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Los mártires de Chicago

José Miguel González Hernández

Los hechos que dieron lugar a una celebración como la del Día del Trabajo están contextualizados en los albores de la revolución industrial en los Estados Unidos. Chicago era uno de los centros urbanos que más acogió a emigrantes venidos de todo el mundo a lo largo del siglo XIX. La historia de los mártires de Chicago comienza con una convención de la American Federation of Labor en 1884. En esa convención se llamó a los trabajadores a luchar por la jornada laboral de ocho horas, la cual se venía pidiendo desde la década de 1860, para sustituir el día laboral de 10, 12 y hasta 16 horas que entonces prevalecía. La federación declaró que la jornada de ocho horas entraría a efecto el primero de mayo de 1886.

Esta resolución despertó el interés de todas las organizaciones, que veían que la jornada de ocho horas posibilitaría obtener mayor cantidad de puestos de trabajo y menor desempleo. Desde determinados sectores de la sociedad, se calificaría el movimiento como “indignante e irrespetuoso”, “delirio de lunáticos poco patriotas”, y se manifestó que era “lo mismo que pedir que se pagara un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo”.

El primero de mayo de 1886, Albert Parsons, líder de la organización laboral Caballeros del Trabajo de Chicago, dirigió una manifestación de 80.000 trabajadores. Se inició una huelga nacional. En los días sucesivos seguían produciéndose manifestaciones, así como concentraciones a las puertas de la fábrica McCormik, la cual seguía trabajando bajo amenaza continua de despido. Las fuerzas represoras se prepararon para contrarrestar a los piquetes informativos a través de la violencia.

Lo que allí sucedió costó la vida de muchas personas. No existe un número exacto, pero fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos, torturados, ahorcados y fusilados, y se dio como dato curioso que la mayoría eran inmigrantes.

A lo largo del siglo XX, los progresos laborales se fueron acrecentando con leyes para la clase trabajadora, para otorgarle derechos de respeto, retribución y amparo social. La historia, en este caso, ha propiciado que en la actualidad se puedan detentar determinados derechos, una vez cumplidas todas las obligaciones que se nos requieran. Es por ello que, como actitud recomendable, en el siglo XXI sería un insulto a la inteligencia obviarlos, por lo que hay que sentirlos como propios y no utilizarlos como moneda de cambio.

*José Miguel González Hernández es economista

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