Así como hay traga-fuegos se podría decir que yo soy una devora-libros. Pequeños, grandes, para adultos, para niños, para reír, para llorar... Me da lo mismo, los engullo sin miramientos. Para mí, no hay nada mejor que un libro, una caja de galletas y horas libres, para rellenar con lectura.
AUSCHWITZ: LOS NAZIS Y LA SOLUCION FINAL
Acaban de dar las tres de la mañana en el reloj que los abuelos colgaron en el salón de nuestra casa y, de pronto, alguien empieza a golpear nuestra puerta y a gritar como si quienes estuvieran al otro lado hubiesen sido poseídos por algún demonio. Entre tanto grito, logro escuchar cómo mi padre logra abrirla, antes de que se haga pedazos, y es justo entonces cuando una horda de enloquecidos soldados invade nuestra morada como si se tratara de una plaga de langostas y empieza destrozarlo todo, mientras continúan gritando.
Sin tiempo para reaccionar, mi madre nos levanta a mi hermana y a mí, entre lloros y lamentos, y nos pide que nos vistamos y metamos en una bolsa todo aquello que podamos meter en ellas. Mientras esto sucede, mi padre pugna por dejarse oír, pero su voz es acallada por la culata de un fusil que se estrella en su cara, varias veces, ante la mirada atenta y glaciar de un oficial totalmente vestido de negro y con una gran calavera plateada en su gorra marcial.
Sangrando y desorientado, mi padre logra ponerse de pie y, junto a mi madre, nos cogen de la manos y, todos juntos, bajamos las escaleras de casa, tan rápido como podemos, mientras los gritos, los ruidos y los ladridos de los mastines que nos encontramos al llegar a la calle continúan martilleando nuestros oídos.
Luego, nos suben a un maloliente camión y, al llegar a la estación de tren, nos empujan hasta meternos, como si fuéramos animales, en un vagón de mercancías, lleno de inmundicias y de personas tan asustadas como nosotros.
El viaje es largo, tedioso, sin casi sitio para poder tumbarse, hacer nuestras necesidades o respirar en medio de aquel ambiente tan viciado. Sólo podemos ver lo que pasa por los rescoldos de las maderas que, por el paso del tiempo, se han ido separando. Casas, árboles, farolas, algunos coches y granjas y prados verdes o negruzcos es todo lo que podemos ver por aquella improvisada atalaya, a falta de una ventana convencional. Tras dos días de calvario, logro ver una señal que nos dice dónde estamos, Auschwitz-Birkenau, y alguien dice que ése será nuestro destino final del viaje.
Para mí ya da igual, con tal de bajar del vagón y ayudar a mi hermana y mi madre, las cuales están cada vez más débiles. ¿Qué puede ser peor que todo esto? Quizás ese sitio al que nos llevan no sea tan malo después de todo. Además, nosotros no hemos hecho nada malo. Ni tan siquiera nos saltamos un solo día de clase... ¿Por qué nos tiene que pasar esto?
Han pasado setenta años desde que las tropas soviéticas liberaron a los supervivientes del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau y, si pudiéramos hablar con quien vivió aquel horror, nos contaría una historia similar, o igual, a la que se cuenta en los primeros párrafos de esta reseña.
Durante años y de una manera fría, metódica, calculadora y sistemática, el régimen nacionalsocialista persiguió y ejecutó a todos aquellos que, según sus retorcidas y dementes psiques, atentaban contra la seguridad del pueblo alemán. Por mucho que se empeñen los que niegan estos sucesos, los líderes nazis conspiraron para exterminar a una raza -la judía-, además de a todos aquellos que consideraban inferiores y/ o impuros; es decir, gitanos, eslavos, homosexuales, disidentes políticos e ideológicos, y personas con algún tipo de retraso mental.
Luego de tomar la decisión, el plan fue ejecutado por asesinos tan despiadados y competentes como el Obersturmbannführer Rudolf Höss, responsable del complejo de campos conocido como Auschwitz-Birkenau desde sus comienzos, y responsable directo de los mayores avances en el arte del extermino de seres humanos, de la forma más rápida, eficaz y rentable para el régimen nazi. O el no menos sanguinario y demente Obersturmbannführer Adolf Eichmann, uno de los ideólogos de lo que luego se conoció como “la solución final”, todo un maestro en el arte de organizar deportaciones masivas de personas, las cuales terminaron muriendo en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau.
No obstante, la historia de aquellos campos y sus carniceros esconden los prejuicios, la doble moral y los sinsentidos de una sociedad que permaneció ciega ante los abusos de los jerarcas nazis hasta casi el mismo día en el que los campos fueron liberados. Con el extermino de los judíos, muchos ganaban, -tanto económicamente como socialmente- y, por añadidura, los culpables eran otros.
De ahí, tal y como cuenta el sensacional libro del historiador Laurence Ress Auschwitz. Los nazis y la solución final Auschwitz. Los nazis y la solución final(Editorial Crítica) fueron muchos los países, incluyendo el régimen colaboracionista francés de Vichy, los que secundaron las deportaciones de judíos durante aquellos años e, incluso, las apoyaron abiertamente.
Otro de los aciertos de Ress es describirnos la verdadera realidad del campo, el cual contaba incluso con un burdel –un detalle que ha servido de excusa para quienes creen que en aquel lugar no se exterminó a más de 1.100.000 personas. En Auschwitz hubo de todo, desde una galopante corrupción y una fuga de prisioneros, hasta romances entre oficiales alemanes y reclusas judías, algo que iba en contra del ideario del soldado alemán.
Una vez dicho esto, en Auschwitz hubo una constante que se repitió, durante años; es decir, la llegada de trenes cargados de personas quienes, tras una rápida selección, eran conducidos hasta un reciento en el que se les pedía que se desnudaran y, luego, dichas personas eran gaseadas e incineradas tras comprobar que había muerto. Y toda esta secuencia en tan solo dos horas de tiempo.
Nunca antes la locura, el sadismo y la megalomanía habían alcanzado tales cotas de irracionalidad durante tanto tiempo y, por eso, la memoria de Auschwitz debe ser no solo preservada sino que hay que transmitirla a las nuevas generaciones para que éstas se den cuenta de los peligros que entrañan cualquier fantoche endomingado que promulga la xenofobia, el racismo, el miedo hacía quienes vienen de fuera, o la intolerancia soportada sobre los pilares de la raza, la religión o la ideología.
Auschwitz: Los nazis y la solución final no es un libro fácil de leer, no por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. Su autor narra los esfuerzos del Obersturmbannführer Rudolf Höss por lograr asesinar a cuanta más gente mejor, y con el menor coste de tiempo y material posible, de la misma forma que uno trata de maximizar los recursos cuando hace frente a las obras de reforma de una casa. Y eso es lo más terrible de todo el asunto; es decir, la forma en la que el régimen nazi afrontó la “solución final” como si se tratara de una gran empresa que busca el beneficio por encima de todo y no repara en gastos.
El problema vino cuando el mundo se dio cuenta de que la maquinaria de guerra nazi no sólo era terrible en el campo de batalla, sino en el “arte” de exterminar a todo aquel que no entraba en el ideario de pureza espiritual y racial impuesto por sus máximos líderes. En ese momento, ya fue tarde para hacer nada por los seis millones de personas que murieron bajo el horror del Reich de los mil años, el cual, con tan sólo doce años de existencia, marcó a la humanidad para el resto de sus días.
Agradezco a Eduardo Serradilla Sanchis la cesión de esta columna para su publicación.
© 2015 | Państwowe Muzeum Auschwitz-Birkenau.
Sobre este blog
Así como hay traga-fuegos se podría decir que yo soy una devora-libros. Pequeños, grandes, para adultos, para niños, para reír, para llorar... Me da lo mismo, los engullo sin miramientos. Para mí, no hay nada mejor que un libro, una caja de galletas y horas libres, para rellenar con lectura.