Canarias, la frontera de la muerte: ¿cómo se construye la indiferencia?

Un voluntario de Cruz Roja trata de reanimar a una niña maliense que murió pocos días después en Gran Canaria

Natalia G. Vargas

Santa Cruz de Tenerife —

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En la mayoría de los casos no hay palabras de despedida, ni homenajes públicos, ni cuerpos que velar. Así, la morgue en la que se ha convertido la ruta migratoria canaria crece cada día sobre la peligrosa línea de la normalidad. Durante la noche del lunes, el mar de Canarias sufrió dos naufragios y cinco muertes. Un cadáver fue recuperado en La Gomera, en una embarcación con 18 supervivientes. Las otras cuatro personas se quedaron en el Atlántico: dos mujeres, un hombre y un bebé. 

Las cifras prudentes de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), a través del proyecto Missing Migrants, apuntan que han muerto o desaparecido 937 personas en su intento de llegar a Europa a través del Archipiélago desde África. Según Naciones Unidas, se trata de la cifra más alta desde que la OIM comenzó a recoger estos datos. Estas estadísticas apuntan que al menos 560 migrantes han muerto ahogados. 313 por condiciones ambientales extremas o falta de comida y agua dentro de las barcazas. La causa de muerte de otras 57 personas han sido los naufragios y en tres casos, por enfermedad. 

El dato que maneja el colectivo Caminando Fronteras, fundado por la activista y periodista Helena Maleno en defensa de las personas y de las comunidades migrantes, es aún más terrorífico. Solo en los primeros seis meses se contabilizaron 2.087 muertes y desapariciones en Canarias. A poco menos de dos semanas de conocer el balance final, Maleno advierte de que 2021 va a ser “el peor año” en la ruta. 

Según la OIM, han muerto más mujeres que hombres en el Atlántico: 214 mujeres, 206 hombres y 80 menores. De 517 personas se desconoce su perfil. El investigador y experto en psicología social, Daniel Buraschi, reconoce que en Canarias no ha habido “una respuesta masiva y contundente” de indignación y protesta frente a las cifras “escalofriantes”. “Esto no significa que vivamos en una sociedad individualista e indiferente, sino que la empatía social es selectiva”, explica. En esta selección, las personas migrantes pierden y se convierten en “cuerpos desechables y deshumanizados”. 

¿Cómo se construye la indiferencia? 

La indiferencia no es un proceso pasivo, sino una construcción política y social “necesaria para justificar las necropolíticas migratorias”, defiende Buraschi. El investigador apunta por un lado al “vacío histórico y social” acerca de la colonización y de la esclavización de los pueblos africanos. La población canaria apenas conoce que, en el pasado, era parte de su estampa cotidiana la presencia en las calles de hombres y mujeres africanos arrebatados de su propio continente para dedicarse al trabajo forzado en las Islas.

Por otra parte, Buraschi advierte de los discursos políticos, mediáticos y sociales, así como su aplicación en las prácticas y políticas institucionales. “Hay cinco estrategias discursivas comunes: la negación de los hechos, la culpabilización de la víctima y la negación de responsabilidad, la deshumanización, la definición de la inmigración como amenaza y la criminalización de la solidaridad”, cuenta el experto.

Las madres migrantes han sufrido en Canarias el segundo de estos trucos, que las culpabiliza y las responsabiliza de la muerte de sus hijos cuando mueren en la patera o al nacer en este tipo de barcazas. La activista mauritana Hawa Touré recuerda que “las políticas migratorias europeas obligan a las mujeres a arriesgarse a coger una embarcación precaria en esas condiciones” y, en muchos casos, los embarazos son fruto de las violaciones que las mujeres sufren en el trayecto.

Cuando llega el momento de subirse a la patera, no hay vuelta atrás. Así le ocurrió a la madre de Séphora, la menor que murió en las costas de Gran Canaria en mayo de 2019. Al ver que la embarcación no era como le vendieron con ''palabras de azúcar'', intentó echarse atrás, pero los traficantes la golpearon con un palo en la espalda y la amenazaron con un cuchillo. “Había muchos hombres con cuchillos largos. Estábamos alejados de la ciudad. Tenía mucho miedo”, contó entonces a Canarias Ahora.

El peligro de un abrazo 

La estrategia de la negación de los hechos pasa por el silencio político cada vez que se produce un naufragio. El “discurso securitario” es una pieza más en la construcción del sentimiento anti-inmigración. Esta idea no solo se fundamenta en concentrar la política migratoria en el control de las fronteras y la lucha contra el tráfico de personas, sino por la reclusión de los migrantes en Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), campamentos de acogida formados por carpas o, como sucedió en 2020, en un campamento precario instalado en el puerto de Arguineguín. De esta forma, se dibuja la imagen de las personas migrantes como si fueran amenazas, apunta Buraschi.  

En 2020, el Ministerio del Interior hacinó durante semanas bajo carpas de Cruz Roja a miles de personas que llegaban a Gran Canaria por vía marítima. A pesar de que muchas superaron con creces las 72 horas que por ley pueden pasar bajo custodia judicial, los agentes de la Policía Nacional no les permitían salir. “Muchos de ellos solo querían salir del muelle para abrazar a familiares que venían a buscarlos desde la Península o desde Francia. ¿Qué peligro puede haber en un abrazo?”, cuestiona Daniel Buraschi.

Mientras tanto, la derecha canaria se quita la careta a poco más de un año de las elecciones y se alinea con Vox, vinculando inmigración y delincuencia. En España, las derechas dirigen el discurso migratorio y tratan de inundar Canarias de racismo y xenofobia, con propuestas que llegan incluso al bloqueo naval y a la conversión de la Armada Española en una suerte de frontera que rebote a las personas que se juegan la vida en embarcaciones en el mar para llegar a Europa.

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