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Una de zombis…

José Miguel González Hernández

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El mundo es un lugar maravilloso. Nada más abrir nuestros ojos podemos ver alrededor belleza y bienestar. Los colores se intensifican con la luz mientras que el aire fresco entra por nuestras ventanas, a la vez que el murmullo de la naturaleza nos inunda de paz y bienestar. Como si de un guión cinematográfico se tratara, varios pajarillos revolotean en el cielo a la vez que emiten ese gracioso piar dentro de su jolgorio y diversión. Como si de un riachuelo se tratara, el sonido del agua fluyendo por nuestro cuerpo en medio de una cálida ducha no genera sino una perfecta antesala a un desayuno sano y natural basado en fruta fresca combinada con cereales integrales inmersos dentro de algún producto lácteo bajo en calorías y grasas que nos tomamos sentados, amenizado todo ello con música agradable. Y hasta aquí el sueño.

Realmente el despertador ha sonado a las 6.15. Un gruñido en forma de buenos días es lo único que logras vocalizar. Ducha rápida (hoy el agua no está especialmente caliente, por lo que te apuras un poco más). El microondas calienta algo de leche y buscas algo que meterle dentro. Ya. Bebida de un trago mientras enciendes la radio. Todo noticias. Malas noticias. Crispación, enfrentamiento continuo, hartazgo… Recoges algo la casa donde prácticamente te pegas media vida para pagarla para luego solo disfrutarla las horas de sueño (si vuelves). Sales a la calle. Tráfico, ruido, facciones duras en los diferentes rostros. Pocas alegrías. Llegas a lo que consideras que es tu modo de vida y te introduces en él como si fuera la centrifugadora de una lavadora a 1.200 revoluciones por minuto para luego expulsarte cual papel arrugado unas horas después. Vuelves arrastrando los pies. Deberías comer algo porque un día más, no has podido/querido/apetecido hacerlo de forma periódica y decente, pero más allá de unos envases precocinados no llegan las ganas. Inicias tu sesión de rayos catódicos ¿Isabel y Fernando? hasta que el aburrimiento/cansancio/indiferencia te vence… hasta las 6.15 del día siguiente. ¿Hasta cuándo? Hasta que el cuerpo aguante.

Seguramente no se darán esos dos escenarios tan extremos de forma diaria y continuada. Seguramente tendremos combinación de todos ellos. Algunas veces mejor y otras peor, de forma que la rutina solo se vea rota por alguna noticia peor de las que normalmente ya deglutimos. Por eso, cuando la rutina agobia, es la señal de la conciencia que indica que hay que empezar a tener más creatividad en lo cotidiano. Esa será una forma de identificarnos mejor con los valores que defendemos.

Llevándolo al plano de la economía, la idea es ser más productivos. Tener más eficacia para tener mejores sensaciones y así evitar la verbalización de una continua queja e insatisfacción al estar encorsetados en una situación social aparentemente incómoda, de forma que nos pertrechamos de herramientas para evadirnos, al tener la sensación de no estar vivos. De ser cadáveres reanimados un día tras otro. De ser zombis…

Es cierto que un trabajo bien ejecutado no solo ha de medir la satisfacción en el entorno laboral. Desde el plano individual, es necesario conocer qué es lo que nos hace sentir bien. Es decir, que identifiquemos con certeza nuestra destreza, nuestra vocación y nuestra formación en un único plano. Todo ello hay que completarlo con el ámbito colectivo, porque es necesario trabajar en equipo. Aquellas personas que se sientan valoradas en el trabajo se sentirán comprometidas, con visión de futuro para conectar con los objetivos de la organización, todo ello fomentado con el apoyo del grupo.

Por ello, mejor hacer cosas que recordemos y que tengamos ganas de contar, no pretendiendo ser una persona que no cuadre con los valores que defendemos. De ahí que trasladar los objetivos personales al campo laboral exija un gran esfuerzo y una buena dosis de conocimiento propio y sinceridad. ¿No tenemos tiempo? Pues lo sacamos de las horas que estamos enganchados a la tecnología, por ejemplo. ¿No es prioritario? Imaginemos que es una urgencia. Un improvisto como cuando pierdes un avión, se rompe una cañería o cuando una fatalidad te obliga a parar. Algo nuevo que debes gestionar. Entonces queda demostrado que tiempo sí hay. Lo que no hay son ganas.

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