“El trabajo del duelo se complica en el caso de personas desaparecidas”
El pasado año 2017 desaparecieron en La Palma tres personas, un hombre en Tijarafe, un joven en Tazacorte y un ciudadano extranjero con residencia en Garafía. De momento, nada se sabe de su paradero. Las investigaciones de la Guardia Civil prosiguen para intentar localizarlas, pero “estos casos son muy complicados”, según ha reconocido a este digital Ángel Cervero, capitán del instituto armado. “Nunca te olvidas de ellos, pero obtener resultados no es nada fácil”, ha admitido.
El especialista en Psiquiatría Félix González, presidente de la Sociedad Canaria de Neuropsiquiatría y Salud Mental (ACN), en una entrevista con La Palma Ahora describe la situación en la que viven los familiares de personas desaparecidas y asegura que “la renuncia y aceptación de la pérdida del ser amado se vuelve muy dolorosa en estas condiciones”.
Pérdidas. Duelo normal
“Una de las experiencias más dolorosas en la vida es la pérdida de una persona querida. Cuando fallece alguien allegado se siente dolor, pena, aflicción y una tristeza intensa, entre otras emociones. A estas tristes vivencias las llamamos duelo, que consiste en un conjunto de reacciones emocionales ante una pérdida. Perder un trabajo, una separación sentimental, una enfermedad que nos produce limitaciones…, todas estas situaciones suponen pérdidas. De todas ellas una separación o un divorcio son experiencias altamente angustiantes. Aunque no de una manera totalmente consciente, ante una ruptura de pareja nos sentimos abandonados, no queridos, no cuidados. Pero es la muerte de un ser querido quizás lo que más nos conmueve. Dependiendo de cada persona y del tipo de relación con la persona perdida, el duelo es una experiencia considerada como normal que puede ser más o menos intensa y durar más o menos tiempo”, explica.
Vivencias ante la desaparición. ¿Duelo difícil de elaborar o complicado?
Félix González resalta que “en los casos de desaparición, en una situación tan trágica e incierta como esa, esta reacción de duelo se complica. Ya Freud planteó, a principios del siglo pasado, la prueba de realidad, como necesaria para que se inicie un duelo. Por esta prueba habríamos podido constatar que la persona ha muerto. Pero en el caso de los desaparecidos esta prueba de realidad no existe, no se puede verificar por la ausencia de información sobre su paradero y por otra la inexistencia del cadáver. No se puede asegurar que viva, pero tampoco que haya muerto. Comienza entonces una lucha del familiar de la persona desaparecida entre mantener viva la imagen del ausente, con la esperanza en que el ser amado aparecerá o regresará un día, o por lo menos encontrarán su cuerpo. El cuerpo sin vida es el único elemento que confirma fehacientemente la muerte irreversible. Esto permitirá llevar a cabo el trabajo de duelo. La renuncia y aceptación de la pérdida de la persona amada se vuelve muy dolorosa en estas condiciones, e incluso se desarrolla una resistencia a dar por perdida para siempre a esa persona única e irrepetible”.
Precisa que “mientras no haya una constancia real de que el cuerpo ha aparecido sin vida, se hace muy difícil sentir el permiso personal y social para empezar a elaborar el duelo. En una situación así duele todo, duele el alma, duele también el cuerpo y duele inclusos ver y sentir el dolor de los otros”.
Además, agrega, “se suelen generar enfrentamientos entre los que quieren continuar la búsqueda y los que proponen la postura de abandonar y cerrar los dispositivos de rescate, lo que acentúa el dolor de las personas cercanas al desaparecido. Otros son los problemas legales. Normalmente se requieren 10 años (sin ningún tipo de indicio) para declarar a una persona desaparecida como muerta, lo que influye a otros niveles, como el económico, pues hasta que no ocurra el reconocimiento, no puede recibir la pensión de viudedad su pareja”.
Destaca que “si algo suele diferenciar a los familiares de las personas que han desaparecido es su perseverancia, la insistencia no siempre racional, en buscar sin tregua, algún signo de vida o de no- vida. La sensación es que no está muerto del todo. Es frecuente una rememoración intensa de los últimos momentos de la persona querida, de las últimas conversaciones e imágenes, de la ropa que llevaba, de lo que hicieron al saber que no estaba… Por ello, también, el trabajo del duelo tarda más en iniciarse y cuesta más su elaboración. Hay mucho más apego a algunos objetos personales del fallecido y cuesta más deshacerse de sus posesiones o se mantienen durante más tiempo sus cosas, como si fuera a aparecer o a volver algún día. Son más frecuentes los fenómenos de aparición, en los que los familiares y allegados creen ver a la persona desaparecida, aunque saben que realmente estas imágenes vividas con intensidad realista, son producidas por su pensamiento. Estas visiones son las llamadas pseudoalucinaciones. Como ejemplo, un padre que perdió a su hijo desaparecido en un viaje al extranjero del que nunca regresó ni se supo más de su paradero, creía escucharlo en su habitación y verlo durmiendo bajo las sábanas. Nada de esto es síntoma de enfermedad alguna”.
El presidente de la Sociedad Canaria de Neuropsiquiatría y Salud Mental (ACN) recuerda que “también hay casos en que, aunque no haya aparecido el cuerpo y dadas las circunstancias de la desaparición, el tiempo transcurrido y la presencia de ningún indicio de vida, se considera que la persona ha muerto; pero a pesar de ello la incertidumbre puede continuar con la persistente presencia de pensamientos recurrentes en cuanto a lo que pasó. A veces estos pensamientos son involuntarios y otras propiciados por la propia persona que sufre el vacío. El dolor puede ser una manera de conservar al ser querido al menos en el recuerdo. También se da la circunstancia que el olvido pueda generar culpa. El poeta Pedro Salinas lo describía así: /No quiero que te vayas,/ Dolor, última forma/De amar…/”
/No quiero que te vayas,/ Dolor, última forma/De amar…/“
¿Factores de riesgo?
“Hay factores que pueden complicar un duelo. Hacerlo más persistente en el tiempo y más intenso. Una pérdida brusca como es el caso de los desaparecidos. Una relación conflictiva con la persona desaparecida en la que había reproches, discusiones, pueden aumentar los sentimientos de culpa. Pérdidas anteriores que se han acumulado, rupturas sentimentales, fallecimientos previos de personas muy allegadas, incluso de mascotas. Si la persona era el sostén de la familia y había una alta dependencia, la preocupación por la subsistencia puede agravar también el malestar, así como cuando concurren situaciones de desempleo, aislamiento, escaso apoyo social y familiar, dificultad para expresar las emociones. Son todo circunstancias que pueden hacer más penoso este difícil trance”, asegura.
¿Factores protectores?
Asimismo, aclara, “también hay situaciones que pueden ser protectoras para sobrellevar mejor este estado: un buen apoyo afectivo del entorno y una adecuada estructura familiar y social, permiten reponerse antes y mejor del duelo. La religiosidad de los supervivientes también ayuda. Las personas más religiosas generalmente tienen menor temor a la muerte, además de que le puede resultar menos difícil encontrar algún sentido a lo ocurrido y a confortarse”.
¿Qué se puede hacer?
González da pautas para hacer frente a estas angustiosas situaciones. “En caso de que se agoten las posibilidades de que aparezca la persona viva, se debe plantear algún ritual de despedida que sirva de punto y aparte que permita concebir un último adiós. Esto es lo que nos permiten los funerales. Para ello se puede acordar algún lugar donde simbólicamente se encuentre la persona fallecida o que la represente, para que la familia, si así es su deseo, pueda ir allí a dejar flores, a rezar, a hablar con la persona perdida o a sentirla”.