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Nuevas masculinidades y masculinidad hegemónica

José Antonio Panadero Cuesta, doctorando de la UCLM y miembro de AHIGE - Natalia Simón, decana del Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha

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¿Cómo se construye la identidad masculina?

Al hablar acerca de masculinidad o masculinidades, debemos señalar que el punto de partida sobre la construcción social de la masculinidad es el mismo supuesto que está en la base de la propuesta feminista de Simon de Beauvoir, quien planteó en 1949, respecto de la feminidad, que “no se nace mujer, una se convierte en mujer”. De manera análoga, podemos señalar que el hombre no nace, se hace, y debemos entender por lo tanto que la masculinidad también se construye.

El género, al contrario que el sexo, se va construyendo a partir de experiencias vitales con otras personas, pero también a través de las concepciones que imperan sobre hombres y mujeres, así como las expectativas personales y sociales. Por tanto, el proceso de socialización no solo da lugar a una subcultura diferenciada, sino también al desarrollo de una identidad de género, “pensar, sentir y actuar como un hombre”.

En este sentido, tanto la masculinidad como la feminidad son construcciones relativas que solo tienen sentido con referencia al otro y a partir de las relaciones de poder entre hombres.

El proceso de “fabricación” de hombres

Entre los llamados Men’s Studies y estudios afines de orientación crítica a los supuestos esencialistas, es bastante aceptado que la construcción de la identidad masculina surge de un doble proceso: la identificación con un modelo masculino y el repudio de la feminidad, lo que conlleva en primer lugar la negación del mundo considerado femenino; en segundo lugar entrar en el mundo de códigos masculinos con fronteras simbólicas delimitadas; y en tercer lugar un ejercicio constante y demostrativo de la masculinidad.

En este sentido el hombre se encuentra en su proceso vital en un proyecto a lograr y esto requiere un tipo de estructura relacional y social, como la familia en primer lugar y agente socializador, y posteriormente diferentes agentes sociales que van trazando la “ruta de la masculinidad”, la cual es supervisada por la mirada del orden social de género, que conlleva a un proceso autorreflexivo del propio sujeto, basado en la normativa de género y el deseo de alcanzar la meta de este proceso de fabricación o ruta por la cual se debe hacer camino.

Masculinidad hegemónica

Está hegemonía masculina y/o la superioridad es lograda no por la fuerza sino más bien por una ascendencia lograda por la capitalización social, es decir, por los atributos vinculados a un determinado grupo que legítima el uso de la fuerza sobre grupos e individuos que se encuentren sometidos y que sostienen el modelo social hegemónico. 

La masculinidad hegemónica desde esta perspectiva se constituye como un arquetipo. El sustento del poder que se ejerce desde la superioridad masculina implica un determinado número de hombres y mujeres dispuestos a sostener la hegemonía y un consentimiento por parte del grupo mayoritario, la sociedad, en el simbolismo masculino. La masculinidad hegemónica, así, es aquello que unos pocos alcanzarían y otros muchos ayudarían a sostener.

Este tipo de masculinidad es por tanto un sistema normativo obligatorio complejo, absolutista y excluyente, un reglamento que ordena lo que debe ser y lo que no es ser un hombre de verdad, un modelo orientador que indica el camino y una posición relacional a las mujeres.

La deconstrucción de la masculinidad hegemónica

La búsqueda de nuevas formas de masculinidad no hegemónicas no solo supone un miedo a la pérdida de identidad, un posible vacío a la autoafirmación, sino que se trata de un proceso de deconstrucción que parte de la idea de que podemos cambiar la realidad si cambiamos la forma en que la definimos y la expresamos.

La deconstrucción en este sentido es una forma de conocer, en la medida en que no tiene el sentido de destruir sino el de descomponer y desarticular cualquier estructura fija o previamente dada como es la de la masculinidad hegemónica. Esta deconstrucción partiría de la necesidad de romper con lo hegemónico y con todo lo que se plantee, en principio, como una verdad absoluta.

No deberíamos por lo tanto caer en la deconstrucción como un concepto que parece estar “de moda”. La deconstrucción de la masculinidad se debe basar en el ejercicio crítico que parte de la base de que somos parte de aquello que se pretende deconstruir y, por tanto, no es un ejercicio fácil, porque el propio proceso de deconstrucción nunca estaría completo y acabado sino todo lo contrario, es un proceso de transformación que inicia del conocimiento de que algo no funciona como creemos debería funcionar y que se convierte por lo tanto en un proceso continuo.

Para poder deconstruir y desarticular la masculinidad es importante y necesario, además, entender la lógica de su funcionamiento, es decir, entender todas aquellas expresiones hegemónicas que la definen.

Nuevas masculinidades

En el caso de las nuevas masculinidades, estas son consideradas alternativas a aquellos hombres que han construido una identidad masculina desmarcándose del modelo de la masculinidad hegemónica. Se caracterizan por denunciar y rechazar la violencia machista, estar a favor de la igualdad de género (o compartir ideas con el feminismo) y promover (consciente o inconscientemente) valores igualitarios que se traduzcan en prácticas cotidianas que crean condiciones de igualdad y no violencia hacia las mujeres.

Por supuesto, este concepto no debe ser considerado como un adjetivo, sino que se propone como un marco referencial para comprender las configuraciones identitarias que los varones que se están reeducando y repensando su masculinidad, por lo que se debe definir actualmente en términos transicionales.

En general, todos estos hombres provienen de una formación y crianza bajo el modelo de la masculinidad hegemónica, pero se encuentran actualmente repensando su masculinidad y pudiendo identificar aquellos aspectos patriarcales y sexistas que permanecen en sí mismos. Es decir, implica no un objetivo logrado ni un status nuevo, sino un proceso permanente e infinito de revisión de su subjetividad.

Podemos hablar de colectivos de hombres que reconociendo la masculinidad tradicional buscan una transformación de su propia masculinidad hacia patrones menos dañinos y más igualitarios, donde se construye la igualdad de género desde los hombres, transformando la masculinidad hacia nuevas maneras de ser hombre. Estos modelos de masculinidad cambian a lo largo del tiempo y adquieren diferentes formas dependiendo del contexto social ya que, como apunta Seidler (1994) la identidad masculina puede ser transformada, no es inmutable: “Ya no se espera que la masculinidad sea una sola cosa; ahora puede ser muchas, lo que permite la diversidad”.

Como conclusión y en base a la exposición debemos plantear las siguientes cuestiones: ¿cómo nos vemos los varones como hombres, no como personas, sino desde la masculinidad deconstruida, como construyo la identidad subjetiva masculina?; ¿Hasta dónde se es consciente de la masculinidad propia?; ¿cómo se percibe?; ¿cómo se “performa”? y ¿hasta dónde seríamos capaces de provocar cambios en esta identidad masculina?

¿Cómo se construye la identidad masculina?

Al hablar acerca de masculinidad o masculinidades, debemos señalar que el punto de partida sobre la construcción social de la masculinidad es el mismo supuesto que está en la base de la propuesta feminista de Simon de Beauvoir, quien planteó en 1949, respecto de la feminidad, que “no se nace mujer, una se convierte en mujer”. De manera análoga, podemos señalar que el hombre no nace, se hace, y debemos entender por lo tanto que la masculinidad también se construye.