Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
ESPOO CINE 2014
Como ocurre con el resto de las cosas, una veces se acierta y otras, visto lo visto, no queda más remedio que tirar de la fuerza de voluntad propia y asimilarlo tan rápido como buenamente sea posible, sin pararse a pensar.
Cierto es que hay festivales y festivales y, en el caso de Espoo Ciné, -certamen al que llevo acudiendo desde el año 2006- los tempos son bien distintos y siempre suele haber tiempo para reorganizar las ideas. Si a todo ello le suman las facilidades que la organización pone al alcance de quienes acuden hasta el centro cultural de Tapiola, en especial la guagua que, año tras año, nos lleva de regreso hasta Helsinki tras las maratonianas sesiones cinematográficas –un lujo, el disponer de dicha guagua, que solamente se ofrece en un país como éste- es de recibo admitir que, si hay un lugar donde se trabaja y/ o se disfruta como simple espectador, ése es Espoo Ciné.
Otra cosa bien distinta es que, cada año, los programadores del festival nos lo ponen más difícil para encontrar el mencionado equilibro y no naufragar nada más empezar la primera proyección. Y no se tomen esto como una crítica. En todos estos años, el nivel del festival ha crecido exponencialmente y para bien, pero también hay que decir que la complejidad argumental de las películas ha crecido de igual forma. Quizás todo esto tenga que ver con que el séptimo arte se ha ido polarizando en dos segmentos bien diferenciados, de la misma forma en la que la misma convivencia humana lo ha hecho, sobre todo tras el 11/ S y el estallido de la crisis económica mundial.
De un lado están los productos comerciales, con un determinado grado de rigurosidad argumental, eso sí, y de otro, aquellas producciones que beben del Unamuniano concepto del sentimiento trágico y existencial de la vida. Esto último no quiere decir que las películas que se pudieron ver en esta última edición de Espoo Ciné fueran toda una suerte de tragedia en varios actos, sin posibilidad alguna de redención, ni nada por el estilo, en donde ni siquiera el apuntador lograra sobrevivir. Como en todo hay extremos y la esperanza, como las plantas silvestres, es capaz de sobrevivir en cualquier parte. No obstante, sí que es cierto que buena parte de las películas proyectadas respondían, de algún modo u otro, al segundo de los supuestos anteriormente comentado.
De entre todas la películas que vi, hay una que refleja dicho sentimiento, ciertamente trágico, además de la incapacidad manifiesta que nuestra sociedad tiene, día tras día, para lograr que sus habitantes se comuniquen entre si de una forma en la que logren entenderse.
Stockholm, película dirigida por Rodrigo Sorogoyen, y protagonizada, de manera absoluta, por la pareja Aura Garrido y Javier Pereira es un fresco estremecedor y lúcido de cómo las personas estamos perdiendo la empatía para con nuestros semejantes y solamente buscamos nuestro provecho personal. La trama es simple, real y mundana; es decir, chico “guapo” acostumbrado a llevarse a la cama a cualquier fémina que se sitúa en su punto de mira conoce a chica, igualmente guapa, pero notoriamente frágil e insegura, la cual se torna en una suerte de fortín al que conquistar durante la noche.
Cargada de cierta ironía, momentos disparatados y cierto halo de romanticismo tópico, pero igualmente válido, la historia adquiere un tinte bien distinto cuando, a la mañana siguiente, el chico, contento con su conquista, pero preocupado en otros menesteres, muestra su verdadero rostro, cual Mr Hyde decimonónico y descarnado. Es, entonces, cuando el romanticismo de antaño se vuelve en cobarde rechazo ante una situación para la que el chico no estaba preparado. Según su esquema, una vez conquistado el fortín, los supervivientes, si los hubiera, deberán abandonarlo sin mirar atrás, lo mismo que debería hacer ella, la chica, si le hiciera caso a él, el chico.
Claro que ella, cada vez más terca y frágil a la misma vez, no dará su brazo a torcer así como así, un hecho –el de la fragilidad e inseguridad manifiesta- que pasará desapercibido para él, justo hasta el momento final de toda la narración. Una vez que él se da cuenta de lo que de verdad estaba pasando, nada servirá, ni su desesperada carrera, ni su cara desencajada, ni los lamentos que no hace falta ver para poder imaginarlos. Su pose trasnochada de macho ofendido e incomprendido se dará de bruces contra la realidad de una situación, la ya mencionada fragilidad, inseguridad y tristeza que desde el minuto uno embarga al personaje de ella -un estado ocasionado por una depresión que puede que esté superada, pero para nada olvidada- y que, como otras tantas cosas, el chico pasará por alto mientras tendía las escalas para el asedio nocturno.
Stockholm es no sólo una radiografía que nos muestra cómo siguen siendo las relaciones entre las personas en nuestro país -y que seguro que se puede extrapolar hasta este pequeño país nórdico-, sino el mejor ejemplo de que, en el siglo de las comunicaciones, los seres humanos siguen sin saber comunicarse entre ellos. Ni él es capaz de darse cuenta de lo que le pasa a ella, ni ella es capaz de explicárselo, razón por la cual, la incomunicación será total y absoluta.
Al final, como pasa en cualquier asedio que se precie, solamente quedarán piedras, muros derruidos y los resto de la sangre de quienes tuvieron la mala fortuna de estar en medio de aquella locura, algo que también se podrá aplicar a los personajes protagonistas de esta sobresaliente producción española, la cual debería ser de obligado visionado en los institutos de nuestro país. Puede que así, el raciocinio se impusiera a la mentalidad de “machito guardapolvo” que aun campa por sus respetos en buena parte de nuestra cacareada y rancia geografía patria.
La otra producción que también incide en la desnaturalización de las relaciones humanas, llevándolas hasta el extremo mismo de la deshumanización y de la pérdida de la propia identidad, es The Congress, otra película cuyo personaje principal, Robin Wright, soporta todo la narración, de principio a fin.
Basada en la novela El Congreso de futurología (Kongres futurologiczny, 1971) del escritor polaco Stanisław Lem, uno de los máximos ejemplos de la literatura de ciencia ficción del pasado siglo XX, The Congress es todo un alegato contra la pérdida de identidad de nuestra sociedad, cada vez más digital y deshumanizada. Wright, quien se interpreta a sí misma en una suerte de psicoanálisis personal en cuanto a su carrera profesional como actriz, verá cómo su imagen, ligada a papeles tan dignos de mención como Buttercup (the Princess Bride. Rob Reiner, 1987); Jenny Curran (Forrest Gump. Robert Zemeckis, 1994) o Gwen Tyler (Toys. Barry Levinson, 1992) se convierte en una imagen de marca, propiedad de un gran estudio cuyo único interés es maximizar sus recursos.
Fábula de cómo puede llegar a ser el mundo del cine en formato digital, dentro de una década, The Congress va más allá cuando la actriz acude al mencionado congreso de futurología y, un vez allí, comprueba que el ser humano ya no aspira a otra cosa que transformarse en un avatar que represente sus verdaderos anhelos como entidad que posee raciocinio. Para mostrar tan delirante y surrealista cambio, el director Ari Folman recurre a la animación -chillona, mareante, exportada de los delirios que, en su día, cierto cuarteto de Liverpool plasmara en la no menos delirante Yellow Submarine- y nos sumerge en un mundo que no tiene ni pies, ni cabeza, sino todo lo contrario. ¿Lo entienden? Si la respuesta es que no, no importa, dado que aquello que Ari Folman exportó de la novela original de Stanisław Lem fueron los estados de ensoñación que sufre la protagonista, algunos de los cuales pueden llegar a ser, conceptualmente, un tanto complejos.
No obstante, tanto visual como argumentalmente hablando, The Congress pone sobre la mesa el progresivo deterioro de las relaciones humanas, cada días más condicionadas por la técnica y los dispositivos de comunicación, los cuales han terminado por abducir las relaciones humanas y transformarlas en una suerte de juego de avatares en donde cada cual es quien quiere ser, no quien en realidad es.
A su vez, la película incide en la estupidez y el papanatismo, a veces insultante, de todos esos ejecutivos cinematográficos, los cuales han ido minando la credibilidad del negocio por causa de sus memeces, sus delirios –mucho más peligrosos que los de la protagonista- y por ese sentimiento de saber absoluto que parece embargarles al hablar, cuando, en realidad, son los más ignorantes del lugar, por mucho que vistan trajes caros y huelan como una tienda de perfumes franceses.
Dicho esto, el resto de las películas que vi durante la última edición de Espoo Ciné estuvieron, de una forma u de otra, basadas en las relaciones familiares, en mayor o menor medida. Y es cierto que algunas de ellas formaban parte de una sección que se llamaba así “Perhe” (Familia). Sin embargo, una cinta tan delirante, divertida y recomendable como Las Brujas de Zugarramurdi, escrita y dirigida por Alex de la Iglesia, está íntimamente relacionada con el concepto de familia, tanto por parte de las brujas que dan nombre a la película –impagable ver a Carmen Maura y a Terele Pávez orquestando el aquelarre- como por parte del grupo de destartalados y caricaturescos atracadores -que larga es la sombra del gran Francisco Ibáñez-.
Es más, los protagonistas acaban en Zugarramurdi huyendo de la policía, tras un atraco orquestado por José (Hugo Silva) para poder pagar los gastos del viaje que quiere hacer con su hijo Sergio (Gabriel Delgado) a Disneyland Paris. De acuerdo que también están los gastos de manutención que José debe pagar a la psicóti…perdón, a su ex-mujer, pero ésa es una cuestión menor con tal de evitar la frustración que sufriría su hijo si dicho viaje no se llegara a materializar.
El tener que cargar con Tony (Mario Casas), un descerebrado que sólo piensa en el sexo opuesto, y, luego, a su vez, tener que secuestrar a Manuel (Jaime Ordóñez), un taxista asqueado de su vida personal y familiar, son cosas que pasan cuando uno se sube en el carro de la delincuencia. Vale que tampoco será una buena idea el enamorarse de Eva (Carolina Bang), la inteligente, decidida y escultural bruja, hija de Graciana Barrenetxea (Carmen Maura) y nieta de Maritxu (Terele Pávez), pero ya se sabe que esas cosas pasan. Al final, ni el mayor aquelarre del mundo mundial puede apartar a un padre de su hijo, por muy predestinado que el vástago esté para con el lado oscuro.
En un tono más “serio” se podrían situar títulos tales como Oktober November, película austriaca dirigida por Götz Spielmann; Stay, coproducción irlandesa-canadiense, dirigida por Wiebke von Carolsfeld; Ciencias Naturales, película argentina del director Matías Lucchesi; Aloft (No llores, vuela), coproducción hispano-francesa-canadiense, dirigida por Claudia Llosa; Songs for Alexis, dirigida por Elvira Lind; o Queen and Country, otra coproducción entre Irlanda-Francia y Rumanía, que supone el regreso del director británico John Boorman a la gran pantalla. Incluso la producción noruega Ragnarok (Mikkel Braenne Sandemose), película de género basada en el mitológico concepto de la batalla que pondrá fin al universo, sustentará su narración sobre la relación de un padre con sus dos hijos y en los esfuerzos del primero por lograr que dicha relación funcione.
En todas y cada una, el complejo entramado que sustenta las relaciones familiares, ya sean éstas entre padres e hijos, hermanos con hermanos, o maridos con sus respectivas parejas, quedarán reflejadas de una forma clara, dura y, en algunos momentos, descarnada. Puede que la más hermética de todas sea la relación materno- filial que muestra la directora Claudia Llosa en Alof, hermosa, pero, a ratos, compleja producción, cargada de melancolía, cierta desazón y protagonizada por unos personajes que no acaban de encontrar las preguntas que golpean las paredes de su corazón.
Magníficamente interpretada por una Jennifer Connelly que borda el papel de madre que debe decidir entre su propio destino y el de su hijo, y por Cillian Murphy, quien se ha convertido en uno de los mejores actores de su generación, Alof no es una película para todos los públicos, pero sí para quienes aún posean la paciencia y la empatía suficiente como para conectar con una cinta totalmente apartada de las producciones que se suelen estrenas en las pantallas comerciales.
En el caso de Oktober November o Stay, las protagonistas de ambas películas emprenden un viaje de vuelta a sus raíces, en parte para dejar atrás una situación vital que no les convence, en parte para enfrentarse a sus demonios personales y dentro de un escenario bien conocido. Son historias sencillas, tremendamente bien contadas e interpretadas por los actores, que, sin importar el idioma en el que estén filmadas, se pueden extrapolar, como suele pasar en estos casos, a cualquier parte del globo.
Con Queen and Country, Boorman retrocede hasta la Gran Bretaña de los años cincuenta, en un momento en el que los jóvenes británicos daban con sus huesos y sus petates en la contienda coreana, justo cuando la reina Isabel fue coronada, tras el fallecimiento del su padre. Contada bajo la óptica de dos de aquellos jóvenes, nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial y que luego se vieron involucrados en una nueva contienda, Boorman desmenuza la hipocresía del estamento militar, la rigidez y el sinsentido de unas normas que parecen estar puestas para anular a las personas y, como éstas, se aprovechan de ellas para medrar, a costa de cualquier cosa. Entre medias, las relaciones familiares, íntimas y personales de unos hermanos, unos padres y sus hijos, y quienes pululan por entre medias de todos ellos.
Song for Alexis es un biopic documental basado en la vida de Ryan Cassata, compositor, cantante y hombre transgénero, símbolo del movimiento gay en los Estados Unidos de América. Película que huye de cualquier tipo de estridencia es un fiel reflejo de la vida de un transexual, sus relaciones familiares y afectivas con su novia Alexis, y todos los problemas que ambos deben sortear para lograr vivir juntos, sin edulcorar, ni suavizar nada.
Dejo para el final una película que demuestra que no por filmar más metros de negativo, ni por montar la película de una forma más estrambótica, el resultado final será mejor. En tan sólo 71 minutos, Matías Lucchesi nos cuenta en Ciencia Naturales, una historia atemporal, intensa, hermosa, fácil de entender y aún más fácil de empatizar con ella y, cuando se sale de la sala, la sensación que le embarga a uno es que este viejo y cacareado mundo todavía mantiene un halo de esperanza.
Lila es de ese tipo de personas que no se detienen ante nada, cuando se empeñan en conseguir algo. Poco importa que viva en medio de ninguna parte y que su único medio de locomoción sea un caballo, el cual moriría a causa del frío reinante, si tratara de abandonar la seguridad de la escuela que le da cobijo durante buena parte del tiempo. Lila es una jovencita empeñada en saber quién fue su papá y ante tal muestra de entusiasmo y decisión, su profesora de ciencias naturales se verá inmersa en un viaje de iniciación y conocimiento, el cual también le servirá a la adulta para darse cuenta de cuál es su verdadera situación vital.
Ciencias Naturales es una de esas extrañas y escasas películas en donde los personas que uno ve en la pantalla Sí que son reales y no una imagen de lo que deberían los seres humanos, según los delirios del guionista de turno. Los diálogos que mantienen, las expresiones de sus rostros, los sucesos que van sucediendo son tal cual pudiera acaecer en cualquier parte del planeta y eso te hace conectar, de forma casi inmediata, con lo que está pasando delante de tus ojos, sin casi darte cuenta. Los esfuerzos de Lila son los mismos esfuerzos de cualquier persona por conocer sus raíces y encontrar un lugar en un mundo cada vez más lleno de incomprensión. Lo mejor de todo es que, al final, es Lila quien acabará por cambiar la vida de todos aquellos que se cruzan en su camino, cual demonio de Tasmania y su torbellino andante.
Es de recibo resaltar que, sin la magnífica interpretación de Paula Hertzog, –joven actriz que también protagoniza la película El Premio, cinta que se proyectó hace dos años en Espoo Ciné- la película no sería lo mismo. La pasión que la actriz demuestra invade toda la narración y contagia tanto a los actores como al espectador más acostumbrado a ver este tipo de propuestas. Es cierto que Paula Hertzog está muy bien secundada por Paola Barrientos, Sergio Boris, Arturo Gotez y Eugenia Alonso, pero sin el empuje de la adolescente argentina, Ciencias Naturales no sería lo mismo. Y todo esto, en tan sólo 71 intensos y sensacionales minutos. Ni más, ni menos.
Hasta aquí esta revisión de lo que fue Espoo Ciné 2014, quizás un poco más corta que en años anteriores, en parte porque Espoo Ciné ya no forma parte del European Fantastic Film Festivals Federation, y en parte por requerimientos profesionales ajenos a mi labor como periodista acreditado.
Sea como fuere, la selección de este año ha sido de las mejores de cuantas recuerdo haber visto y no es de extrañar que, durante los días en los que duró el encuentro, se colgara en multitud de ocasiones el cartel de “No hay entradas”.
Si tienen tiempo y disposición, vean algunas de las películas que les he propuesto y disfruten con ellas tanto como lo hice yo, hace tan sólo unas semanas. Al final, lo que viene ahora, corre de su cuenta.
Sobre este blog
Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.