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Mundos para lelos

CÉSAR

César Martín

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(Una leve brisa baila con la rama de un solitario olivo. El escenario afuera parece estar tranquilo).

Más allá del cielo azul la paz es una quimera. Nada es como parece, ni pretende serlo. Cada uno, desde su particular atalaya, habla de realidades, de lo que vive desde la posición que dan sus verdades construidas en torno a la experiencia acumulada. “Esto es así, que te lo digo yo, que sé de lo que te hablo”, sin importar siquiera lo fragmentado de su existencia o lo míseramente irreal que es pretender tener una certeza sobre algo. Las posibilidades ya jugaron su turno, la matemática propulsó las variables. Desde ese entonces, nadie tiene la clave.

Pese a todo, el análisis es profundo, histórico, religioso, político, económico, social… Las premisas sobre la mesa, hablan los expertos, también los profanos, qué más da, y llegan las conclusiones, las más evidentes, las que apuntan a las teorías más conspiranoides y también las que señalan fenómenos esotéricos e incluso las más fantasiosas y mágicas. Cabe todo. Puestos a disertar cualquier apunte desde donde tirar de un hilo conductor es válido, siempre hay un fan dispuesto a seguir al líder, nuestra naturaleza de manada hace el resto.

Infestados por el fenómeno de la masa el clamor es general, de un lado y del otro, de los dos bandos, de las dos caras de la misma moneda. El resto de los lados, una minoría que callar, es más sencillo tener una dualidad que mantenga el equilibrio. Y que gire la rueda, que siga la monotonía del ritmo constante, cuanto más enfrentados mejor para todos. No hay nada como tener un enemigo, un contrario al que demonizar, constantemente encontraremos un motivo, una razón de peso para poder señalar las culpas, las consecuencias de sus acciones, el entramado de bazofia que se construye al otro lado es más fácil de ver que la montaña de mierda que crece a tu lado: el pedo del otro huele más y peor que el tuyo propio, pura condición humana.

Y entre la pelotera constante, donde nada es igual pero rima, se ha levantado Don Pancho esta mañana. A este vecino de mi pueblo le toca hoy subir a sachar un pie de papas que tiene en su terreno de medianías; sus ya casi ochenta primaveras no serán el impedimento para otra jornada de trabajo. Tiene la costumbre de levantarse bien temprano, a eso de las seis de la mañana. Sigue desayunándose en la misma escudilla que le compró su mujer hace ya más de medio siglo. Echa de menos verla cada día y fijarse en su peculiar manera de hacer las cosas mientras él revuelve la leche y el gofio...

Tras el desayuno, con la misma dinámica de siempre, enciende el transistor que lo acompaña, y mientras limpia las conejeras, echa de comer a los animales y ordeña la única cabra que le queda, escucha las noticias de hoy. Hay cosas que no comprende, cuestiones que se le escapan, esperpentos que dinamitan su mente de una vida dedicada al campo. Muerte, desesperación y sinsentido.

A las nueve ha depositado una azada y un saco en la parte de atrás del viejo Land Rover. Antes de arrancar se acerca a la puerta de su vecino, ese que escucha una música muy extraña a todo volumen, pero que a él le parece muy agradable por su peculiar manera de sonreír. En la entrada de su puerta le deja una botella de vino del país, parte de esos doscientos litros que todavía él cultiva para el gasto de la casa. Don Pancho sonríe y arranca, más arriba le esperan esos terrenos donde se aprende la sabiduría, donde recibes los golpes que necesitas para saber lo que es la vida.

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