Mi amigo Cuchan

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Este domingo, un puñetero cuatro de junio, me entero que ha muerto José Ángel Fernández Hernández. Lo conocí a finales de los años ochenta. Yo andaba por ese entonces dando el coñazo con el Sindicato Obrero Canario y nos enteremos de su despido del Ayuntamiento de San Andrés y Sauces fruto de una cacicada. Prescindieron de él como se arroja a la basura un casco de naranja después de ser exprimido. Nuestra solidaridad no le pasó desapercibida y a partir de ahí se cimentó una amistad que durará para siempre.

José Ángel, Cuchan para los amigos, era un tipo de firmes convicciones que tenía dos amores: Isabel, su mujer, y San Andrés y Sauces, su pueblo. Culto, de conversación inteligente y amena, rebelde que compatibilizaba su admiración por Marx con sus convicciones cristianas. Impulsor del baloncesto en su municipio, contribuyó también al brillo de las fiestas patronales actuando varias veces como alma mater de la Fiesta de Arte, una de las cuales tuvo como motivo central la figura de Pablo Neruda, su poeta de cabecera.

Sus últimos años los pasó aquejado de soledad. Una soledad que fue la consecuencia, en buena medida, de la venganza ejercida por aquellos a quienes se enfrentó. José Ángel no era hombre de siglas o banderas partidarias. Era hombre de ideas y principios irrenunciables. Eso lo hacía fuerte, grande pese a su pequeña estatura. A buen seguro, hoy somos muchos los que, son su muerte, nos sentimos un poco más solos. Me viene a la memoria que en una de nuestras interminables conversaciones le recordé una frase de García Márquez que le llegó al alma; le dije, no olvides amigo que el secreto de una buena vejez consiste en un pacto honrado con la soledad.

Finalizo como empecé. Ha muerto José Ángel Fernández Hernández, Cuchan para los allegados. Amigo de sus amigos y saucero a perpetuidad. Que la tierra te sea leve camarada. 

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