La aparición de candidatos y candidatas, tanto en el PSC como en otros partidos, despierta inmediatamente muchos sentimientos adormilados. La cosa puede ir desde la alegría hasta la rabia, pasando por la envidia sana, la envidia insana, el cabrero, la pataleta y las ansias irrefrenables de darse de baja del partido por ese nuevo agravio. En el caso del PSC ya hay quien trata de descalificar a uno de los candidatos por su pertenencia (en este caso hay que dejarlo en el terreno de la presunción) a una logia masónica. En el caso del PP, donde todavía las designaciones están en el terreno de las quinielas, sitúan al mejor posicionado en el Opus Dei. Una cosa y la otra tienen olor a naftalina (anda, la misma apreciación que tuvo el PP cuando el homenaje a las víctimas de la guerra civil), porque andar a estas alturas colgando sambenitos y sospechando de la financiación del oro de Moscú, suena a rancio que te cambas.