Nota de agradecimiento de Rosa Aguado, esposa de Jesús Godoy

El inspector jefe Jesús Godoy falleció el pasado 10 de mayo.

La Palma Ahora

Santa Cruz de La Palma —

Rosa Aguado, esposa de Jesús Godoy, inspector jefe de la Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de Santa Cruz de La Palma fallecido de forma inesperada el pasado día 10 de mayo, a través de una nota, quiere agradecer las muestras de afecto recibidas en los difíciles momentos que le ha tocado vivir. La misa por el eterno descanso del alma de Jesús tendrá lugar este viernes, 26 de mayo, a las 19:00 horas, en la parroquia de San Francisco de Asís de Santa Cruz de La Palma.

A continuación reproducimos la nota de Rosa Aguado y también, a título póstumo, un artículo escrito por Jesús Godoy.

Nota de agradecimiento de Rosa Aguado

Afrontar la pérdida de un ser querido es un duro golpe para el que nunca se está preparado y, sin embargo, se hace más llevadera cuando cuentas con las innumerables muestras de apoyo como las que he recibido.

Ante la imposibilidad de dar las gracias personalmente a todos, deseo expresar, a través de este medio de comunicación, mi más profundo y sincero agradecimiento al magnífico equipo de profesionales de la UCI del Hospital General de La Palma, a los compañeros del Cuerpo Nacional de Policía que día y noche nos acompañaron y a mi familia y a todos los amigos que en ningún momento me han dejado sola en este trance.

Gracias de corazón, jamás olvidaré las muestras de cariño hacia mí y para con la inolvidable persona que se nos fue.

‘Como se escapan los trenes’, artículo de Jesús Godoy

A veces no hay tiempo, las relaciones se rompen, se te van de las manos por una absurda falta de reflejos. Irse o quedarse cuando el tren está a punto de partir, encogerse de hombros o volverse de espaldas justo cuando la puerta automática va a cerrarse, sentir una bocanada de afecto o de orgullo en el momento justo de depositar la carta en el buzón.

Las relaciones humanas son tan frágiles como ese candelabro de cristal al que no solo hay que poner vela y llama, sino que hay que colocar siempre lejos del borde de la mesa, de la mala idea, de la corriente de la ventana. Entonces, ¿qué hacer ante la ofensa de un amigo, de un amante, de aquel o aquella de la que nunca hubieras esperado eso?

No sé dónde lo leí, fue hace años y solo recuerdo que era un libro que estudiaba la forma de vida de una tribu primitiva y extraordinariamente feliz. Supe, analizando sus costumbres, que la clave de su relativa armonía no se basaba ni en sus creencias, ni en su relación con la naturaleza. La clave parecía estar en la forma de enfrentarse a los conflictos personales. En aquella sociedad se lo decían todo, y si había que utilizar la violencia, lo hacían sin saña pero con firmeza. Después ni una mala cara, nada de rencor.

Estoy hablando de pequeñas ofensas, claro, de malentendidos, de errores por ignorancia u omisión. Porque aunque parezca ridículo, son ese tipo de cosas las que a veces originan las rupturas más desgarradoras. Descubrir a un canalla, que los hay y muy soterrados, es algo revelador, algo que nos proporciona cierta sensación de seguridad y fortaleza. El golpe de un desafecto inesperado puede llevarnos al más triste de los vacíos.

El problema de hoy en día es que no sabemos pelearnos con estilo. Nos hemos ido haciendo retorcidos, sutiles, sofisticados y, muchas veces, respondemos a la pequeña ofensa con el desprecio de la gran venganza. Así es que que nos hacemos o nos vemos asaltados por enemigos de lo más inesperado y en los lugares más sorprendentes. Enemigos subterráneos, peligro total.

Hoy, algunas personas parecen ser expertas en ser enemigos de amigos y conocidos que lo ignoran. Dicen los psicólogos que después de la depresión, la llamada paranoia es una de las enfermedades más acusadas en nuestras desarrolladas sociedades.

Saber relacionarse con salud es un auténtico arte, porque, ¿dónde está el límite entre la tolerancia y la humillación? De todas formas creo que hay que saber dar el brazo a torcer, aun a riesgo de topar con uno que te lo rompa. Porque, a veces, el tiempo de la vida es otro tiempo distinto al nuestro. Porque, a veces, no hay tiempo, y mientras buscas ofuscado la maleta, se te va una buena relación de las manos como se escapan los trenes puntuales.

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