La lucha de las mujeres prostituidas, cabezas de familia que soportan mayor precariedad y violencia en pandemia

Una mujer en situación de prostitución coloca con una chincheta el  país desde el que salió (Colombia) y al que llegó (España).

Jennifer Jiménez

Las Palmas de Gran Canaria —

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Ángela, Irene, Luisa y Francisca (nombres ficticios) charlan en un espacio que han reivindicado para ellas en Las Palmas de Gran Canaria; la azotea del Centro Lugo que gestiona Cáritas para ayudar a mujeres en contexto de prostitución y víctimas de trata. Una vez a la semana tratan de reforzar su autoestima compartiendo experiencias y golpeando un saco de boxeo al que llaman “el saco del odio”. En él cuentan que descargan la mala energía acumulada tras días que se han vuelto mucho más duros que antes de la pandemia. “Ahora los hombres quieren hacer lo mismo por menos dinero y con más riesgos para nosotras”, afirma una de las mujeres, que insiste en que hay que romper con los prejuicios preconcebidos sobre la prostitución. Todas coinciden en que son cabeza de familia, que tienen a muchas personas que dependen de ellas, bien en sus países de origen o en la isla y que sus experiencias son muy duras. “El momento más feliz del mes es cuando puedo enviar dinero a mi familia”, afirma orgullosa una de las presentes. 

En ese espacio donde comparten sus vivencias se respira fortaleza y resiliencia. Se crea un clima de apoyo mutuo. Prefieren guardar el anonimato, pero insisten en que es la falta de oportunidades la que las ha colocado en esta situación y que cada una tiene una historia y un contexto muy diferente. “Tuve que huir de la violencia en Colombia”, explica una de las mujeres. “Yo soy de Nigeria y he tenido que volver a la prostitución después de haberlo dejado porque mi negocio me fue mal, tenía deudas y ahora debo meses de alquiler”, señala otra. “Yo soy canaria, pero no tengo familia a la que acudir y aunque lo he intentado y me he buscado siempre la vida, no he tenido otra oportunidad”, explica otra. Diferentes países, edades, contextos, pero todas cuentan que lo que desean es que la vida les dé una oportunidad de salir de este contexto. 

El estigma social es uno de los aspectos que dañan la autoestima de estas mujeres. La sociedad tiende a juzgarlas a ellas en lugar de poner el foco en los hombres. “Lo peor es cuando a veces pasan hombres y mujeres en coche y se burlan de nosotras” o “nos sentimos humilladas, no solo por tener que rogar a los hombres para que vengan con nosotras, sino también por los insultos y miradas que recibimos de algunas personas”, son algunos de los testimonios que reflejan el dolor que sienten. Una de las cuestiones en las que insisten es en que son personas con miedos e inquietudes. “Yo soy una persona muy educada y mi mayor hobby es leer” resalta una mujer. 

Una de las mujeres acaba de terminar un ciclo de FP con muy buenas notas. Lo aprobó a la vez que ha cuidado de su hijo pequeño tratando de sacar horas al día. Pero no es el único ejemplo, Idaira Alemán, responsable del Centro Lugo, afirma que se han incrementado las peticiones de formación en Radio Ecca y a través de otros centros. “Yo hace unos años saqué el de corte y confección”, afirma con orgullo otra de las mujeres. Por ello, la responsable de este proyecto de Cáritas insiste en que lo importante es ofrecerles oportunidades y que tengan garantizados sus derechos. Para ello, también se han impartido charlas con la policía para que las mujeres conozcan sus derechos y que sepan que pueden denunciar si son agredidas. 

Preocupa el aumento de la violencia

“Hemos visto un aumento de violencia tras el confinamiento”, afirma Idaira Alemán, que cree que puede estar influenciado por el consumo de pornografía. Se trata de una cuestión que confirman también las mujeres a este medio. “Nos maltratan y nos humillan”, señala una mujer. Sobre todo, insisten en las peticiones de realizar prácticas de riesgo. “Es muy duro tener que estar horas esperando y que al final del día, cuando ya estamos muy cansadas, llegue un hombre a pedir prácticas sin mascarilla o sin preservativo”, cuenta una de las mujeres, que añade que en esos momentos se ven en la tesitura de elegir si llevar dinero a casa o primar su propia salud. “Ellos no nos quieren cuidar y no se dan cuenta de que tampoco se cuidan ellos mismos ni a sus familias”, remarca. 

“Una no se acostumbra al nivel de peligro que se vive en la calle”, afirma otra de las mujeres que subraya que “no quiere llegar a su casa en un ataúd”. Las mujeres que se ven abocadas a estar de noche en las calles pasan por peores condiciones. “El riesgo que asumimos es muchísimo”. En cuanto a perfiles de hombres afirman que no hay uno único y que cada vez se acercan más jóvenes, a los que siempre piden el DNI para comprobar que son mayores. Por ello, Alemán cree que la clave para conseguir una igualdad real y un mismo trato entre hombres y mujeres es la educación. 

La responsable de este proyecto de Cáritas lamenta que esta ONG siempre se ha volcado en dar formación, información y apoyo a estas mujeres, pero ahora además se ha visto con la necesidad de ayudar económicamente, con bonos de alimentos y pago de alquiler. Idaira Alemán destaca que acceder a los alquileres es cada vez más complicado porque piden a estas mujeres una nómina que no tienen. Por ello, desde Cáritas en algunos casos han tenido que buscar habitaciones en pensiones y otros espacios para que tengan garantizado un techo. “Algunas fueron expulsadas de los pisos o clubes durante el confinamiento”, recuerda. 

Ataques de pánico y angustia

La situación vivida con la pandemia desde marzo ha cambiado mucho la perspectiva. Alemán explica que muchas de ellas han tomado aún más conciencia de la situación extrema que viven y que no quieren seguir así mucho más tiempo pero las que habían podido salir de este contexto y ahora han tenido que volver, psicológicamente las secuelas son más duras. “Me di cuenta de que era como una máquina de hacer dinero, ahora me pesa la mochila de mi vida”, es una de las frases de una mujer prostituida que más le ha chocado. La trabajadora social celebra la llegada del Ingreso Mínimo Vital y que haya mujeres que se puedan acoger, pero recuerda que la burocracia está poniendo muchos impedimentos. La trabajadora social explica que algunas mujeres que tienen derecho a acceder a este ingreso (las que son víctimas de trata o están en situación de prostitución en condiciones de vulnerabilidad) han podido presentar la solicitud, pero otras aún no porque no se ha establecido el procedimiento. 

Una de las presentes en el encuentro afirma que por las noches suele sentir mucha angustia, ansiedad  y ataques de pánico, a lo que las demás asienten con la cabeza. “A mí me pasa antes de dormir, pienso en el futuro y me empiezo a agobiar”, añade otra o “vivimos al día, porque si pensamos en el futuro no se puede soportar”, dice otra de las mujeres. Ahora, un nuevo confinamiento es uno de los principales miedos para todas. “Las que tienen familia fuera de España, dependen de ellas para que sus hijos, madres, hermanas puedan vivir modestamente y las que tienen hijos aquí es peor, porque cobran en euros y gastan en euros”. Además, muchas veces se ven obligadas a llevar una doble vida si tienen aquí a su familia. “Mi hijo lo sabe pero mi nieta, que es menor, no y evito que pase por la zona donde estoy o me escondo”, cuenta con angustia una mujer, que insiste en que su situación es muy dura, son muchas horas al día en las que hasta se le pasa la hora de la comida. 

Las mujeres que se encuentran en esta situación en Canarias proceden de múltiples países. En los últimos años ha aumentado el número de Colombia y Venezuela pero también proceden de países europeos, como Rumanía o africanos, como Nigeria. Las leyes de extranjería abocan a estas mujeres a la precariedad, al no poder regularizar su situación hasta pasados tres años. En muchas ocasiones tienen que pagar la deuda que ha costado su viaje, a lo que se suman las cargas familiares. “Yo pagué mi deuda y ahora estoy sola pero tengo que mentir cuando entra un hombre en casa”, señala una mujer, que confiesa que siente mucho miedo pero se hace la fuerte. Otras viven en pisos con más compañeras, pero tienen que pagar el alquiler de la habitación. El confinamiento en estos espacios fue también muy duro, “como si estuvieras en una jaula”. 

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