Una ruta por el Gianicolo. Las sorpresas desconocidas de la ‘octava’ colina de Roma

Frescos de Rafael en la Sala Galatea de la Villa Farnesina (Roma).

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El Monte Gianicolo está encajonado entre el barrio del Trastevere y la Ciudad del Vaticano. Y aún estando entre dos de los lugares más importantes de Roma queda, tradicionalmente, fuera de los paseos de los turistas. Lo normal es comunicar estos dos lugares estelares a través del Lungotevere Farnesina, la vía que corre junto al río Tíber entre la Piazza Trilussa (uno de nuestros rincones favoritos de esta parte de la capital) y la sencilla Fontana della Rovere, fuente monumental que adelanta la cercanía de la Basílica de San Pedro. Los que pasean por esta zona suelen aprovechar para visitar la Villa Farnesina (Via della Lungara, 230) una de esas casonas palaciegas que se construyeron en la ciudad aprovechando el envión artístico, cultural y económico del Renacimiento. Este edificio suntuoso fue construido por orden de un banquero pero pronto pasó a manos de un cardenal, Alejandro Farnesio, que la llenó de grandes obras de arte y la hizo decorar por algunos pintores notables de la talla de Rafael (que pintó aquí una de sus mejores obras –la Sala Galatea-), Sebastiano del Piombo o Peruzzi. Según dicen, aquí se encontraba una casa de campo de la familia de Julio César: y que fue el lugar de los escarceos entre el célebre general romano y Cleopatra.

Gianicolo es la ‘octava’ de las colinas de Roma. En un principio quedaba a las afueras de la capital, pero la expansión del siglo III bajo la administración de Aureliano metió a esta zona en la ciudad a intramuros. Empezamos la ruta en Piazza Trilussa, la última (o la primera) de los puntos de interés del Trastevere. Aquí puedes ver la Fontana del Ponte Sixto, una fuente monumental construida en el siglo XVII. Desde aquí pasamos a la Piazza San Giovanni della Malva (aquí está la estatua de la Porchetta, un monumento contra el consumo de carne y la bonita Parroquia de Santa Dorotea) y seguimos camino a la Via Garibaldi haciendo una parada en la Porta Setti, uno de los restos de la Muralla Aureliana que abrazaron al Trans Tiberim cuando Roma saltó el río. Este rincón es uno de los muchos lugares prácticamente desconocidos de Roma.

Subimos hasta San Pietro in Montorio (Piazza di San Pietro in Montorio, 2). Este lugar, a nuestro juicio, es uno de los más bonitos de la Ciudad Eterna. Desde el punto de vista monumental aquí se acumulan las cosas que ver: El Aqua Paola, otra gran fuente monumental que sirve de remate a un acueducto de la Roma clásica; el Mausoleo Garibaldino, un osario que alberga los restos de militares muertos en las guerras de reunificación italiana; la Porta de San Pancracio, que marcaba el límite occidental de la capital en el siglo III; la Villa Aurelia, otro de esos palacios romanos que quitan el hipo y, sobre todo, la Iglesia de San Pierto in Montorio. Según la tradición católica, este fue el lugar dónde San Pedro sufrió el martirio y de ahí la importancia simbólica del lugar. La iglesia es del siglo XV (sufragada por España) y cuenta con obras de arte más que notables. Destacan la Capilla de marqués Marcello Raimondi de Lorenzo Bernini y, sobre todo, el excepcional Templete de Bramante, una de las obras maestras del renacimiento italiano. La otra razón para llegarse hasta acá arriba es poder disfrutar de las vistas.

El Orto Botanico di Roma (Acceso por Passeggiata del Gianicolo).- El Jardín Botánico romano es otro de esos espacios que suele quedar fuera de los circuitos habituales del turismo. Este gran parque público ocupa la zona alta del Gianicolo y es ideal para escaparse por un rato del bullicio. La visita hay que empezarla en el Belvedere  del Gianicolo, uno de los miradores más bonitos de la ciudad dónde, además, puedes ver un monumento dedicado a la figura de Garibaldi. En el jardín tienes varias fuentes monumentales, un mariposario y varios puntos de interés como el Faro del Gianicolo, una linterna monumental que conmemora la resistencia de Roma a la invasión francesa de 1849, o la sencilla Iglesia de San Giosafat al Gianicolo (Passeggiata del Gianicolo, 7). Podemos salir del barrio siguiendo por la Passeggiata hasta la Plaza de San Onofrio. Aquí te vas a topar con la enésima iglesia que, claro está, está dedicada al santo que da nombre al lugar (San Onofrio al Gianicolo). No dejes de entrar. Casi nadie conoce esta maravilla de finales de la Edad Media que dice mucho más de lo que parece, ya que es uno de los mejores lugares de la ciudad para rastrear los inicios humildes del Renacimiento que se ponen de manifiesto en lugares como su claustro, todo un homenaje a la arquitectura clásica. A este lugar no va casi nadie. Te sentirás un verdadero pionero.

El Palacio Corsini (Via della Lungara, 10).- Este espectacular palacio barroco es una de las sedes de la Galería Nacional de Arte Antiguo de Italia. Así que imagínate… Ya sólo por ver este soberbio edificio merece la pena la visita, pero a eso hay que añadir la imponente colección artística que se atesora entre sus muros. Este museo está centrado en escultura y la pintura europea desde el siglo XIII hasta el XVIII con especial presencia, como no podía ser de otra manera, de los grandes maestros italianos (hay obras del Beato Angelico, Caravaggio, Rubens, Murillo, Ribera o Luca Giordano, entre otros grandes pintores). También es una buena opción para una segunda visita a la ciudad.

Fotos bajo Licencia CC: Anthony Majanlahti; Jay Bergesen; Deensel; josealoly; bob

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