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Los ojos de los científicos sobre el volcán de La Palma: “Sin los drones, tomar decisiones sería muy, muy difícil”

Juana María Santana, con el dron Matrice 210. (ALEJANDRO RAMOS)

Iván Suárez

Los Llanos de Aridane —

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Son los ojos de los geólogos sobre el volcán de La Palma. Sobrevuelan el cono y la falda de Cumbre Vieja para encontrar las grietas, los abombamientos de terreno, el discurrir de la lava, los puntos más calientes o las zonas que corren riesgo de rotura. El pasado viernes, la intensidad de las explosiones alertó al comité científico. Los drones confirmaron la sospecha. Se habían abierto dos nuevos centros de emisión de los que manaba una lava fluida y veloz que comprometía la estabilidad del edificio, por lo que se decidió desalojar de forma preventiva tres núcleos poblacionales (sus vecinos han podido regresar este domingo a sus viviendas tras la desaparición de esa inestabilidad). Las aeronaves no tripuladas también captaban el sábado el desplazamiento de grandes bloques y la rotura del cono por el sector suroeste. El volcán había cambiado su fisonomía y había adoptado forma de herradura en uno de sus laterales. 

“Nos sirve para todo. Sin los drones, la toma de decisiones sería muy, muy difícil”, resume Carlos Lorenzo, geólogo del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es uno de los encargados de volar los aparatos que registran las imágenes aéreas del volcán. Junto a él trabaja, codo con codo, Juana María Medina, ayudante de servicios técnicos del Grupo de Emergencias y Salvamento (GES) del Gobierno de Canarias. La administración regional dispone de una de los modelos más avanzados de drones, el Matrice 210, que aporta una valiosa información al comité científico, ya que incorpora una cámara térmica que detecta las zonas donde se concentra más calor, los puntos calientes. “Se ha explotado bastante en la investigación de la evolución de la lava y de su temperatura”, explica Medina. Según Lorenzo, han podido sobrevolar a una distancia de entre 150 y 200 metros del centro de emisión de magma sin “arriesgar” demasiado el aparato, que está sometido a fuertes temperaturas y que deberá ser revisado cuando esta crisis acabe. 

Estas unidades están constantemente en alerta para volar los drones cuando el comité científico necesita datos. Desde que el pasado domingo estallara el volcán, salen unas tres veces al día. Los investigadores del IGME son quienes deciden dónde ir, explica Medina. “Nos vamos turnando, porque no podemos coincidir en la misma zona”. La mayoría de los aparatos utilizados (tres del GES y tres del IGME) tienen una autonomía de vuelo de 20 minutos, aunque el modelo más avanzado, del Gobierno de Canarias, puede permanecer en el aire 45. Los más pequeños tienen seis baterías. El más grande dispone de tres juegos de alimentación. Las imágenes captadas se registran de inmediato en un ordenador. Este domingo intentaron que esa señal llegara en directo al Puesto de Mando Avanzado. Lo consiguieron, aunque con algo de retardo. “Estamos calibrando la amplitud de banda para poder dar esa cobertura”, añade. 

Según las condiciones fijadas por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA), el dron solo se puede volar, desde el punto en que se encuentre el operario, a una distancia máxima de 500 metros y una altura de 120. Sin embargo, en circunstancias como las actuales se puede ampliar este radio de acción previa autorización del coordinador aéreo de zona. “Para elegir la ubicación, miramos que no haya tendido eléctrico, ni de baja ni de alta tensión. Sobre todo de alta tensión, puede crear interferencias. Además, estamos buscando sitios llanos, donde haya el menor picón (lapilli) posible. Ayer llegamos a pie de lava, en la iglesia de Todoque (este domingo derrumbada), pero no estaba fluyendo nada”, señala la especialista en Emergencias. 

Las explosiones, los cambios de vientos y la dirección de expulsión del material piroclástico son otros de las dificultades con las que se topan en este trabajo. “Cuando se generan las ondas expansivas, los drones más pequeños también se desestabilizan. Hay momentos en los que pierdes hasta la señal con el radiocontrol y ahí te asustas porque piensas que lo has perdido. Siempre lo tienes en tu visual”, cuenta la ayudante de servicios técnicos del GES. “Una cosa son las cenizas y los piroclastos, que los puede ayudar el viento, y otra es la propia forma de la boca, que puede virar hacia otro lado. El viernes, por ejemplo, estábamos volando y hubo un momento en que cambió, se produjo una explosión más grande y los piroclastos se nos venían enci,a. Había bombas de cierto tamaño y se veían pasar por delante de la cámara. Si alguna le hubiera dado, hubiéramos perdido el dron”, relata el geólogo Carlos Lorenzo.

Las unidades de drones del GES y del IGME llegaron el viernes previo a la erupción a la isla de La Palma para estudiar las deformaciones que se estaban produciendo en la superficie de Cumbre Vieja. Estuvieron en el barrio de Jedey y en varios pueblos de alrededor, georeferenciando determinadas zonas para ver la evolución del terreno. El domingo se encontraban trabajando en la ermita de Fátima. Oyeron la explosión y, “sobre la marcha”, volaron los drones. Ayer volvieron a ese sitio. La orografía de la zona ha cambiado sustancialmente. 

Hasta la fecha, los drones de la Dirección General de Seguridad y Emergencias del Gobierno de Canarias se habían utilizado en apoyos de búsqueda, en rescates, en incendios forestales... Uno de los últimos trabajos del dron con cámara térmica fue en Arico, en Tenerife, en un fuego que se originó en el mes de mayo y que afectó alrededor de 3.000 hectáreas. La aeronave no tripulada sobrevoló la zona para comprobar dónde se encontraban los puntos calientes y así facilitar el trabajo de los servicios de Medio Ambiente y las labores de extinción. 

“Buscamos las tomas científicas”

Para Carlos Lorenzo, los drones aportan un valor añadido fundamental en este tipo de emergencias. “Nosotros podemos medir ciertas cosas en las zonas distales (más alejadas de los centros de emisión de lava, pero en las zonas más próximas al cono no estamos pudiendo acceder más que con los drones. Con esas imágenes podemos ver detalles que no se ven de ninguna otra manera”. El geólogo destaca el hecho de que quienes están volando los aparatos no sean solo especialistas en drones, sino también geólogos. “No buscamos las tomas bonitas, buscamos las tomas científicas, los detalles geológicos que nos importan, dónde están las grietas, dónde se está abombando, dónde se está tapando un nuevo cráter”. 

Estos equipos analizan lo que pasa en la parte alta del volcán y hacen la cartografía de las zonas bajas. “Con la cámara térmica, una vez que la colada de lava ha discurrido ladera abajo, estamos viendo exactamente qué zonas son las que están más calientes y con más posibilidad de fluir con más velocidad”. Lorenzo recuerda que antes de que aparecieran las aeronaves no tripuladas se informaban “con lo que se podía”. “Antaño había helicópteros y nos subíamos a los helicópteros. Pero en una zona como esta, no podrías acercar mucho los helicópteros, tendrías que ir tirando de cámaras con zoom. Antiguamente, lo único que podías hacer eran cosas de las partes distales, haciendo análisis de lo que te va haciendo la colada... Con los drones, estamos llegando, sin arriesgarlo mucho el dron, a unos 150-200 metros de la zona de emisión”. 

Los drones emiten en directo y la señal se queda guardada en un ordenador. “Si fuera de interés necesario, hasta se podría sacrificar el dron a propósito, pero en principio no es necesario. Estamos consiguiendo muy buena información sin necesidad de sacrificar uno”, explica el geólogo, que precisa que los precios de estos aparatos rondan los 1.000 o 2.000 euros, aunque los equipos más avanzados pueden llegar a costar hasta 40.000 euros. 

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