Bolonia o el playazo definitivo del Atlántico andaluz

La famosa duna y las ruinas de Baelo Claudia: los dos atractivos de la Playa de Bolonia.

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El tramo de costa que va desde la Punta de Tarifa hasta el Cabo de Trafalgar guarda algunas de las mejores playas de España. A las puertas del Estrecho de Gibraltar, el paisaje muestra lo que debió ser buena parte del litoral andaluz antes de que el turismo de masas lo devorara todo. La primera vez que estuvimos en esta parte del sur de España hacíamos un viaje en coche desde Almería hasta el sur de Portugal y pudimos ver la transición brutal que se produce un poco más allá de Marbella, en Málaga. La carretera N-340 se mete en el extremo sur del Parque Natural de Los Alcornocales poco después de dejar atrás la ciudad portuaria de Algeciras ascendiendo entre bosques de alcornoque y matorral. Es un lugar muy bonito de ver: un lugar que aprovecha las corrientes de aire cargadas de humedad que llegan desde el Atlántico para crear un verdadero vergel. Un embudo de piedra que tiene su reflejo más allá de Gibraltar. Desde el Mirador del Estrecho puedes casi tocar la costa de Marruecos que está ahí mismo.

Después de la histórica Tarifa, en la que merece hacer una parada –aprovecha para ver el Castillo de Guzmán el Bueno-, la carretera vuelve a bajar a la orilla y aparecen los primeros playazos de la comarca. Los Lances y Valdevaqueros como preludio a la que, para nosotros, es uno de los paisajes costeros más hermosos de los que hemos visto. Bolonia. Una playa que es mucho más que una playa y que es un destino que trasciende el sol, el mar o la práctica de los deportes náuticos (gracias a los vientos que barren esta parte de la Península Ibérica y que convierten a estas playas en uno de los mejores lugares del mundio para practicar el windsurf y el kitesurf). Es un espacio natural de gran valor dónde se combinan sistemas dunares y el bosque costero (con una riqueza de flora y fauna impresionantes) pero también es un escenario histórico de primera magnitud. Imagínate darte un baño en la playa y poder visitar uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del país. Bolonia supone elevar la experiencia playera a niveles muy altos.

La comarca es un espectáculo. El cruce de la N-340 en Valdevaqueros nos introduce en un paisaje impresionante. La carretera atraviesa literalmente las dunas dejando a ambos lados de la vía dos muros de arena blanquísima. Esta parte de la costa está expuesta a los vientos de levante lo que provoca la acumulación de arena y la aparición de los campos de dunas. El pinar ejerce de escudo ante el avance imparable de las arenas, pero dónde los pinos no están, las dunas ocupan el paisaje. La Duna de Bolonia es el ejemplo paradigmático de este tipo de ecosistemas. Una pasarela de madera nos permite adentrarnos en este campo de batalla entre el bosque y las arenas (el campo de dunas mide unos 200 metros de ancho y alcanza alturas superiores a los 30 metros). Más allá del enorme valor paisajístico del lugar la Duna es un lugar vivo; en lo geológico y en lo biológico. Y cuenta con vecinos ilustres como el galápago europeo o el esquivo camaleón.

El mar es la razón de ser de este espacio. De ahí viene la arena y también muchas de las riquezas que hicieron de este lugar uno de los más ricos de la Antigüedad. El estrecho de Gibraltar es un punto caliente de biodiversidad mundial: el nexo de unión entre el mundo atlántico y el mediterráneo. Y eso se nota. Por aquí pasan orcas, cachalotes, tortugas marinas, zifios, calderones, delfines… En el lugar pueden verse hasta 1.500 especies marinas entre los residentes permanentes y los que vienen y van pasando de un lugar a otro. Como los atunes rojos que cada primavera viajan en cardúmenes enormes hacia las aguas cálidas del Mediterráneo para desovar. Es el momento de las almadrabas, un arte de pesca ancestral que saca al atún de agua a través de verdaderos laberintos de redes que han permanecido casi idénticos a lo largo de dos milenios y pico. Atún, atún y atún. Una verdadera maravilla culinaria que aquí tiene el status de icono cultural.

Unas pequeñas pozas de piedra junto a la playa resumen a la perfección lo que significó este lugar. El atún y su salazón era uno de los negocios más lucrativos de la Antigüedad. El Garum, una salsa elaborada a partir de vísceras de pescado fermentado, fue uno de los productos culinarios más apreciados de la Roma clásica y esta porción de la costa del sur de la vieja Hispania era uno de los mejores lugares del mundo para la elaboración de estas salazones. Baelo Claudia fue una ciudad factoría creada por y para la industria del garum. Las primeras salazones se construyeron a finales del siglo II antes de Cristo, pero la acumulación de riquezas provocó un rápido crecimiento urbano y un refinamiento que incluyó un teatro, tiendas, alcantarillado, cuatro templos, unas termas y grandes edificios de servicios públicos. Los que saben de esto dicen que los restos de Baelo Claudia son el mejor lugar de España para ver el urbanismo de las antiguas ciudades romanas. Hoy el yacimiento cuenta con un moderno centro de interpretación y senderos que recorren los puntos más interesante de la ciudad. Y los restos se diseminan por toda la comarca. A dos pasos de la ciudad, caminando por el pinar, puedes ver una antigua cantera romana, viejas tumbas, restos de canalizaciones de agua… Y después está la playa. Un playazo en toda regla. Una de las pocas playas totalmente vírgenes que pueden disfrutarse en el sur de España.

Fotos bajo Licencia CC: Campanilla Clochette; Daniel Sancho; Jaime Roset; Ángel M. Felicísimo

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