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CRÍTICA DE CINE

Una secuela perfecta

Fotograma del último filme de Danny Boyle

Fer D. Padilla

Santa Cruz de Tenerife —

- Título: T2: Trainspotting (2017)

- Dirección: Danny Boyle

- Guión: John Hodge (basado en la novela de Irvine Welsh)

- Reparto: Ewan McGregor, Johnny Lee Miller, Ewen Bremmer, Robert Carlyle, Anjela Nedyalkova, Kelly McDonald

Han pasado más de veinte años desde que Mark Renton, protagonista de Trainspotting, decidiera sucumbir a esa elección del trabajo, la familia y el televisor grande que te cagas. Lo que entonces parecía una rehabilitación física y emocional vuelve a aparecer en el marco de nuestra puerta para hacernos reflexionar si de verdad realizó una buena elección o si todo debió quedar en la desintoxicación de su lastre más pesado, la adicción a la heroína. Ese es el argumento de T2: Trainspotting, el regreso a casa. ¿Sencillo, verdad?

Pero esta semana hablamos de una película que hay que estudiar en su propio universo. Contexto que, créanme, les guste o no, da para horas y horas de estudio. Porque no se trata de cintas al uso. En esta realidad se encierra una de las mayores historias de culto de las últimas décadas: la aventura escrita por Irvine Welsh sobre cuatro escoceses completamente descarriados y su búsqueda de respuestas más allá de lo convencional.

Aplauso irónico hasta la médula para el doblaje. Que el único fallo del filme sea culpa nuestra y solo nuestra es para hacérselo mirar, porque Trainspotting significa también Edimburgo, su cultura, sociedad y lenguaje, que enriquecen hasta el último detalle. Por tanto avisamos a los posibles espectadores de que hay que tratar de verla en versión original.

¿Consejos para disfrutar esta segunda parte? Tener claro desde el principio que no vamos a ver la original. No vamos a tener ese impacto de la creación primera, de su frescura. Por tanto, estamos hablando de una secuela en toda regla, un “qué habrá pasado”. Cuanto antes asimilemos esa expectativa, mayor será el disfrute.

Porque la película trata de responder a esa pregunta en todos y cada uno de los aspectos posibles, en cada escena de cada personaje, en cada discurso, en cada canción incluso. Y lo consigue con resultados de matrícula de honor. Un acierto total el hacer coincidir el tiempo real con el narrativo, aun con el aborrecimiento de tanta elaboración de remakes, reinicios y secuelas nostálgicas a las que las grandes productoras cinematográficas nos han saturado año tras año durante lo que va de década.

T2: Trainspotting es un remedio tan perfecto como fugaz en esa ventana crítica que nos abre con vistas a este momento de la historia del primer mundo occidental, en el que saltamos de adicción en adicción buscando la aprobación de una mayoría social que ni nos conoce ni nos debería importar.

Mucho se habla de los paralelismos con su predecesora, correspondencia completamente buscada en la que se comparan dos modos de vida separados por décadas con el fin de que el espectador reflexione y encaje unos componentes iconográficos de ambas partes que no se copian sino que convergen, como si dibujáramos un circulo perfecto en nuestra mente.

Tras aquel experimento llamado Trance (2013), que carecía de carnada suficiente para conquistar la atención del público y del bodrio paternalista y facilón que fue Steve Jobs (2015), ahora podemos decir ya con la boca bien grande que Danny Boyle, uno de los mejores y más influyentes directores de los últimos treinta años, ha vuelto. Con mayúsculas y luces de neón, si es necesario.

Regresa con él en su nuevo trabajo toda la descomunal carga de su iconografía. Desde el primer minuto. Así contemplamos la victoriosa vuelta del mejor cine videoclip, de la mano de uno de sus mayores impulsores pero también de la evolución que le ha supuesto como realizador en materia de empleo de recursos digitales, apelando a las mejores pinceladas de anteriores títulos de su filmografía, como ciertos efectos que ya pudimos ver en Slumdog millionaire. Autorreferencias y guiños que han constituido también una pieza fundamental en la carrera de este director.

Las referencias culturales, obviamente, el reclamo de una sociedad pop de consumo devastador, las pantallas y reflejos como elemento por el que atraviesa la cámara –en esta ocasión en forma de retorno a lo esencial-, las temáticas de amistad y drama… Todo, absolutamente todo Boyle, regresa.

Con una excepción y discutible. En esta ocasión la paleta de colores es otra. Cambio que se produce lógicamente como reacción a esa evolución del paso del tiempo. Lo que antes era fácilmente clasificable y distinguible entre bueno y malo, azul y rojo y el naranja corporativo de la película original, ahora no es tan fácilmente cuestionable y los grises entre uno y otro aparecen bajo la forma de tonos muy verdes y amarillos, en contraposición a otros tonos mucho más oscuros y elementales.

En la crítica de esta nueva Trainspotting no podemos dejar de lado dos de los pilares más agradecidos del universo Danny Boyle. Por un lado, el mensaje, que si bien peca de cierta falta de espontaneidad, no deja de seguir la coherencia tanto de la historia de su autor como del resto de la filmografía de su director.

Por otro, finalmente, la música. Que sí, que como avisaba el protagonista en la primera entrega, ha cambiado, pero es ese tracklist el que se convierte en el canal perfecto con el que ilustrar la evolución en la historia de los personajes y sus inquietudes. Insistimos: pura y dura iconografía. La electrónica Born slippy de Underworld, el new wave de Sleeper en aquel Atomic e incluso el legendario Lust for life de Iggy Pop mutan en una acertadísima vuelta de tuerca que la música de los últimos años ha traído. Perfecto ejemplo de ello es el maravilloso tema Silk, de los ingleses Wolf Alice. Sin duda, uno de los grupos musicales revelación de los últimos años en la escena alternativa.

T2: Trainspotting es, en resumen, una caja de reacciones a los acontecimientos del tiempo, una genial baraja de sueños frente a la confusión del incierto camino. Sin ser tan ocurrente como su antecesora y los grandes interrogantes que proponía esta veinte años atrás, es, sin duda, su respuesta perfecta.

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