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Autoestima y ultraperiferia

Carlos Castañosa

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La condición archipielágica de Canarias ofrece multitud de privilegios y algunos inconvenientes que parecen empeñarse en menoscabar el calificativo de afortunadas aplicado a cada una de las islas. Con todo a favor para contemplarnos a nosotros mismos como un punto y aparte de la prosa geográfica continental, adolecemos de ciertos límites, físicos y emocionales, que recortan la entidad de excelencia que por naturaleza, raza, historia y valores corresponde a los que han nacido aquí y a quienes tuvimos en su día la iluminación de enraizarnos donde rendir homenaje a nuestros orígenes genuinos.

El orgullo de sentirse canario no se puede explicar. Solo sentirlo, disfrutarlo y compartirlo con tantos allegados como se han conseguido en este mosaico atlántico, donde la vida y sus avatares determinaron que alguien, desde sus ilusiones y ensoñaciones de futuro, recalara en el buque insignia de esta flota mágica que no navega, pues está anclada en un lugar elegido por el destino, reservado para quienes merecemos disfrutarla por el amor que nos inspira y, eventualmente, para los millones de visitantes que tienen a bien descubrirnos por indicación de turoperadores y disfrutar nuestra hospitalidad.

El clima bonancible; alisios que acarician paisajes cuya contemplación es un estado de gracia. Diversidad de cada isla; situación geoestratégica única. Historia gloriosa de gestas y hazañas memorables; episodios y tragedias que pusieron a prueba el espíritu solidario de sus gentes. Personajes reseñables de la cultura; genios literarios, portentos del deporte; todas las artes cubiertas por protagonistas actuales y pasados que dispersaron y pasean la gloria canaria por el mundo. El folclore, la música y esas voces que cantan, lloran y ríen para recreo poético de quienes las disfrutan de cerca, o les arrasan los ojos cuando se escuchan lejos. El acervo urbano expresado en el patrimonio histórico de monumentos y bienes de interés cultural aglutinados durante siglos recientes; y la reliquia de los ancestros guanches, inseparable memoria de nuestra historia completa. Una patria chica, en fin, para corazones grandes.

¿Qué mayor suerte se puede desear que vivir aquí para sentir la satisfacción de plenitud absoluta?... En especial, para quien tanto le debe a esta tierra que siente la necesidad de defenderla sin reservas para compensar una parte de lo mucho recibido.

El recuerdo de épocas pasadas en otras geografías, de vivencias juveniles de estudiante propenso a la fascinación por los mitos e ideas ilusorias, hacía de los pocos compañeros y amigos canarios de entonces un motivo de admiración y afecto que sobresalía por mérito de aquellas cualidades que trascendían del acento musical, amable y agradable, en contraste con nuestra brusquedad expresiva habitual. Todos estábamos encantados con ellos, y ellos se sentían orgullosos de todo lo suyo. Una legítima autoestima que hoy y aquí sigo manteniendo en su nombre y en su recuerdo; porque, una vez integrado ya para siempre en el sentir canario, percibo desde dentro cómo injusticias exteriores y asechanzas internas indignan y menoscaban la moral colectiva en perjuicio de ese amor propio que se debe abanderar con la cabeza alta.

No es admisible que nuestra condición RUP sea un hándicap como parte integrante de un Estado de derecho en el que se favorece social y económicamente a otras autonomías, mal definidas como “históricas”, cuando su verdadera historia de meras provincias, o condados, poco tiene que ver con los señeros reinos de Castilla, Aragón, León o Navarra. Ni mucho menos con Canarias por cuanto ha significado en los avatares históricos de España.

No es aceptable que sean favorecidas comunidades que han basado sus reivindicaciones en la violencia criminal y en el chantaje del independentismo. Se supone que un Estado de las Autonomías se fundamenta, igual que el federalismo, en un principio de simetría, igualdad y solidaridad entre sus componentes. El resultado actual no puede ser más decepcionante por el furgón de cola en el que se nos ha colocado con los más pobres, sin serlo, apelotonados con Extremadura, Andalucía, Ceuta y Melilla.

Por desgracia, cada uno de los sucesivos presidentes desde Adolfo Suárez ha ido haciendo mejor a su predecesor. A costa de la alternancia bipartidista, repasemos por orden a cada uno de los hoy reciclados desde puertas giratorias, que para Canarias han supuesto un perjuicio paulatino in crescendo, hasta llegar al actual que, por correlación es el peor de todos -aunque seguro será mejor que el siguiente- para los maltratados intereses de Canarias. El colmo ha sido el indecente menosprecio de no aceptar el saludo protocolario de nuestro presidente cuando vino aquí de vacaciones. Quizá no tuviese la conciencia tranquila por habernos guindado unos cientos de millones de euros, para intentar pagar con ellos el voto de sus amigos secesionistas favorable a los Presupuestos Generales del Estado pendientes.

Pero esta parte de nuestro infortunio creciente no es solo culpa del despotismo centralista, cual metrópoli colonialista, que también; sino que la resignación, pasividad y mediocridad de nuestros dirigentes locales permiten el abuso de poder externo por falta de firmeza y la debilidad de priorizar poltronas sobre los intereses del pueblo. Quizá seamos todos culpables por votarles en lugar de botarlos por ineptos.

Ejemplo flagrante de nuestras penurias: pareciera que AENA, semiprivatizado monopolio estatal, tuviera predicamento jerárquico sobre todas las autoridades locales. Aquí solo se hace o deja de hacer lo que decide AENA. Como resultado, impresentables fechorías como la T-2, terminal de pasajeros fantasma en el Reina Sofía; la negativa a implantar la CAT III en Los Rodeos para los aterrizajes sin visibilidad, con el falso pretexto de una “cizalladura” imaginaria; o la afrenta para Canarias en dos aeropuertos, La Gomera y El Hierro, abiertos al tráfico regular de pasajeros, rebajados a la condición de simples aeródromos sin control de torre, porque hace una década fue sustituido por un elemental servicio de telefonía que no controla nada: el AFIS, que solo informa de datos meteorológicos y de posibles tráficos en la zona. Un aterriza como puedas impropio, como grave falta de respeto por la seguridad aérea y para la dignidad de los usuarios, con la ignorancia y sumisión de las autoridades locales ante el feudalismo de AENA.

Otro escandaloso titular: “El Gobierno canario autoriza que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife siga vertiendo aguas fecales al mar hasta 2021”. ¿Cómo, tras varias décadas de este desastre medioambiental, atentado contra la salud pública, tantos millones de metros cúbicos de residuos escatológicos sin depurar vertidos sin control al mar, puede culparse a otros de la propia desidia? ¿Cómo hemos llegado a esta ignominia? Algo falla cuando, con todo a favor, estamos abocados al fracaso en todas las áreas transferidas a la competencia de dirigentes inútiles que no nos merecen.

Es evidente que debemos amarnos más a nosotros mismos para conseguir ser respetados por méritos propios desde fuera y, sobre todo, desde dentro. Que nuestra legítima autoestima sirva para sacudirnos cadenas y abusos de poder, con la seguridad de que algunos, los de siempre, seguiremos en la brecha aunque sea en solitario. Esta tierra merece nuestra pasión apoyada en el orgullo de ser y sentirnos canarios.

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