perdidos entre agitados bosques de algas. Sus antepasados, aquellos millones de esclavos hacinados y con grilletes, que un día emprendieron la infernal travesía atlántica en la oscuridad de las húmedas bodegas de los barcos negreros ?muchos duermen en el lecho del océano-, lamentarían saber que la vida apenas ha cambiado para los sufridos y rotos hijos de África.

mvacsen@hotmail.com

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