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El volcán submarino de El Hierro albergó una nueva especie de bacteria

Epicentro de la erupción volcánica en el Mar de Las Calmas

Efe

Las Palmas de Gran Canaria —

El volcán submarino de El Hierro, que entró en erupción a finales de 2011, afectó radicalmente a las condiciones de vida del fondo oceánico de la zona. Ahora, un equipo internacional de científicos ha descubierto que una nueva especie de bacteria recolonizó el lugar.

La Thiolava veneris, como se llama esta especie bacteriana, es la primera bacteria asociada a la actividad del volcán submarino y nunca antes se había descrito.

La investigación, publicada este lunes en la revista Nature Ecology & Evolution, fue liderada por el jefe del grupo de investigación consolidado (GRC) de Geociencias Marinas de la Universidad de Barcelona (UB), Miquel Canals, y por Roberto Danovaro, de la Universidad Politécnica de la Marche (Italia).

A finales de 2011, Tagoro, el volcán submarino de la isla de El Hierro, entró en erupción. El episodio duró 138 días y remodeló un área de 9 kilómetros cuadrados del fondo oceánico.

“A escala local, originó un nuevo cono volcánico submarino y una pendiente de depósitos que se extiende hasta más de 1.000 metros de profundidad. La erupción se inició a 363 metros, y al final del episodio volcánico el mismo punto se encontraba a 89 metros de profundidad, lo que implica una tasa media de crecimiento vertical diario de 2 metros”, detalla Miquel Canals.

La erupción tuvo un grave impacto sobre la vida marina pero también potenció la actividad bacteriana.

Y es que, cuando un volcán entra en erupción “aumentan la temperatura, la turbidez, y la acidez del agua, hay más partículas en suspensión, hay menos oxígeno, y el volcán emite fluidos y gases a alta temperatura y cargados de metales, y todos estos condicionantes afectan a los ecosistemas de la zona”, explica a Efe el geólogo de la UB y coautor del trabajo, Galderic Lastras.

Para determinar cómo y cuánto ha alterado el volcán la vida marina, en 2014, se hizo una campaña oceanográfica en el buque Ángeles Alvariño, del Instituto Español de Oceanografía (IEO), en la que se utilizó un ROV (un vehículo submarino no tripulado) que, controlado desde el barco, recogió muestras y tomó imágenes de la zona afectada a unos 130 metros de profundidad.

Los investigadores vieron entonces que los nuevos depósitos de lava habían sido colonizados por multitud de formas de vida y, entre ellas, hallaron “unos filamentos blancos muy vistosos -llamados cabello de Venus-, que eran unos tapices bacterianos típicos en estos episodios volcánicos”, cuenta Lastras.

Al analizarlos, vieron que estaban formados por unas bacterias desconocidas para la comunidad científica.

Las nuevas bacterias eran organismos extremófilos, unos microorganismos “muy versátiles, adaptados a condiciones muy extremas y con mucha plasticidad metabólica, lo que les permite obtener nutrientes y energía en condiciones y lugares imposibles para otros seres vivos”, puntualiza el investigador.

Los análisis filogennómicos revelaron también que la nueva bacteria está cercana a otras bacterias marinas -en concreto, el género Thioploca, dentro de la clase de los Gammaproteobacteris-.

Thiolava veneris no sólo había recolonizado el fondo marino, sino que también había creado un nuevo ecosistema marino, con microorganismos que dependen de ella y que formaron una cadena trófica.

Pero quizás lo más llamativo del trabajo es el inexplicable origen de estas bacterias, según Lastras.

“Las erupciones volcánicas submarinas son habituales porque, aunque no seamos conscientes, la mayor parte del vulcanismo que se produce en la tierra tiene lugar en el mar. La mayoría de las erupciones se produce en las dorsales oceánicas, es decir, que están unas cerca de otras y eso favorece que los organismos extremófilos migren de unas zonas a otras”, explica Lastras.

Sin embargo, la erupción de Tagoro fue una erupción aislada geográficamente, un episodio que, de hecho, sorprendió a los geólogos.

Explicar cómo han llegado estas bacterias a una zona totalmente aislada como la isla de El Hierro ayudará a comprender cómo los microorganismos como éste recolonizan zonas realmente aisladas, concluye el geólogo.

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