Las pequeñas cosas de la vida

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El concepto de tiempo es una idea que, hoy en día, resulta intensamente discutible y que genera controversia allá donde va, desde el lugar que resuena, probablemente, se esté preparando el terreno para el campo de batalla. En nuestra sociedad de la inmediatez, del ahora, la lucha contra el reloj se ha vuelto una realidad con la que convivir, el tiempo nunca parece estar de nuestro lado y siempre llegamos tarde o tenemos prisa. Hasta nuestras conversaciones tienden a la aceleración, en Whatsapp ya existe una opción que te permite regular la velocidad a la que escuchas el mensaje de la otra persona, convirtiendo al emisor en una especie de dibujo animado que carece de importancia. Ya no es necesario sentir la voz y presencia de quien habla, notar su tono y ritmo, sus paradas y su respiración, no hay tiempo para ello. En cambio, el tiempo parece sobrarnos en otros momentos del día, en aquellos que observamos lo que hace el resto de usuarios en línea, jugamos a algún videojuego, o decidimos qué serie o película ver de nuestro “amplio” abanico de opciones mediatizadas.

Mientras, las agujas siguen su paso, y al final del día, entre lo perdido y lo desperdiciado, volvemos al campo de batalla y al irnos a la cama, intentamos parar nuestro reloj biológico, sin darnos cuenta de que nuestro tiempo sigue corriendo. A fin de cuentas, el tiempo nunca espera por nadie, avanza para todos nosotros, pero para algunos, el tiempo se detiene mucho antes que para otros. En algunos casos, el hoy se vuelve indispensable, no hay un mañana.

Pero aun así, seguimos viviendo con vistas al futuro, nunca nos es suficiente con lo que tenemos ahora, siempre queremos más, siempre habrá un momento mejor esperándonos. Cuando estamos en la escuela deseamos ser independientes e irnos a estudiar lejos de casa; cuando llega esa época, la universidad nos insta a pensar en la independencia económica y en un posible trabajo; cuando logramos tenerlo, ya no es lo que queríamos y ahora anhelamos vivir de la pensión y jubilarnos…Un bucle de insatisfacción personal que nos va consumiendo y, lo que es peor, que luego nos hará añorar aquellos momentos pasados que nunca valoramos y que perdimos entre aquello que aún no necesitábamos. Quizás la verdadera batalla no sea contra el tiempo, ni el reloj, sino contra nuestra imperiosa necesidad de tenerlo todo ya, porque ese “todo” nunca llega y si llegara, tampoco estaríamos preparados para afrontarlo, sin duda, la inconformidad seguiría dando forma a nuestra insaciable hambre de logros que terminará devorándonos.

Dicen que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas de la vida, pero a veces son tan pequeñas que la felicidad se cuela en ellas y no somos capaces de verla, otras veces la cotidianidad de esos hechos nos hacen menospreciar su valía hasta que las perdemos. Las distintas circunstancias, tanto individuales como colectivas, nos muestran que hay ciertos momentos indispensables que son compartidos por todas las personas, como agarrarle la mano a tu abuela y notar el paso de los años bajo su tacto, observar los pequeños pliegues de alegría que se forman en la mirada de tu padre, abrazar la seguridad de tu madre…pero en muchos casos, esos instantes pasan inadvertidos por la velocidad de nuestro día, por la rutina que nos engulle sin darnos cuenta, por el avance vertiginoso de los acontecimientos, hasta que algo o alguien los frena en seco y ocurre lo terrible, por algún motivo perdemos aquello que dábamos por seguro.

El pasado sábado, en el concierto de la cantautora Rozalén, pudimos entonar una melodía colectiva que formaba un canto a la vida. Con su música nos ofreció brindar por la amistad, derribó la línea que separa almas, levantó una puerta violeta en cada una de nuestras casas y, por supuesto, nos dibujó girasoles en la mirada. Algunas personas quizás se perdieron entre las luces de los focos o se olvidaron de disfrutar del momento concentrados en grabar todo lo que allí ocurría; otras personas, esperemos que la mayoría, fueron construyendo diversas historias a partir de las rimas que habitaban sus letras y entendieron la declaración de intenciones que se escondía tras el ritmo.

Una declaración, un discurso, que todas las personas deberíamos entender y apoyar y que versa, principalmente, sobre la alegría de vivir. Porque en estos tiempos que corren, todo aquello que nos permita sentirnos vivos debería ser nuestra prioridad, porque si seguimos pensando en el mañana y añorando el ayer, el hoy pasará a un segundo plano y rápidamente lo habremos olvidado. Apostar por la cultura debería ser, siempre, un hecho que se sumara a las pequeñas cosas de la vida, un medio para darle sentido al tiempo que invertimos. Al final el tiempo solo es un número y ya se ha ido en lo que tú leías este artículo.

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