Espacio de opinión de Canarias Ahora
El verano de Tequila
Antes de cada noche, solía levantarme para ver si había alguien fuera. Siempre estábamos dentro, aquel verano del 79. O el anterior, 78: da igual, estábamos unidos por el esparto y por tu beldad infinita e inmarcesible.
Después me declaraste amor galaico, es decir, me dijiste que jamás podrías volver a viajar por la costa gallega con aquel nivel de intensidad y conocimiento. Qué patraña: nos olvidamos de Tequila, aquella banda de roqueros bonaerenses de verdad que confundimos con un conjunto pop de niños pijos madrileños. Fue un error casi tan grande como nuestro amor, todos lo decían, “estos no duran ni dos días”. Estos éramos tú y yo, y duramos cuatro años.
El despiste con los chicos de Tequila fue bastante generalizado. Oíamos rock pero no identificábamos rock con todo lo que ello significa. Ocurre ahora con los cantos de sirena mefistofélicos del nuevo fascismo, en toda Europa: oímos panzer divisionen y nos parece un pasodoble cantado por Alaska y los Pegamoides y el periodista, es un decir, Carlos Herrera. Y con las mismas sonreímos como si no pasara nada.
Y pasa mucho.
El vecino del cuarto vive en el ascensor; la extraña psicópata del tercero se ha comprado un gato y quiere que se lo cuide la profesora de historia del arte de Chinchón, qué belleza de arte; el repartidor de una gran empresa de repartos ha rescatado las estampitas para pedir el aguinaldo en navidad, como si alguien le conociera en el barrio; Ariel Roth, el guitarra de Tequila que era capaz, y es, de arrancar un riff gemelo a los de cierto rolling Stone, sigue tocando y actuando por las Españas; hay un banderillero que se reivindica como empresario y un empresario que lo hace como repartidor de enormes barras de hielo, el cual también va a distribuir estampitas de aguinaldo (esta vez las coleccionaré todas para la posteridad); el archipiélago canario no se ha movido de su sitio, aunque los meteorólogos catódicos y otras gentes, se empeñen en colocarlo al lado de Argel, será por la película de Amenábar; por penúltimas, me esperan este sábado en el Hotel Finisterre de Coruña, para comer después de casi cinco décadas de promoción estudiantil en un colegio de pago cuyo nombre mencionar no quiero.
Sin embargo, el recuerdo crepuscular, como se dice ahora en argot cursi, eres tú en el hotel de A Guarda, después de una visita rápida a Santa Tecla, aunque más bien en la sala, también crepuscular y apocalíptica, Luz de Gas, en Barcelona, en la que confundimos una canción de los Inmaculate Fools con el Quiero besarte de los Tequila. Pues bueno fue que nos besamos, inauguramos una habitación en Vía Augusta, frente por frente al instituto de bachillerato, y volvemos para siempre a la sala barcelonesa ahora que celebra treinta años, o más.
“Estás convencido de que así huyes de la desesperanza y el horror contemporáneo”. Con esta sentencia veneciana de Andrea Nóvoa, una prima lejana, llegaría para cerrar el artículo. Está bien: que llegue.
Sobre este blog
Espacio de opinión de Canarias Ahora
0