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Un monumento reversible en Tijarafe

1 de octubre de 2025 11:10 h

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Monumento a John F. Carr en Tijarafe.

El Porís de Candelaria está más tranquilo pasados los meses fuertes de verano. Se nota el descenso del número de visitantes que acuden a hacerse una foto en la enorme abertura en la costa convertida en un Instagram spot de primer orden. Cuentan vecinos del poblado que algunos de estos instagramers se cambian de ropa antes de hacerse el preceptivo retrato.

El camino que desciende del pueblo de Tijarafe al poris (o proís, ‘embarcadero’, ‘pequeño puerto natural’) es una carretera no apta para conductores poco experimentados: sinuosa, escarpada y estrecha. En su mayor parte no caben dos coches. Llaman la atención el paisaje seco, agostado y una novedad: un mirador decorado con unas grandes letras de cemento que pone JOHN F. CARR cuando se ve desde dentro. El resto del camino se leen al revés.

No ha sido inaugurado aún. No hay ninguna placa informando sobre quién es ese tal John F. Carr. Paseando en el interior del espacio del mirador, nos tropezamos con una fila ondulante de bancos de resina blanca llenos de pisadas y rematados con una voluta por cada lado. Ni una sombra. Hay una pila de agua, también de resina blanca, y un gran círculo en una zona algo más elevada que parece tener una finalidad meramente decorativa. Se nota la mano del estudio de arquitectura en todo el conjunto. En uno de los muros interiores se ve el nombre geográfico del lugar: Morro de las Salinas.

Una rápida búsqueda en Internet devuelve unas cuantas entradas con noticias que dan pistas sobre lo que allí se conmemora. Se trata de un curioso episodio que ocurrió en 1944, durante la II Guerra Mundial.

John F. Carr fue un aviador norteamericano que amerizó en la costa de Tijarafe. Su portaaviones había sido torpedeado por un submarino alemán y voló hasta que se le acabó el combustible. Por suerte, fue cerca de tierra firme. Fue rescatado por dos pescadores. Cuando llegó al pueblo, al día siguiente, unos guardias civiles se hicieron cargo de él y lo llevaron a Argual. Podrían haberlo considerado un prisionero de guerra, pero lo trataron como un invitado. A los diez días de su llegada partió rumbo a Gibraltar, donde había una base norteamericana.

Con el paso de los años, el recuerdo de esta anécdota fue difuminándose hasta casi perderse. El tijarafero Raúl Aguiar la recuperó. Después de mucho insistir, pudo contactar por correo electrónico con un John F. Carr ya mayor y con su familia. También comunicó su hallazgo a los responsables municipales, que se mostraron entusiasmados desde el primer momento.

En diciembre de 2018 se celebró en Tijarafe y en Santa Cruz de La Palma un acto memorial en el que se produjo un emotivo encuentro entre los hijos del piloto, fallecido unos meses antes, y descendientes de los pescadores que lo rescataron. La familia donó al Museo Naval el chaleco salvavidas que llevaba durante su peripecia, documentación variada y fotografías.

Es en este punto donde empieza a gestarse el mirador. Durante los días de dicho memorial, se anuncia que “se establecerá en el lugar del rescate un pequeño monumento que recuerde para siempre la efemérides”. Al leer esto se puede pensar en un pedestal, en una reseña, en una placa conmemorativa, en un panel informativo o en algo más discreto. Pero no. El monumento no es pequeño: son esas letras de hormigón en tres dimensiones.

Esa obra fue adjudicada en 2024 por el Ayuntamiento de Tijarafe. Su finalidad secundaria es, según el proyecto, “crear un espacio de homenaje al aviador estadounidense John F. Carr”. No está exactamente en el lugar del rescate, pero sí muy cerca de él.  

Los responsables municipales quisieron exprimir bien el episodio del rescate y se vinieron arriba. Una concejal afirmó que el monumento servirá para colocar “el nombre de Tijarafe y a La Palma en la historia a nivel mundial”. Casi nada.

Nadie niega el atractivo de la historia del rescate de John F. Carr. Un hecho interesante, pero no extraordinario. La crónica de la II Guerra Mundial está llena de episodios de pilotos rescatados y cuidados por la población tras ser derribados en combate. Muchos de estos civiles se arriesgaron a ser condenados a la cárcel o a pena de muerte.

Cabe preguntarse sobre la pertinencia de dedicar un monumento tan visible a alguien que llegó a la isla, se le rescató, estuvo diez días recibiendo un trato exquisito por parte de población y se fue. Al menos, los nombres de los dos pescadores que lo rescataron, Feliciano García y Juan Botín, están grabados en el suelo del mirador. Todo un detalle.

La labor entusiasta y meritoria de un ciudadano por rescatar del olvido un episodio curioso de la historia de su municipio es aprovechada por algunos dirigentes para saciar su ansia por promover obras, monumentos, espectáculos o similares que les permitan mantener el show continuo de notas de prensa, vídeos en las redes, fotos sujetando carteles… que poco hacen para resolver los problemas reales de la isla. Nada nuevo.

El objetivo principal de la obra es la “contemplación e interpretación de la Naturaleza” (en mayúsculas en el texto del proyecto). Efectivamente, desde el mirador de John F. Carr se podrá observar uno de los problemas naturales más graves de la isla: se verá claramente cómo cada año avanza el rabo de gato y cómo dicha planta invasora va tapizando cada vez más superficie de las laderas de los barrancos del municipio. Será un mirador reversible inmejorable para “contemplar e interpretar” un desastre medioambiental en marcha y recordar que la gestión del mismo fue nefasta durante décadas.

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