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El relevo

José Miguel González Hernández

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Se puede pensar que las cifras nos deshumanizan, pero es necesario conocerlas para entender la dimensión de las tesituras en los diferentes temas a los que nos enfrentamos. En este sentido, el debate demográfico se muestra apasionante como reto, habida cuenta de que su evolución nos hace ser dependientes de forma directa, tanto en el ámbito crematístico como en los niveles de sostenimiento de los sistemas públicos de bienes-servicios, junto a las cuantías de las merecidas prestaciones, así como desde una perspectiva más mística como es la existencia del propio ser humano.

De esta forma, tal y como se radiografía el estado de la demografía y su evolución en nuestro entorno, ésta posee tres características principales. La primera es que seremos menos; la segunda es que seremos mayores, y por último, la tercera es que disfrutaremos de más longevidad. Pudiendo parecer cosas similares, no lo son, aunque, como no podía ser de otra manera, están íntimamente relacionadas. Y estas tres características dependen de la calidad de vida, de los factores culturales y económicos que alcanzan a la propia estructura social e, incluso, de los aspectos geográficos.

Respecto al porqué de que seamos menos, se basa en la denominada tasa de fertilidad en el nivel de reemplazo, cifrada en 2,1. Si se alcanza ese valor, se equilibra, de forma que las parejas prácticamente se sustituyen en idéntico número, pero el problema surge cuando hay determinados periodos y regiones donde se sitúa por debajo de ese valor, incorporándose la variable de la caída del número de nacimientos superior al descenso en el número de muertes. De esta forma, la hasta ahora llamada pirámide poblacional se va convirtiendo poco a poco en un rombo con la propensión, como escenario probable, de que termine por invertirse. El hecho es que asistiremos a un desequilibrio entre personas aportadoras y perceptoras.

Tomando en consideración la segunda de las características, poco a poco, al ir cumpliendo años, es inexorable que nos iremos haciendo mayores, con las pertinentes condiciones que la edad impera sobre nuestra vida activa. Más allá de los típicos achaques que experimentaremos en nuestras articulaciones o aparato circulatorio, está la posibilidad de poder seguir siendo persona aportadora al sistema o, por el contrario, demandante de las percepciones que, por derecho, tengamos.

Y respecto a la tercera, no solo nos haremos mayores, sino que esa situación la mantendremos, por suerte para el que le guste o por desgracia para el que la soporte, durante más tiempo, debido a que los avances científicos, como vulgarmente se dice, adelantan una barbaridad (se estima que cada 25 años se amplia la esperanza de vida en seis años de media, aunque se esperan crecimientos exponenciales en un futuro no muy lejano), y ello hace que la vejez se pueda cronificar con cada vez mejores condiciones de salud.

Pero no hay que olvidarse de una variable crucial a la hora de hablar de la demografía, con es el papel de los movimientos migratorios. Es este sentido, habría que defender que es necesaria su aportación, tanto como socio a la hora de adoptar un papel importante como factor sostenedor del sistema, así como del enriquecimiento social que todo intercambio genera, sin dejar de pasar por la necesaria y sana competencia que la población residente debe tener a través de una continua comparación, en aras de alcanzar nuevas mejoras, de forma que se pueda convertir a las regiones en lugares donde se experimenta la denominada vitalidad demográfica, en lugar de convertirse en páramos sociales sin posibilidades de consolidar futuro alguno.

Porque tengamos en cuenta que alguien debe continuar aquí para cuando ya no estemos.

*Economista

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