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José Miguel González Hernández

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Es más cara la ignorancia que la inversión en conocimiento. Y es más cara porque el retroceso que supone no estar a la altura de las circunstancias en la denominada cuarta revolución industrial hace que la fractura que se provoca sea prácticamente insalvable.

Mayor es el reto si partimos de una aparente desventaja como es la de estar en medio de una estructura económica mayoritariamente de servicios. Y digo aparente porque se supone que los procesos de innovación en dichas actividades pudieran parecer algo más complicados que en una labor que produce bienes tangibles, aunque realmente, en la era digital tecnológica, la robotización está generalizada en todos los aspectos de nuestra vida diaria. Porque, si bien es cierto que toda actividad necesita un hardware, sobre todo necesita un software que lo haga funcionar. Y ahí las aplicaciones para el mundo de los servicios son, prácticamente, infinitas.

Pero ¿para qué innovamos? Para hacer más en menos tiempo. En definitiva, para tener una mayor productividad. Tener una nevera que nos anuncie cuándo caducan los yogures o que las persianas de nuestro hogar se recojan o se desplieguen en función de la luz y la temperatura del hábitat son solo dos pequeños ejemplos de cómo vivimos por y para la innovación. Pero el principal reto no es poder adquirir dichos bienes. El principal reto es tener la capacidad de producirlos, teniendo no solo la tecnología existente para ello, sino los recursos humanos sobradamente preparados para acceder a tales puestos de trabajo.

Así que largo campo de actuación tenemos en el ámbito de la formación, no mirando solo hacia la oferta existente, sino hacia la demanda necesaria, haciendo de la exigencia una forma de convertir en realidad lo que históricamente siempre se ha demando y acoplando los requerimientos en materia de conocimiento frente a lo que el mercado está demandando en ese momento.

Ahora bien, tampoco esperemos que el sistema dé todas las respuestas a la alta complejidad existente. Por ello, no solo el conocimiento sino la aptitud y actitud hacia la adaptación se muestran como competencia transversal imprescindible.

No obstante, no nos olvidemos de que la formación no es, ni debe ser, un requisito previo a un empleo. La formación es, y debe ser, consustancial a nuestra existencia, porque lo que ayer era actualidad hoy es pasado, mutando los paradigmas imperantes en tiempo real, haciendo de la validez universal una mera regla de comportamiento en un lugar de la historia concreta. Nada más.

Así que apostar por la inversión tecnológica es el paso lógico para ser más productivo a la vez que competitivo, haciendo que el nivel de rendimiento de dicha inversión sea el máximo posible. Quien no lo consiga, no sobrevivirá. Pero para hacer tal apuesta hacen falta recursos financieros a la vez que un mayor reparto del riesgo al fracaso. Así que, o das el paso, o la competencia te devora y te hace desaparecer. Así que toca decidir qué papel tomar: o ser el alimento o ser boca que se lo come.

*Economista

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