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El disparate del AFIS en aeropuertos canarios (y II)

Carlos Castañosa

Parte II: relato de hechos posiblemente cuestionables

En aquel fatídico 3 de diciembre de hace ocho años, se acusó a unos controladores aéreos, profesionales de elevado rango técnico, de abandonar masivamente sus puestos de trabajo por una rabieta repentina. No era creíble para una inteligencia normal que dejasen descontrolados e indefensos a los mil aviones que en ese momento debían estar surcando el espacio aéreo español.

A poco que se aplicase el sentido común, estaba claro que se trataba de una maniobra premeditada, organizada con antelación por las autoridades, con indicios concluyentes de preparación alevosa, para destruir la supuesta fortaleza de un colectivo que había plantado cara en defensa de unos derechos laborales, legítimos entonces por convenio colectivo y al amparo del Estatuto de los Trabajadores.

Era un conflicto que venía de atrás; casi un año de confrontación virulenta por ambas partes, en la que el poder institucional terminaría por imponerse con sus “armas silenciosas para guerras tranquilas” (Noam Chomsky) mediante una demoledora campaña de desprestigio, bien orquestada a través de los medios de comunicación, que brutalmente se ensañaron al demonizar a los controladores ante una opinión pública vulnerable a cualquier maquinación maquiavélica. Una ciudadanía damnificada por el conflicto que culpó sin atenuantes a los maldecidos controladores, cuando en la realidad fueron otros los verdaderos culpables de la debacle.

¿Cuál era el verdadero motivo para tratar con tan extrema crueldad a un grupo laboral tan concreto?... Por aquella época había cierto recelo por lo acecido en Chile, donde una huelga de camioneros se había cargado al gobierno de turno. Aquí no podía pasar eso y se imponía la máxima contundencia sin miramientos. Pero el paso de los años permite analizar otro precedente reseñable: por aquel entonces se comenzó a gestar la privatización de AENA, y las condiciones laborales de los controladores que, aunque legítimas, no eran compatibles con la operación. Era imprescindible doblegarlos a toda costa.

Que, tras juicios y denuncias falsas, la Justicia haya exonerado de culpa a los controladores y reconozca que ellos no abandonaron sus puestos de trabajo, indica sin ambages que fueron otros quienes decidieron la salvajada de cerrar el espacio aéreo.

Dos días antes, el entonces presidente del Gobierno canceló su viaje a la Cumbre Iberoamericana sin motivo aparente, a no ser que supiera de antemano lo que iba a suceder. También con antelación, las Fuerzas Armadas ensayaron unos días antes el despliegue de la militarización, sin indicios previos de que existiera tal riesgo.

Los comisarios políticos de AENA organizaron a lo largo del día el vaciado paulatino del espacio aéreo en colaboración con Eurocontrol en Bruselas. Una vez completada la maniobra, ya sin aviones en el aire, expulsaron de la sala a los trabajadores, cerraron el quiosco e impidieron la entrada del turno que relevaba a los salientes.

Es decepcionante como ciudadano el énfasis que pusieron los medios de comunicación en vilipendiar a un colectivo indefenso y que no se hayan hecho eco ahora de las resoluciones judiciales que definen la falsedad de aquella denuncia. O que la brillante especialidad de periodismo de investigación no aproveche este filón informativo para averiguar y comprobar la veracidad de lo que pasó entonces, como origen y explicación de lo que sigue sucediendo en la actualidad. Por ejemplo, el AFIS en La Gomera y en El Hierro los fines de semana, implantado como castigo a los controladores rebeldes.

No es esperable una solución inmediata para que la precariedad de estos dos aeropuertos sea resuelta; pues depende de algo tan simple como la voluntad política. La misma que en su día organizó y consintió la fechoría. Quizá rectificarla parezca un reconocimiento de culpa poco apetecible para las dos partes implicadas. De un lado, la prepotente AENA; como corresponde a un monopolio estatal semiprivatizado. De otro, la reiterada sumisión de las autoridades locales, con su debilidad habitual ante los abusos y desmanes que se sufren en esta autonomía, donde solo se hace o deja de hacer lo que decide AENA en exclusiva. Son imprescindibles menos pasividad acomodaticia y más firmeza al plantar cara de una vez al mal trato, más propio de una metrópoli colonialista que de un Estado de derecho que nos incluye a todos.

No ayuda el poco respeto oficial que se le presta a la Seguridad Aérea, delegada en exclusiva a los colectivos profesionales que vuelan y hacen que un avión vuele. No es juicio temerario sino constatación fehaciente por correlación de episodios aleccionadores al respecto. No solo por el caso del AFIS…

De regreso de nuevo al bochornoso 3 de diciembre de 2010: se creó una situación crítica, de muy alto riesgo en el control aéreo, los días siguientes a la fecha de autos. Hay profesiones con una especificidad en el ejercicio de su labor que requiere una calidad de precisión a nivel de excelencia. Un controlador aéreo, además de unas condiciones físicas saludables y chequeadas periódicamente, debe encontrarse en plenitud de estabilidad psíquica, equilibrio emocional y exento de agentes externos que puedan perturbar sus capacidades de concentración, en una actividad que no admite el fallo humano.

En aquella terrible circunstancia, el colectivo al completo fue víctima, sin paliativos, de una presión inhumana, vejaciones por doquier y el ensañamiento moral generalizado, incompatible con una operación segura. Pude comprobar que se evitó la tragedia gracias al componente vocacional que gozan algunas profesiones para superar las asechanzas y el vilipendio que dimanan de las poltronas políticas.

Solo recordar que en tiempo de paz, el máximo responsable de la Seguridad Aérea es, y lo era entonces, el ministro de Fomento.

*Excomandante de Iberia

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