ENTREVISTA Premio Nacional de Fotografía

Pilar Aymerich: “No quiero contribuir con mis fotos a blanquear la extrema derecha”

Neus Tomàs

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Entrar en el estudio de la fotógrafa Pilar Aymerich es uno de los privilegios que te regala este oficio. A sus 78 años sigue sonriendo con los ojos y escuchándola parecería que en cualquier momento podría sumarse a la conversación su gran amiga, Montserrat Roig, fallecida hace 30 años. Rememora los reportajes que hicieron juntas, cuando las llamaban “las niñas” y cita como su preferida la imagen de los tres supervivientes catalanes de Mauthausen a los que Roig entrevistó en su casa y ella retrató en un descampado cercano. 

Aymerich ha sido galardonada este año con el Premio Nacional de Fotografía y repasando algunos de sus trabajos la pregunta es cómo es posible que no lo hubiese recibido antes. Retrató las primeras manifestaciones feministas cuando en España aún no podíamos divorciarnos o existía el delito de adulterio. Nunca iba identificada como fotógrafa, tampoco ahora, y rechaza participar en lo que tilda de representaciones teatrales, esas protestas en las que los chalecos naranjas de los fotógrafos ya forman parte del atrezo. 

Antes de empezar la entrevista va a buscar sus anillos. “Sin ellos no soy nada” y al acabar muestra algunas de las fotos icónicas que explican la historia reciente de este país. Ahí están el sombrero de Montserrat y el gato de Maria Aurèlia Capmany.  

El periodismo y la fotografía, al final del franquismo y durante la Transición eran profesiones muy machistas. De hecho eran usted, Colita, Marisa Flórez y pocas más. ¿Cómo recuerda el hecho de ser una pionera en un gremio de hombres?

No lo recuerdo como una pionera. Con Montserrat Roig éramos como dos niñas que íbamos por el mundo intentando explicar lo que estaba pasando. Sí que en algunos momentos tenías la sensación de que estabas haciendo cosas que serían importantes pero sin tener clara esa trascendencia histórica. Yo sufría porque si pasaba alguna cosa y no la había fotografiado es como si no hubiese existido. Era como un sentimiento de culpa. Siempre me he planteado la fotografía desde un punto de vista reflexivo. Por ejemplo, iba a las manifestaciones dos horas antes, miraba la luz, el mejor sitio por el que pasarían...Y una vez empezaba, esperaba a que acabase porque siempre puede pasar alguna cosa.   

Ha comentado en más de una ocasión que fotografiaba con ojos de mujer. ¿Cuál es la diferencia de hacerlo con ojos de hombre? 

Es una intuición y siempre me he guiado por ellas. El hecho de tener un cuerpo de mujer no significa nada, pero te condiciona porque hay cosas como los gestos que son distintos. En las manifestaciones, especialmente en las feministas, a menudo hacía planos medios para captar el comportamiento: la forma de levantar los brazos o la mirada. Además hay que sumarle la educación que recibimos. Estamos en una sociedad en la que desde pequeñas recibimos los inputs machistas y eso lo vas incorporando a ti misma. En los años 70 te fijabas en detalles que a lo mejor un hombre no captaba del mismo modo.

Algunas de las fotos de esas manifestaciones se están recuperando para seguir defendiendo la causa feminista. ¿Queda mucho por hacer?

Queda muchísimo por hacer. Cuando a mediados de los 70 salen las manifestaciones de mujeres conseguimos eliminar leyes como la del adulterio y otras que nos discriminaban. Pero en la sociedad está enquistado un pensamiento machista que es muy difícil de superar. Cuando en el año 65 estuve en Londres noté un comportamiento distinto en la forma de actuar de los hombres. Hacían cosas como invitarte a comer y cocinar ellos. La democracia aquí llegó más tarde y eso influyó. Los asesinatos y maltratos a mujeres que hay actualmente son inadmisibles. Jamás hubiese imaginado que yo vería esto en 2021.

¿Cómo aprendió a identificar a los confidentes en esas manifestaciones? 

A veces los pillabas pero no siempre lo conseguías. Era por su actitud. A algunos ya los conocíamos. Recuerdo a un rubio bajito al que solo verlo ya nos apartábamos todos.

Trasladándonos en el tiempo, cuando ahora ve que en las manifestaciones como las de las protestas en Urquinaona hay decenas de fotógrafos con los chalecos naranja pendientes de que un chaval queme un contenedor, ¿usted qué piensa?

Las manifestaciones también han cambiado. Yo soy freelance y eso me permite decidir si hago la foto o no. Es algo que me da mucha libertad. Además, siempre he ido por libre y no he llevado chaleco ni ningún distintivo. Porque si no la manifestación parece una representación teatral. Los manifestantes saben que los fotógrafos están en un sitio y al revés. Para los fotógrafos es más difícil diferenciar entre lo que es espontáneo y lo que es teatral. Ser mujer también me permite una mayor invisibilidad porque a menudo no piensan que esté haciendo fotos. Es muy importante que el fotógrafo no sea el sujeto de la representación. 

Ser mujer me permite una mayor invisibilidad porque a menudo no piensan que esté haciendo fotos

Es autora de muchas fotos ya icónicas. ¿Tiene alguna que sea su preferida?

Una foto que quiero mucho es la de los deportados catalanes que estuvieron en el campo de Mauthausen. Ayudé a Montserrat Roig en la preparación del libro Els catalans als camps nazis y quedamos muy afectadas.  

¿Cómo preparó esa foto?

Montserrat me llamó, me explicó que había tenido la oportunidad de entrevistar a tres deportados de Mauthausen, que estaban en ese momento en su casa y me dijo que cogiese rápido las cámaras y me fuese para allá. Cuando llegué me los encontré con el magnetófono encima de la mesa mientras estaban relatando su historia. Montserrat me miró para que empezase a hacer las fotos. Les dije que tenía que salir porque me había dejado una cosa y lo que hice fue dar una vuelta. Encontré que justo detrás del edificio del piso de Montserrat había un descampado con una pared. Volví y al acabar la entrevista les comenté de salir a la calle para buscar mejor luz y caminando llegamos al solar. Allí les pedí si se podían poner en fila como les obligaban a hacer en el campo. Automáticamente les cambió la cara y les volvió el dolor al rostro. Hice solo un par o tres de fotos porque no quería provocarles angustia. Hay que tener serenidad para reflejar lo que está pasando. El fotoperiodismo no es la realidad pura y dura, es lo que tú quieres explicar sobre alguna cosa que está pasando. Yo enseño mi realidad sin traicionar ni falsear.  

Desde el momento en que se elige un encuadre u otro ya se está seleccionando.

Claro. Jean-Luc Godard decía que el encuadre es una cuestión de moral. Es una frase que parece muy grandilocuente pero si lo piensas es verdad porque se trata de no engañar o provocar dolor cuando escoges el encuadre.  

Montserrat Roig la definía como una “bruja de la imagen”. Ahora que se cumplen 30 años de su muerte, ¿qué cree que pensaría ella del periodismo actual?

Supongo que se enfadaría porque vería que no hay espacios para la reflexión. Los tuits, lanzar la barbaridad más grande en tres palabras, es infame. El periodismo tiene ahora unos tics que antes no tenía. Antes se explicaba mejor la realidad. Se aceptaba que se diese opinión.  

Ni ella ni usted se identificaron nunca con la gauche divine. ¿Por qué?

No, porque no éramos de la gauche divine. Yo no iba al Bocaccio. Nosotras siempre trabajamos en el mundo de la cultura catalana y la gauche divine era otro mundo, una cultura más elitista. 

Hay profesionales que defienden que la fotografía como oficio empezó a morir con el autofoco y que la digital la remató. ¿Ser fotógrafo es todavía un oficio?

Creo que sí. Hay un oficio que es el de mirar. A medida que vas trabajando, vas educando tu mirada y adoptando un estilo de fotografía. En España lo tiramos todo siempre a la hoguera de San Juan. Lo digo porque en otros países cuando entró el digital lo empezaron a utilizar, pero seguía también el analógico y por lo tanto mantuvieron ambas disciplinas. Aquí no, aquí se dijo fuera el analógico y todo digital. Lo que estoy viendo ahora es que muchos jóvenes vuelven al analógico porque el digital a menudo es sinónimo de prisas. Para mí el laboratorio analógico es como un confesionario, es un momento de reflexión.

El fotoperiodismo no es la realidad pura y dura, es lo que tú quieres explicar sobre alguna cosa que está pasando

Ha dedicado su vida a su trabajo, como resume a menudo, es fotógrafa las 24 horas. ¿Nunca pensó que se estaba perdiendo otras cosas?

Sí, pero al mismo tiempo pensaba que lo que estaba haciendo lo compensaba. Ser fotógrafa las 24 horas no significa que estés todo el día haciendo fotos. Lo que implica es estar bien informada, leer, ir al teatro y al cine... Esto hace que no tengas tiempo para más cosas. Por eso no tengo hijos y lo único que me puedo permitir es tener gatos. A veces parece que un fotógrafo es alguien que conoce muy bien la técnica pero que no entiende nada del resto de cosas. Para ser fotógrafa tienes que entender el mundo porque si no te equivocarás.   

¿Se arrepiente de no haber sido madre?

No, porque si hubiese deseado mucho tener hijos los hubiese tenido. Sé que, de ser madre, lo hubiera dejado todo por los hijos y hubiera dejado la fotografía.  

Durante la pandemia hubo bastante debate respecto a qué fotografías había que publicar y cuáles no. ¿Tiene que haber algún límite?

Sí, en realidad es el límite que se pone cada uno. Es complicado situar la línea roja de la ética, pero la debes tener siempre para no perder el mundo de vista. Recuerdo que con la guerra de Irak, Paco Elvira fotografió a un niño sin brazos bajando del avión que les trajo a España. El Consejo del Audiovisual de Catalunya lo criticó y señaló que no se podían hacer fotografías como esa. Pero las manifestaciones que se convocaban esos días en plaza Catalunya para protestar por la guerra multiplicaron por mucho la cifra de asistentes. Lo que no hace falta es ver cuerpos de víctimas destrozados y me parece bien que se pactase no enseñar primeros planos tras los atentados de Atocha. Hay que ir con mucho cuidado con el sensacionalismo. Igual que por ser mujer a veces me ofrecieron hacer reportajes en sitios en los que era más fácil entrar y no quise hacerlo.

¿Qué sitios eran?

Por ejemplo en los Baños Orientales, que en aquella época eran solo para mujeres y a los que iban muchas vedettes del Paralelo. Algunas sin biquini, otras con cicatrices etc...Yo no quise hacerlo porque era algo sensacionalista y en casos como este la integridad es mucho más importante. 

En una entrevista explicó que se negaba a fotografiar a la extrema derecha. ¿Es por miedo?

Sí, es por miedo porque yo soy hija del franquismo. Son personas que niegan el feminismo y muchas otras cosas. Tengo la sensación de que los estamos blanqueando y yo no quiero contribuir con mis fotos a blanquear la extrema derecha. 

También hay fotógrafos como Jordi Borràs que se han especializado en fotografiar a la extrema derecha y lo hacen como denuncia.

Lo sé y me parece muy bien. Pero mi opción, que es tan válida como la suya, es la de la negación. A mis años no quiero blanquear a personas que me dan miedo. Es una cuestión de piel.

¿Qué consejo da a los jóvenes que se acercan a este estudio porque quieren dedicarse a la fotografía?

Les digo que aprendan a reconocer la imagen. No sé cuál es el futuro del periodismo y la fotografía. Siempre ha sido una profesión precaria, tenías que vender los trabajos a muchas publicaciones, aunque igual era un poco más fácil que ahora. Interesaba más el periodismo de investigación y los medios ayudaban a aclarar las cosas.

¿Sabe cuál es la próxima foto que le gustaría hacer?

Hay muchas. Me sigue gustando la arquitectura de Barcelona y también fotografiar las cosas que pasan. Tal vez de una manera más intimista. Por ejemplo, cuando me paseo por el barrio y veo una chica pasando por delante de un cartel, eso es una foto.