Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
BLADE RUNNER
Hace treinta y cinco años los pocos que asistimos al estreno de la película Blade Runner vimos el futuro de la humanidad o, por lo menos, vimos uno de aquellos posibles futuros a los que la civilización pudiera llegar a enfrentarse, dos décadas antes de la llegada del nuevo milenio.
En aquel escenario, el mundo se había convertido en un terreno baldío, desolado e incapaz de soportar la presión demográfica impuesta por el ser humano, un escenario en el que solamente se quedaban aquéllos que no eran aptos para emigrar hasta las colonias del mundo exterior. Hoy en día, en nuestro planeta, también hay muchos lugares tan baldíos e inservibles como los que se describen en el universo cinematográfico de Blade Runner, tanto en la película original de 1982 como en la que se acaba de estrenar este mismo año, pero los habitantes de nuestro planeta no pueden marcharse hasta las colonias situadas más allá de nuestro sistema solar.
En esta realidad, la nuestra, los habitantes del planeta Tierra son como J.F. Sebastian (William Sanderson), seres que soportan todo tipo de atropellos, penurias, agravios y sinsentidos, mientras las desigualdades aumentan de manera exponencial, tanto como el alto de los edificios retratados por Ridley Scott. El único consuelo que les queda a las legiones de desheredados que recorren los campos de refugiados dispersados por el globo terráqueo es mirar al cielo y dejar atrás su miserable existencia, por lo menos, mientras la contaminación no se empeñe en evitarlo, o por causa de una lluvia constante y plomiza que lo encharque todo aún más, a imagen y semejanza de lo que sucede en ambas películas.
Aquel futuro cinematográfico -al que hoy en día, muchos indocumentados tachan de estéticamente recargado y totalmente pasado de moda, una afirmación que se sustenta en el “tremendo adelanto” que ha supuesto para la humanidad el desarrollo de las redes sociales- también ofrecía la primera interacción real entre el hombre y la máquina, más allá de la simple herramienta y de los preceptos escritos por Isaac Asimov, en su obra I, Robot (1950)
Los replicantes desarrollados por el doctor Eldon Tyrell (Joe Turkel) no eran simples robots o androides metálicos como la María de Metropolis (interpretada por la actriz alemana Brigitte Helm), personaje catalizador de buena parte de la acción dramática de la película de Fritz Lang (1927). La visión del fundador de la Tyrell Corporation iba más allá del mero concepto mecánico y electrónico que rodea a una creación de estas características y de ahí el eslogan de su compañía “Más humanos que los humanos”.
En realidad, ni entonces, ni ahora -y tampoco creo que en las próximas décadas- el ser humano está preparado para interactuar con un replicante modelo Nexus-6, Nexus-8 o cualquiera de los modelos creados por Niander Wallace (Jared Leto) llamados por su creador “Ángeles”, una vez que los replicantes originales fueron prohibidos… Decir exterminados sería la palabra exacta para definir lo que les ocurrió a éstos. La raza humana es toda una experta en paranoia, en insensatez, en su extrema capacidad para la destrucción de sus semejantes y de todo aquello que no logra entender, pero la empatía siempre termina siendo la asignatura pendiente de todas las civilizaciones y/o imperios que se han sucedido desde el albor de los tiempos.
Fabular, siquiera, con la convivencia entre androides virtualmente idénticos como los replicantes Nexus-6 a los que debe hacer frente Rick Deckard (Harrison Ford) en la película de Ridley Scott es, hoy en día, casi cuatro décadas después del estreno de Blade Runner, tan quimérico, si no más, que entonces. Tras la crisis y el auge de los nacionalismos y/o populismos -dependiendo del grado de insensatez del movimiento sociopolítico en cuestión y sus líderes- todas estas cuestiones han pasado a un segundo plano y, ahora, solamente importa el presente más inmediato y cortoplacista, porque muy pocos tienen tiempo y lucidez para pensar en el futuro.
Harrison Ford (Rick Deckard) y el director Ridley Scott durante el rodaje de Blade Runner (1982)
De ahí que el discurso final de Roy Batty (Rutger Hauer) momentos antes de morir, mientras Rick Deckard -tirado en el tejado del edificio que ha hecho las veces de escenario de la justa entre ambos- lo contempla sin poder articular palabra alguna, suene mucho más actual ahora que entonces por cómo han discurrido las cosas entre los seres humanos, después del estreno de la primera aproximación al trabajo del escritor americano Philip K. Dick (1928-1982). Roy Batty solamente quería seguir viviendo en un mundo que le estaba vetado, por el mero hecho ser una “máquina” y no ser un humano “auténtico”. Su mayor y único pecado, además de querer saber su fecha de caducidad, fue demostrar que la teoría de su creador, Eldon Tyrell, podía llegar a ser una realidad en un mundo que ni estaba, ni está preparado para aceptar una verdad como ésa.
I’ve seen things you people wouldn’t believe…
(long pause)
Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate…
(pause)
All those moments will be lost in time, like… tears in rain.
Time to die.
Estas palabras, pronunciadas por el replicante Nexus-6 antes de fallecer, escritas por Hampton Fancher y David People (autores del guión original, fechado, éste, en febrero de 1981) y cuyo párrafo final fue añadido por el actor holandés antes de rodar la secuencia, suponen unos de los momentos más lúcidos, cinematográficamente hablando, en todo lo relativo a definir la arbitrariedad con la que se comportan los seres humanos contemporáneos.
Rutger Hauer (Roy Batty) en Blade Runner (1982)
Roy Batty es capaz de sentir una empatía para con quien ha venido a terminar con su corta existencia que el veterano y curtido Blade Runner nunca pensó encontrar en unas máquinas que “retiraba” con cierto reparo, pero con una eficacia realmente letal. En el enfrentamiento que se desarrolla en lo alto del edificio que hace las veces de laberinto, sala de justa y campo del honor ambos antagonistas jugarán al gato y el ratón, sabiendo que aquella batalla estaba decidida de antemano. Aunque el replicante consiguiera derrotar al implacable cazador, sus horas estaban contadas.
Esta pesada losa, por el contrario, no persigue los movimientos y el comportamiento del agente de la policía de los Ángeles K (Ryan Gosling), un replicante de nueva generación que ejecuta el trabajo que antes hicieran Rick Deckard y Gaff (Edward James Olmos) en la primera adaptación cinematográfica de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Doubleday 1968).
Como ya hicieran sus antecesores, K cumple con su obligación de una manera encomiable y, cuando ha “retirado” a otro replicante de su lista de casos pendientes, regresa a su casa e invierte sus horas hablando y “conviviendo” con Joi (Ana de Armas), su pareja holográfica, un producto de Wallace Corporation, empresa responsable de devolver a los replicantes al tablero de juego después de los hechos acaecidos tras la caída en desgracia de la Tyrell Corporation y el BlackOut del año 2022.
Ryan Gosling (K) en Blade Runner 2049
No obstante, por la cabeza de K pululan ideas que suelen ser más propias de los humanos nacidos por los métodos tradicionales que por aquellas creadas de forma genética y artificial, tal y como es su caso. Para rematarlo todo, y tras retirar a Sapper Morton (Dave Bautista), un replicante Nexus-8 fugitivo, K descubre el cuerpo oculto de quien, a la postre, resulta ser una replicante Nexus-6, aunque Eldon Tyrell le confesara a Rick Deckard que Rachael (Sean Young) era un modelo especial, el cual iba un paso más allá de los Nexus-6 convencionales que el Blade Runner se dedicaba a retirar.
Encontrar un cuerpo en si mismo no debería suponer un problema mayor que el de conocer la identidad del difunto y/o difunta, pero el análisis forense desvela que aquel cuerpo, ahora reducido a un grupo de huesos polvorientos, fue capaz de emular al cuerpo humano hasta un extremo que nadie hubiese pensado, ni tan siquiera el mismo creador de la “raza” Nexus.
Sean Young (Rachael) en Blade Runner (1982)
Con Rachel sobre el tablero de juego y siguiendo las indicaciones de su superior directa, la teniente Joshi (Robin Wright), K deberá seguir el camino que recorrió Rick Deckard treinta años después, momento en el que, tras la muerte de Roy Batty y el resto de los replicantes que lo acompañaban, decidió dejar atrás su placa de policía y se marchó con Rachel, en busca del mismo unicornio que Gaff hizo antes en papiroflexia y luego abandonó delante de la puerta de la replicante.
El camino es, a la vez, un recorrido similar al del personaje literario de Joseph Conrad, Charlie Marlow -el personaje por antonomasia en las novelas del escritor polaco- enfrentando al replicante con lo que se esconde detrás de sus sueños y, sobre todo, después de sus pesadillas infantiles, por si ello le ayudara a conocer cuáles son sus verdaderas raíces. En su caso, el corazón de sus tinieblas reside en el hecho de ser algo más que una mera creación genética, diseñada para obedecer las órdenes de los seres humanos que se encuentran en un estadio superior a él. K sabe que la misma idea pudiera ser una quimera, pero el descubrimiento del esqueleto de Rachel y de la verdad que éste escondía abre una puerta impensable para unas máquinas capaces de ser mucho más que eso, máquinas
Harrison Ford (Rick Deckard) en Blade Runner 2049
Y en cierta medida, la forma en la que afronta este camino, el cual le llevará a K a encontrarse con Rick Deckard, posee muchas similitudes con la navegación por el río Congo que llevará a Marlow hasta encontrarse con Kurtz. Incluso la llegada a lo que un día fue un lujoso y excesivo hotel en Las Vegas, con un K andando por una suerte de paisaje marciano que haría las delicias del capitán John Carter, no deja de rememorar la llegada del marinero británico hasta los dominios coloniales de quien ha dejado atrás la civilización para vivir según sus propias reglas vitales y morales. Cierto es que Rick Deckard no ha dejado atrás sus modos y maneras de la misma forma que sí hiciera Kurtz, pero no es menos cierto que cuando el Blade Runner decidió abandonar el tablero de juego cotidiano para adentrarse, atrás quedaron muchas de las implicaciones morales que habían conducido su vida hasta ese momento.
Quien sí que no se rige por las normas morales y éticas convencionales, en un mundo que dejó de serlo tiempo atrás, es el fundador e impulsor de la Wallace Corporation, Niander Wallace, y su brazo ejecutor, Luv (Sylvia Hoeks), una máquina que demuestra que el problema de una inteligencia artificial no es la máquina en sí misma, sino la persona que la diseña y luego la programa. Su persecución de un secreto que pudiera cambiar la misma concepción de la idea que motivó la creación de los Replicantes Nexus terminan por desvirtuar los postulados defendidos por Eldon Tyrell, por muchos que sus detractores lo olvidaran cuando empezó la caza de brujas para con todo lo que tuviera que ver con la creación genética de seres humanos.
Recurriendo al símil con la obra de Joseph Conrad, Niander Wallace sí que guarda un paralelismo muy evidente con el personaje de Kurtz, aunque el ensimismamiento del primero no tiene relación con el abandono moral y el regreso a las raíces animales que sufre el empleado colonial africano, tras cortar sus raíces con la civilización. Es cierto que ambos poseen un atractivo más que evidente, atractivo que por muy chocante que pudiera resultar es real y no se les puede negar. Baste con ver uno de los cortometrajes estrenado como preámbulo al estreno de la segunda película, 2036: Nexus Dawn (Luke Scott 2017) y protagonizado por Niander Wallace para darse cuenta de cómo un sociópata como el ensimismado genetista puede llegar a ser tan atractivo como repulsivo.
Una vez que K se encuentre con Rick Deckard y todas las piezas del puzle dejan de estar boca abajo para que, una vez que se les dé la vuelta, muestren la imagen que hasta entonces escondía, sólo quedará colocar la pieza que, como ocurre con el caballo de madera sobre el que se sustentan los recuerdo del joven policía, revelará el sentido de su viaje. Llegado el momento, la opción escogida por K lo emparentará con Roy Batty, aunque sin llegar a la profundidad ética y existencial del Replicante Nexus-6. En su caso y siguiendo una línea vital que vertebra los 163 minutos de la película del director y guionista canadiense Denis Villeneuve, K sólo tratará de encontrar una coherencia y una lucidez vital que el ser humano siempre se ha empeñado en rechazar, siglo tras siglo.
Quizás la única persona realmente coherente en todo el relato sea la doctora Ana Stelline (Carla Juri), creadora de recuerdos para la Wallace Corporation, aunque, en realidad, sea mucho más que eso y ella lo sabe.
Al final la vida es solamente un camino de aprendizaje y el cómo y la forma de hacerlo -ya sea durante los 110-117 minutos que duran las distintas versiones de la película de Ridley Scott, o durante los 163 minutos del metraje de Blade Runner 2049- es una elección personal de cada creador y de quien acceda a entregarle luego su tiempo, sentado en la butaca de un cine. El resto termina siendo como las lágrimas en la lluvia a las que cita Roy Batty en su monólogo final.
© Eduardo Serradilla Sanchis, 2017
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© 2017 The Ladd Company, Shaw Brothers (as Sir Run Run Shaw) & TimeWarner Company
Sobre este blog
Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.